Ayer 116/2019 (4): 243-275
Sección: Estudios
Marcial Pons Ediciones de Historia
Asociación de Historia Contemporánea
Madrid, 2019
ISSN: 1134-2277
DOI: 10.55509/ayer/116-2019-10
© María José Henríquez Uzal
Recibido: 07-05-2017 | Aceptado: 08-11-2017
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El antifranquismo y la vía chilena al socialismo, 1970-1973 *

María José Henríquez Uzal

Instituto de Estudios Internacionales
Universidad de Chile
mjhenriq@uchile.cl

Resumen: El artículo aborda la manera en que las principales publicaciones antifranquistas cubrieron el Gobierno de Salvador Allende desde su elección como primer presidente «marxista» de Chile hasta el golpe de Estado en 1973. Se plantea que los medios españoles analizaron el proceso a la luz de la propia historia, como promesa de futuro en un comienzo y, progresivamente, como presencia del pasado en la medida en que la situación en Chile empeoraba. Así, se destacaron las grandes semejanzas y las relevantes diferencias, buscando reforzar los argumentos relativos al juego político interno. Más tarde, el quiebre democrático chileno impactó profundamente y dividió aguas de cara a la transición.

Palabras claves: antifranquismo, Salvador Allende, franquismo, Unidad Popular, transferencia política.

Abstract: The article discusses how the anti-Francoist press covered Salvador Allende’s government from his election as the first «Marxist» president of Chile until the military coup of 1973. The Spanish media followed Chilean political process, viewing it in light of Spanish history. At first, the Chilean way was presented as a promise for the future. However, as the situation in Chile worsened, the Spanish past figured more heavily. Thus, both great similarities and tremendous differences were identified in an effort to bolster arguments relative to domestic politics. Finally, the breakup of the Chilean democratic system made a profound impact on the anti-Francoist press and produced great political divisions on the eve the transition process.

Keywords: Anti Francoism, Salvador Allende, Francoism, Popular Unity, political transfer.

Introducción

A partir de 1959, el franquismo inició una nueva etapa con la puesta en marcha del Plan de Estabilización. Ambicioso programa que implicó el abandono de la economía nacionalista y que transformó a una sociedad predominantemente agraria y atrasada en otra mucho más homogénea en relación con las del mundo occidental 1. Se sentaban así las bases para el comienzo de una segunda fase de liberalización cultural y política que, de acuerdo con Elías Díaz, sería en su intención más superficial y limitada que la primera (1951 y 1956) pero con una mayor base «infraestructural» 2. Precisamente, el despegue económico permitiría el desarrollo de un mercado cultural que, con la incorporación de nuevos grupos sociales al «consumo simbólico», ayudó a la creación de una especie de espacio político 3. El mismo se vio favorecido por otros factores como el intento de aproximación del régimen al Mercado Común Europeo o la necesidad de dar respuesta —desde dentro— a las reuniones que, en Múnich, desarrollaron distintas tendencias opositoras al franquismo 4. Para mediados de la década de los sesenta el proceso iniciado llevó a la promulgación de la Ley de Prensa e Imprenta en marzo de 1966, con la que se dio un tímido paso hacia la liberalización de la información al terminar con la censura previa. La «Ley Fraga» 5 toleró un cierto margen de actuación a los medios poco afectos al régimen que, de forma progresiva, desarrollaron una actitud más crítica. Así, por primera vez desde el periodo republicano se crearon empresas culturales relativamente independientes de los poderes establecidos 6. Y aunque algunas no disponían de grandes recursos, sí contaron con intelectuales de prestigio comprometidos frente al régimen 7. Según Joan Pecourt, la emergencia de ese poder intelectual 8 junto al desarrollo del mercado cultural —o poder económico— produjo una reconfiguración de fuerzas que facilitó espacios de debate sobre la realidad de España y el surgimiento del campo de las revistas políticas 9. Hacia finales de la década de los sesenta, sin embargo, era cada vez más acentuado el desfase entre el desarrollo económico y el político 10. Por ello, el relativo optimismo y aperturismo político se vieron cuestionados a partir de 1969 con el endurecimiento de la situación general y una involución que trajo de regreso —aunque de manera transitoria— la censura previa 11.

En dicho contexto, la elección de Salvador Allende como presidente chileno el 4 de septiembre de 1970 actuó como auténtico revulsivo, y es que, como describiera —con cierta exageración— el embajador en Madrid, «a través de los acontecimientos ocurridos en Chile se ha escrito todo aquello que desde el año 1939 no se ha podido decir en España» 12. Como en buena parte de los regímenes autoritarios, las restricciones se sortearon a través de los temas internacionales, pero el caso chileno fue más que una excusa para atacar al régimen, ya que permitió escribir sobre socialismo y democracia, posibilitando un debate que reflejaría dos almas de la cultura antifranquista respecto del futuro sin Franco: la más pragmática y la idealista o utópica 13. Así, las revistas políticas se encargaron de articular distintas narraciones sobre el proceso abierto en Chile relacionándolo con la situación interna. Se trató, con todo, de un fenómeno extendido a buena parte de Europa Occidental. Chile atrajo gran atención internacional durante el gobierno de la Unidad Popular, desproporcionada con su tamaño que, sin embargo, reflejaba el atractivo que las actividades chilenas concitaron al menos desde principios de la década de los sesenta 14. La gran similitud de la política chilena y sus partidos con los de algunos países europeos despertó simpatía y entendimiento como no sucedió con otras naciones latinoamericanas 15. Pero la dimensión transnacional iba más allá: fue clave la manera en que Allende llegó al poder en un momento en el que en Europa, precisamente, se estaba revisando el socialismo. Y en esta línea, se trató de un experimento que se desarrolló ante los ojos del mundo y su trágico fin lo convirtió en un acontecimiento internacional 16.

Respecto de España, en un principio, «los mil días de la Unidad Popular» 17 se configuraron como espacio de libertad, es decir, de futuro. Posterior y paralelamente, se tendió a reconocer el destino de la Segunda República en el Chile allendista y el golpe, en consecuencia, reeditó el 18 de julio. Pero la mayor repercusión del 11 de septiembre chileno se dio de cara a la transición que estaba por comenzar. Un fenómeno singular que invita a reflexionar sobre la intersección de ambas historias nacionales.

Entre las aproximaciones transnacionales, la historia cruzada 18 permite ir más allá de la comparación, enriqueciendo el análisis. De acuerdo con este punto de vista, el interés reside menos en las similitudes y diferencias entre dos casos de estudio (España y Chile) y más en la influencia mutua, en las percepciones recíprocas o asimétricas y en la manera en que se han «enredado» los procesos históricos de uno y otro. En cierto modo, se toma la historia de ambos lados como una, en lugar de considerarse como dos unidades en comparación 19.

El presente artículo, por tanto, aborda la forma en que las revistas políticas antifranquistas cubrieron la evolución de la «vía chilena al socialismo», desde la elección de Allende hasta el golpe de Estado, bajo la perspectiva de la historia cruzada 20 y en torno a la noción de transferencia política entendida como una trasgresión propia de las sociedades sin libertad 21, en especial como perspectiva para estudiar la dimensión internacional del juego político interno, ampliando su articulación más allá de las fronteras nacionales 22.

La elección de Salvador Allende

El triunfo, a través de las urnas, del primer presidente abiertamente marxista de Chile, generó de inmediato una profunda reflexión sobre la «vía al socialismo». Es de destacar el seguimiento brindado por Cuadernos para el Dialogo, una de las revistas políticas de gran predicamento entre la oposición que alcanzaba hasta 120.000 ejemplares 23. De inspiración cristiana progresista, fue creada en 1963 por el exministro franquista Joaquín Ruiz Giménez buscando ser un genuino espacio de pluralismo y, progresivamente, convocó a distintas fuerzas contrarias al régimen 24. En esta línea —y como se verá— múltiples personalidades y un amplio número de generaciones se dieron cita en Cuadernos —así como en buena parte de las publicaciones aquí analizadas—, subrayando la heterogeneidad de la oposición. A modo de ejemplo, un espectro ideológico no menor de los «abuelos del 36» se apreciará a través de los destacados catedráticos José Luis L. Aranguren, Enrique Tierno Galván, Dionisio Ridruejo y Mariano Aguilar Navarro; la «generación de medio siglo», a través de los periodistas Lorenzo Gomis y Luis Apostúa, y el jurista Antón Cañéllas; asimismo, los profesores Gregorio Peces-Barba y Roberto Mesa, y el periodista Eduardo Haro Tecglen, como insignes representantes de la de 1956 25.

Una vez efectuada la elección, Cuadernos alababa el ejemplo de prudencia y respeto al otro que los chilenos habían ofrecido: «Ni vidrios rotos ni coches destruidos ni, en fin, manifestaciones violentas en la noche siguiente a la victoria» 26. Allende era el hombre, pero la Democracia Cristiana (en adelante DC) pasaba a ser el árbitro de la situación, ya que sus votos eran fundamentales para la proclamación del nuevo presidente, así como para su futura política y la estabilidad del país, «para disipar ese susto de los pocos que ven en Allende un nuevo Castro» 27. El triunfo ofrecía una lección, «pero no a la derecha como se ha dicho, sino a la izquierda» 28, que veía cómo los hechos transformaban la vía democrática en una posibilidad cierta de acceso al poder. Se trataba de una lección de la que eran maestros Allende y Frei por igual 29: el primero, al perseverar en el camino democrático, y el segundo y su partido, al aceptar el triunfo «con un respeto a las reglas del juego que no nos cansaremos de aplaudir» 30. Bajo esta visión «algo» idealizada, la redacción de Cuadernos abrigó una evidente expectativa en relación con la actitud de la DC chilena, que no solo votaría por Allende en el Congreso, sino que también apoyaría más tarde sus reformas, permaneciendo «hasta el final fiel a la tradición política chilena» 31.

También desde Cuadernos, Eugenio Viejo analizaba la situación en «Chile: América Latina en la encrucijada» 32. Distinguiendo que el triunfo de Allende constituía «uno de esos hitos históricos inignorables a partir de los cuales resulta imposible volver a esquemas anteriores de conceptualización o de acción», las alternativas que se ofrecían a Chile —y por extensión a buena parte del Tercer Mundo— eran dos: una, observar la instauración del primer gobierno marxista por medios legales, su actuación y sus logros dentro de los marcos de una «democracia burguesa cuyas reglas del juego fueron aceptadas y, en apariencia, superadas»; la otra, «contemplar cómo un golpe de fuerza, cuya inspiración última sería tan clara que no creemos necesario identificar con nombres y apellidos, viene a cerrar violenta y definitivamente la “vía electoral”; posibilidad para unos ahora tan real, para otros tan ficticia y adormecedora incluso ahora» 33.

Desde un principio, por tanto, se consideró la posibilidad de una salida extraconstitucional como colofón para la experiencia chilena.

Anterior a Cuadernos y pionera en advertir los cauces de renovación en el seno de la Iglesia católica fue la revista El Ciervo. Publicada en Barcelona a partir de 1951 e inicialmente dependiente de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas (en adelante ACNP), bajo la dirección de Lorenzo Gomis, se vería fuertemente influida por la revista francesa Esprit, en la idea de que el catolicismo regresara al servicio de los pobres. La publicación no solo logró una aproximación entre el falangismo más liberal y el catolicismo, sino que también inició el debate sobre la relación de este último y el marxismo 34.

No resulta extraño, por tanto, que El Ciervo se preguntara —en su editorial del 15 de septiembre de 1970— si sería factible llevar adelante una experiencia de socialismo democrático y liberal, apuntando con franqueza al dilema que ofrecía la cuestión. Las opiniones estaban divididas. Por un lado, los «comunistas de Rusia» y los «conservadores de los países capitalistas» creían, al menos hasta ese momento, que cualquier intento de transformación revolucionaria implicaba una organización política dictatorial. Por otro lado, en países como Polonia, Checoslovaquia o Hungría, grandes sectores de la población —«y entre ellos muchos católicos»— creían factible mantener la estructura económica socialista dentro del cuadro de una auténtica democratización y liberalización política. Era una opinión que, en la óptica de la revista, compartía la mayoría de la izquierda en los países liberales capitalistas y que desde España hacía ver en esta línea al socialismo chileno. Este era el filtro. Para El Ciervo resultaba difícil decidir cuál de las dos contradictorias opiniones era la acertada. Debía probarse, aunque hasta ese momento había resultado imposible hacer la experiencia; cualquier intento había sido suprimido: en Checoslovaquia con los tanques rusos, en República Dominicana y otros países con los marines norteamericanos o con la técnica de los golpes de Estado.

«¿Qué sucederá ahora en Chile? Lo procedente, lo deseable, es que mientras el Gobierno de Allende respete la organización democrática y liberal, la oposición la acate también escrupulosamente. Solo si es así sabremos por los hechos si es posible una revolución socialista respetando las normas democráticas y liberales» 35.

Destino abordaba la interrogante abierta en Chile desde su sección internacional. El semanario nacido en Burgos, en plena Guerra Civil, como boletín de FET y de las JONS 36 para la colonia catalana en el campo nacional, se trasladó a Barcelona en 1939. Era una publicación de corte posibilista vinculada a la «tercera vía», es decir, a aquellos nacionales que evolucionaron hacia posiciones más europeístas y liberales, alejándose de la ortodoxia franquista 37. Hacia fines de la década de los sesenta llegaría a los 47.000 ejemplares, concentrando más de la mitad de las ventas en Barcelona; la revista, en definitiva, fue un referente de la burguesía catalana 38. El periodista Santiago Nadal consideraba las posibles repercusiones mundiales de la elección sobre la base de un argumento especialmente avanzado: «El problema que está planteado en el mundo actual es muy complejo y su solución depende, me parece a mí, de que derecha e izquierda lleguen a un término de compromiso que permita el progreso por medio de la revolución» 39. ¿Lo mismo era válido para España? Frei había encontrado una violenta y dura oposición tanto de la derecha como de la izquierda, pero había sido la derecha, con su tenaz oposición, la culpable del fracaso de «un cambio evolutivo que sin destruir de golpe las estructuras las hiciera marchar hacia soluciones de mayor apertura» 40. El resultado había sido Allende. ¿Debían ser más flexibles las derechas?

Pero la cuestión de mayor interés era la factibilidad de colaboración entre los partidos democráticos y el partido comunista en el gobierno del país, «sin que muera la democracia y acabe instalándose allí la dictadura comunista. Esta es la gran incógnita que la victoria de Allende abre sobre la política de la América meridional» 41. Por tanto, Nadal encontraba semejanza entre los sucesos checoslovacos y la situación chilena: ¿era posible un «socialismo con rostro humano»? Desde Chile esta incógnita tenía validez internacional.

Otro pilar que sustentó el campo de las revistas políticas fue Triunfo, con una tirada de hasta 160.000 ejemplares 42. Creada en 1946, transitó por distintas etapas: de los espectáculos a la cultura general, de simpatizante de la línea oficial a convencida partidaria del socialismo 43 y, en ciertos momentos, con posturas abiertamente libertarias y revolucionarias 44. Desde sus páginas internacionales Eduardo Haro Tecglen se volcó en el fenómeno chileno. Iniciaba su análisis identificando a los posibles enemigos del «Frente Popular» 45 que volvía a Chile: «Washington, una bravía derecha rural y algún general inquietante» 46. Los fuertes intereses norteamericanos se veían amenazados por una nacionalización auténtica, «sin la demagogia del término “chilenización” emitido por Frei», y ya estaban dando la voz de alarma y golpeando la puerta de la CIA para hacer una advertencia: lo que sucedía en Chile podía ser un ejemplo para el resto de los países de «Hispanoamérica» 47, y el marxismo que tanto dinero y tanta sangre costaba contener «podría extenderse dulce e inadvertidamente por la vía electoral» 48. Aunque no se dudaba del respeto que el derrotado candidato de derecha, Jorge Alessandri, había demostrado siempre por la democracia, entre las fuerzas que lo sostenían había elementos «montaraces» que difundían «predicciones apocalípticas». Pero el ejército chileno carecía de una tradición golpista; sus comparecencias en la vida política se habían inclinado generalmente a una devoción de equilibrio. Imagen bastante idealizada. Como fuere, para el periodista «será preciso saber si se considera como extremo la Presidencia de Allende, y si Allende no tendrá que matizar todo su programa político, todas sus promesas electorales; se habla ya en Chile de “mano de hierro en guante de terciopelo”, significando que si todas las reformas han de ser realizadas será con suavidad, con tiempo, con matices» 49.

En esta visión gradualista Tecglen incorporaba un último actor: «La Democracia Cristiana se ha apresurado a reconocer el triunfo de la izquierda; Tomic ha abrazado a Allende» 50. Esto, a su entender, indicaba la posición general de la Democracia Cristiana 51, pero la rápida y casi gozosa aceptación del triunfo apuntaba a una posible ruptura de la Unidad Popular:

«Probablemente todas las presiones que se hagan ahora sobre Allende —desde Washington hasta los militares del equilibrio— van a tender a esta separación. Ese es el momento que acecha la democracia cristiana para ofrecer su alianza al partido socialista, en sustitución de los comunistas, y formar así una especie de coalición centro-izquierda como la que hay en Italia o la que hubo hace poco en Alemania Federal, solo que con un carácter más a la izquierda» 52.

Para el Partido Comunista (en adelante PC), concluía Tecglen, era fundamental que aquella posible alianza no llegara a materializarse. Se trataba de un juego de alcance continental, pues era sabido el dilema o lucha doctrinal que se aireaba en «Hispanoamérica» entre los que apostaban por una actuación dentro de la legalidad y los que veían en la violencia la única carta posible (¿solo en «Hispanoamérica»?). Si se producía un golpe de Estado contra el «Frente Popular, si el Partido Comunista fuese llevado de nuevo al aislamiento para ser sustituido en la coalición gubernamental por la Democracia Cristiana, se demostraría la mayor razón de los revolucionarios» 53. Por tanto, la DC no implicaba garantía alguna. Tecglen evocaba la presidencia de Gabriel González Videla, el mandatario radical que, apoyado por los comunistas, había llegado al Palacio de la Moneda y luego los apartó del Gobierno además de proscribir al PC 54. Pero simplificaba la realidad y es casi seguro que asimilaba el pasado democrático de Allende con un Partido Socialista que estaba mucho más a la izquierda que el propio PC y extremadamente alejado de cualquier fórmula de socialdemocracia 55. No pasaba por la mente de los socialistas chilenos en aquella época cambiar al PC por la DC, como tampoco entraba en los cálculos de la mayoría de los líderes democratacristianos incorporarse a la UP. En adición, socialistas y comunistas se necesitaban mutuamente 56. La alianza entre democratacristianos y socialistas revelaba una posibilidad cierta de cara al futuro sin Franco: como anhelo para algunos o traición para otros. Así, el desarrollo que tuviera el Gobierno de la Unidad Popular se volvió espejo para una oposición al franquismo que barajaba alternativas futuribles.

Una última mirada al futuro de Chile visto desde España (o de España vista a través de Chile) recala en Índice, revista que nace en 1945 y se inserta en una línea aperturista, aunque ambivalente, sobre todo a partir de 1951, cuando es adquirida por Juan Fernández Figueroa, editor de varias publicaciones oficiales 57 y de la radio estatal 58. La crítica cultural y posición ideológica próxima al régimen derivaría hacia temas sociales para incorporar, después de 1966, artículos referidos a la situación política del país, algunos de tono netamente socialista e incluso marxista 59. En definitiva, una revista que desde posiciones ambiguas exploró los límites del ­posibilismo 60.

En diciembre de 1970 Índice publicó en su portada: «creo en el voto y no en el fusil» 61, y a un costado la foto de Allende. En medio de numerosos artículos de chilenos y españoles destacaba una interpretación del triunfo de nuevo en clave interna:

«Quizá el gran vencedor haya sido el Partido Comunista —lo que no quiere decir que Allende vaya a gobernar “en comunista”—. Los comunistas oficiales chilenos, respetuosos de Moscú, suspicaces ante el castrismo, fueron calificados de “oportunistas”, pero han probado que su fidelidad a la ortodoxia era rentable. No es aventurado suponer que la experiencia habrá servido de lección a otros partidos comunistas nacionales, entre ellos el español, que atraviesa por una crisis ideológica y táctica muy seria [...]. ¿Y los propios socialistas? Oficialmente, la clave de los próximos seis años chilenos está en ellos. El partido, reformista-burgués hace unos años, ineficaz durante algún tiempo, se ha “revitalizado” con ideologías mucho más “avanzadas” que las de los propios comunistas. Simpatiza con Cuba e incluso con los guerrilleros del MIR. Capitaneado por un demócrata viejo y probado como Allende, el socialismo chileno entra en estos días en una fase de su vida que puede ser notoria o acabar muy mal» 62.

Entonces, ¿ya no desempeñaría la DC un papel clave, sino que sería más relevante la pericia política de Allende al frente del ­socialismo?

Unidad Popular y antifranquismo, 1971-1973

Si los medios de extrema derecha, como Fuerza Nueva, atacaron desde el primer momento la experiencia chilena, a medida que pasaba el tiempo aquellos no tan extremos como ABC y El Alcázar, incluso Ya 63, convergieron no solo en la diatriba, también en el empeño por encontrar la similitud entre la situación chilena y la España republicana 64. Los paralelismos, sin embargo, no fueron prerrogativa de los medios afectos al régimen.

En las páginas de Triunfo, Tecglen criticó la forma en que la prensa española analizaba la situación chilena porque se estaba perdiendo la realidad informativa de los acontecimientos. Chile había pasado a ser una metáfora:

«Algunos de los comentarios periodísticos abordan directa y conscientemente ese aspecto de metáfora buscando características homologas entre la actual situación chilena y los días de la preguerra civil en España [...]. Pero la metáfora parece ir más lejos. Se utiliza, por unos y por otros, para examinar las posibilidades o imposibilidades de los sistemas parlamentarios, de la democracia inorgánica, de las posibilidades gobernantes de la izquierda, de las acciones legales o ilegales de la oposición [...]. En realidad, hay una gran tendencia a utilizar así todos los acontecimientos distanciados —bien en el tiempo, en forma de historia, bien en la geografía, aunque sean simultáneos cronológicamente—, de forma que quien los examina, analiza o relata está queriendo en realidad analizar los acontecimientos de su tiempo y espacio propios, y aun de su situación personal [...]. Cuando se quiere establecer la doctrina del ciclo determinista infernal —un sistema democrático, inorgánico, de partidos y parlamento, produce una forma de frente popular, la cual produce desorden y caos, que a su vez provoca una reacción de la derecha, lo que desemboca en una situación de guerra civil— parece como si se tratara de prevenir —y, de hecho, se dice así en algún comentario— que una modesta apertura política en España fuera indefectiblemente a desarrollarse en el mismo sentido, y para ello resulta muy útil la comparación con el pasado español. Deliberadamente se olvida que las situaciones respectivas son enormemente distintas» 65.

Transferencia y cruce. No obstante, la crítica de Tecglen era expresión de su propia regla. Algunos meses antes, en enero de 1971, se refería a la relativa identidad de la situación chilena con la de la Republica española del 14 de abril 66; no la de febrero del 36, un importante matiz ha tener en cuenta.

Las contadas veces en que la prensa poco afecta —o ambigua— al régimen se refirió a la República revelaba una intencionalidad ligeramente distinta, como se aprecia en la opinión de Juan Fernández Figueroa, para quien el interés español por Chile tenía un doble motivo: las raíces, «el paisaje de la sangre», y la experiencia política de 1931-1936, en donde se había intentado una «“vía democrática” hacia el socialismo... que falló» 67. Aunque el mundo había cambiado mucho desde entonces, no dejaba de ser un antecedente, variaciones sobre un mismo tema.

«De ahí la específica curiosidad española ante el proceso chileno de hoy. ¿Será posible, viable, válido?, piensa mucha gente. Y aguarda los resultados. ¿Con desdén? Al revés. ¿Con simple curiosidad? Añada su punta de resquemor. “El gato escaldado del agua fría huye”. Si Chile tiene éxito en su intento de hoy, España dará un suspiro de alivio, viendo que se ahorra la penosísima guerra civil en que caímos los españoles de ayer» 68.

¿Quería decir que si la experiencia tenía éxito abriría, cuando menos, una atractiva modalidad en el devenir del juego político? o ¿se repetiría la historia? Respecto de esta última manera de rememorar el pasado español para referirse a Chile y de acuerdo con la revista Discusión y Convivencia (publicación referente de los demócrata-cristianos fundada en 1967 por un sector que abandonó Cuadernos) 69, el pionero habría sido Santiago Carrillo.

«En la primera semana de 1972 Santiago Carrillo tomó la palabra en Viña del Mar con ocasión del 50 aniversario del Partido Comunista chileno y fue entonces cuando se hizo la primera mención pública de un fantasma que ha hecho su aparición en la escena chilena: “los hechos ocurridos en España hace ya más de treinta años”» 70.

Entonces, ¿un medio cercano a la democracia cristiana advertía, por boca de un comunista —y no cualquiera—, sobre el posible desenlace? El paralelismo, sin embargo, tocaba aspectos mucho más profundos y en esta línea buena parte de los articulistas reflexionó sobre la tesitura chilena: el socialismo en democracia.

Xavier Gispert, para Triunfo, remataba un largo artículo titulado «Chile en la encrucijada» con una pregunta: «¿Será posible la “vía chilena al socialismo” o el pecado original de UP, aceptar las reglas del juego liberales sin asestar un golpe definitivo al poder burgués, acabará con la experiencia?» 71. Este autor era uno de los pocos —casi una voz en el desierto— que consideraba táctico el respeto a la legalidad demostrado por Allende hasta consolidar el poder para dar el asalto final y cambiar las estructuras. El presidente, al igual que todas las fuerzas de izquierda —consideraba Gispert—, creía inevitable un enfrentamiento decisivo entre la burguesía y el proletariado, pero su plan consistía en no dar el primer paso. Para la derecha y la Democracia Cristiana el enfrentamiento también era inevitable y su estrategia consistía en hacer todo lo posible para demostrar la ineptitud del Gobierno. Es decir, la contradicción se solucionaría a través de la lucha de clases.

En enero de 1972, Tecglen mantenía una tesis similar a la anterior solo en un punto: la estrategia de la oposición. Tanto el Partido Nacional 72 como la DC buscaban boicotear en el Congreso toda iniciativa del Gobierno para obligarlo a saltarse la legalidad o paralizar la marcha de la revolución, con el fin de exponerlo a las furias de su propia base. Allende era un «marxista civil, un gobernante considerablemente decidido a gobernar dentro de la legalidad» 73. Si no había instalado un marxismo de dictadura proletaria, tampoco seguía el camino de los socialistas europeos; el propio subdesarrollo económico de Chile no permitía ese lujo; además del contexto latinoamericano «el problema de Allende está en implantar un socialismo aún no bien definido (¿socialismo de gestión? ¿capitalismo de Estado? ¿cooperativismo?) por las vías que le dejan libres las estructuras legales creadas por el tipo de regímenes anteriores o modificándolas por las vías constitucionales» 74.

Tecglen fue, posiblemente, el que mejor entendió el verdadero talón de Aquiles de la UP. Y es que el debate acerca de cómo crear la vía chilena hacia el socialismo privó de certidumbre la implementación política. Uno de los defectos principales del Gobierno fue el no haber podido desarrollar una estrategia clara y única 75.

La relación entre socialismo y democracia fue tema obligado en Mundo Social, revista editada por la Compañía de Jesús —a partir de 1955— inicialmente en la ciudad de Zaragoza. Si en esta primera etapa campearía el nacionalcatolicismo, su traslado a Madrid en 1963 supuso el tránsito hacia el pensamiento social cristiano en el tratamiento de temas sociales y conllevó una continua desavenencia con el régimen, que le significó ser una de las revistas más sancionadas bajo la Ley Fraga 76. Desde sus páginas, Gómez Caffarena se preguntaba si era viable la vía chilena al socialismo, para responder con una pregunta: ¿era posible otra?: «Naturalmente, muchos chilenos comprenden que la verdadera democracia —la participación del pueblo en el poder— no se identifica, sino que a veces se contrapone, con el juego de la democracia parlamentaria. Pero quieren convencer y no vencer; educar y no coartar; unir dentro de lo posible» 77.

Evocando a Unamuno 78, la contradicción no restaba en nada al proyecto; por el contrario, lo engrandecía. Era el propio respeto a la legalidad el que entrañaba importantes frenos a la revolución; aun así, se acataba. Juan Martínez García (El Ciervo) consideraba que la constitucionalidad del proceso social era el «nudo gordiano de la esperada revolución» 79 y la causa de la lucha ideológica dentro de la izquierda. Volvemos al mismo punto: ¿reforma o revolución? No se ofrecía una solución, porque tanto Martínez García como otros articulistas permanecían expectantes. Desde luego, mientras más a la izquierda se encontraba el autor más de acuerdo estaba con «avanzar sin transar»; aunque eran los menos. La opción mayoritaria elogiaba el intento por conciliar el socialismo con la «legalidad burguesa».

En noviembre de 1972 Cuadernos definía el momento chileno no ya en el dilema presente al interior de la UP, «sino en la contradicción entre la justicia del proceso revolucionario emprendido por la UP y las crecientes dificultades que encuentra en su desarrollo» 80. Estas dificultades se sintetizaban —para casi todo el antifranquismo— en la acción de las oligarquías nacionales y en especial las extranjeras 81. Siendo esto cierto, en mayor o menor grado, dependiendo de la etapa de los mil días, muy pocas veces se alude a los propios errores de la Unidad Popular en la conducción del Gobierno 82. Directamente se omiten o se mencionan en forma escueta. La mayoría de los autores constatan el dilema al que se vio abocado el Gobierno: ¿era posible un socialismo funcionando plenamente sin violar la libertad, la dignidad y los derechos del hombre? El interés radicaba en la forma en que se solucionaría la contradicción; se podía ser más o menos escéptico del camino tomado por Allende, se podía dudar de las formas —circunstancia en que se debatía la propia UP—, pero nunca se criticaron abiertamente políticas concretas, porque el fin último era incuestionable: corregir las desigualdades. Gómez Caffarena resulta sumamente elocuente: «Un Gobierno que puede —sin duda lo ha hecho— cometer errores, pero es el Gobierno del pueblo» 83. La misma idea expresaba la militancia de la UP antes de las legislativas de marzo de 1973: «Es un gobierno de mierda, pero es nuestro». Por tanto, la justicia del proceso iniciado fue un valor mayor que cualquier otra consideración y está en la base de la memoria épica que, sobre la «vía chilena al socialismo», se forjó buena parte de una generación de españoles. Luego, la bestialidad del golpe vendría a reforzar esta perspectiva.

Otro aspecto que despertó superlativo interés fue la actitud de la democracia cristiana en Chile. El tema sería tratado ampliamente por El Ciervo y Mundo Social. La primera revista publicó, a mediados de 1971, «La construcción del socialismo, va», señalando que la «oposición constructiva» de la DC solo podría jugar un valioso papel si se definía claramente por la izquierda cristiana 84. Para marzo de 1972 El Ciervo era especialmente crítico con el partido:

«Resulta muy significativo y trascendental el proyecto del doctor Allende de implantar en Chile un régimen económico auténticamente socialista, con medios legales y pacíficos, con pleno respeto de la libertad política y los otros derechos fundamentales del hombre. Y es triste y grave que el llamado partido demócrata-cristiano chileno no sepa colaborar en él con sus propias matizaciones o al menos adoptar una actitud de neutralidad expectante» 85.

Nada quedaba del apoyo a la UP o coalición de centro-izquierda visualizada los días posteriores a la elección de Allende, y es que, para Mundo Social, esa nunca había sido la estrategia. Luego de la derrota de Tomic, Frei retoma «la temática clásica de la DC y la esgrime a dos puntas: como garantías a exigir al actual Gobierno izquierdista para que “la vía chilena” se mantenga democrática y pluralista (y bien que lo ha sido durante todo el 71), y como seguridades a dar a sus aliados en las reciente elecciones complementarias para un par de bancos en el parlamento, la poderosa derecha, que —descabezada tras la derrota de Alessandri— podría arrimarle sus votos de aquí a cuatro años para resituarlo en la presidencia de Chile. Política realista que podrá ganarse la antipatía del ala izquierda de la DC, pero que al mismo tiempo convierte a Frei en el actual árbitro de la situación chilena» 86.

Papel ¿oportunista? Al respecto, ¿qué pensaba la publicación democristiana por excelencia? Discusión y Convivencia publicó comentarios muy ponderados después del triunfo de la Unidad Popular, pero siempre permaneció implícita la preocupación ante un posible desvío hacia fórmulas extremas. Dicho temor convirtió el caso chileno en un paradigma de enfrentamiento ideológico que suponía una trascendente toma de postura a la Democracia Cristiana. En el número de abril-mayo de 1972 Discusión y Convivencia consideraba que Allende había «tocado los límites del reformismo»:

«Empieza a llegar el momento en que Allende tendrá que escoger entre aceptar las limitaciones que supone tener enfrente una oposición con mayoría parlamentaria o forzar la estructura constitucional del país corriendo el riesgo de que las fuerzas armadas intervengan para salvar las reglas del juego. En ambos casos, la síntesis “socialismo-libertad” puede malograrse: por falta de socialismo en el primer caso y por ausencia de libertad en el segundo.

El tema tiene máxima importancia porque las posiciones de la Democracia Cristiana influirán decisivamente en el curso de los acontecimientos futuros» 87.

La Democracia Cristiana afianzaba su actitud de oposición democrática, evitando que la tensión hacia la derecha supusiese un giro de la doctrina y el programa oficial del partido; era necesario como fuerza moderadora entre los extremos, pero no podía ser la cara amable de una izquierda con pretensiones revolucionarias 88.

En abril de 1973, el socialista Mariano Aguilar Navarro opinaba todo lo contrario en Cuadernos. El centrismo era cosa del pasado. Aunque cabía la posibilidad de concebir una alianza al servicio de una política centrista 89, ese pacto solo era viable en un determinado contexto: sociedades altamente evolucionadas y maduras: «Hoy toda alianza centrista tiene que apoyarse en una mezcla, diversamente dosificada, de partidos o fuerzas liberales y de fuerzas o partidos socialdemócratas. Un centrismo que prescinda de cualquiera de esos dos núcleos está condenado a la inoperancia o a ser furgón de enganche de la contrarrevolución, del integrismo» 90.

¿A que venía todo esto? Nacía de lo que para Aguilar Navarro solo merecía desdén: los democratacristianos de Frei pactaban con los enemigos de la nación chilena. Otra vez Chile era la metáfora y la visión del posible futuro político español. Esta tesis sería rebatida por el democristiano José María Gil-Robles y Gil-Delgado: las políticas y alianzas de centro eran perfectamente viables incluso en países con fragmentación social 91.

Hacia 1973 la atención se volcó en especular sobre el posible desenlace. Así, ¿Caerá Allende?, de José Antonio Gurriarán, se convirtió en éxito editorial y en uno de los títulos con que se promocionó la feria del libro de Madrid. Dados los antecedentes, el autor concluía:

«Aunque en política es mejor no vaticinar, nuestra particular impresión, basada en el conocimiento del pueblo chileno, de las Fuerzas Armadas fieles a la Constitución, es la que esta pregunta “¿caerá Allende?” seguirá repitiéndose hasta las elecciones de 1976 [...], al menos que se produzca una tragedia como la que acabó con John Kennedy en Dallas [...]. El abandono por su propia voluntad de la Moneda nos parece difícil. El golpe militar ha tenido ocasiones inmejorables para producirse y Allende sigue en su sitio; un enfrentamiento civil nadie lo quiere; el Congreso seguirá empujando. ¿Caerá Allende? Lo más lógico, después de dos años y medio de la Unidad Popular en el poder, es que Allende cumpla su mandato [...]. Más lógico, después de Allende, parece la vuelta de la Democracia Cristiana, un nuevo Allende o que las Fuerzas Armadas le cojan gusto al sillón de La Moneda, que todo es posible» 92.

Si sobre algún aspecto se generó acuerdo entre los autores fue al ponderar el apego constitucional de las Fuerzas Armadas, pero con velada desconfianza. El 1 de septiembre, Tecglen consideró la posibilidad de un golpe neutral que luego devolviese el poder a los civiles: elucubraciones muy poco probables, porque venía a ser un «golpe de Estado contra la Constitución» 93. Dos días después, Cambio 16 —una de las revistas políticas antifranquistas por antonomasia, creada en 1971 y referente durante la transición— 94 se aproximó un poco más al real desenlace. Allende se quedaba solo y su margen de acción era casi inexistente entre la derecha que pedía su renuncia o su suicidio y la izquierda que gritaba «Mano dura compañero». El presidente ya no tenía con qué ser más severo; los militares no le permitirían armar al pueblo, como exigían los sindicatos, lo que probablemente iba a desencadenar la guerra civil que la derecha fomentaba. Endurecer la mano utilizando a los propios militares lo iba a convertir en un Bordaberry 95 de izquierdas: «Todo reposa, pues, sobre los divididos militares. Quizá acaben por creer que además de la guerra civil que proponen las derechas y de la “revolución en libertad” que se le está saliendo de las manos a Allende hay un tercer camino, a la peruana, con ellos al timón. La revolución sin revolución» 96.

El golpe y sus consecuencias

El 11 de septiembre chileno significó un duro revés para el antifranquismo, y es que la transferencia incrementó las expectativas y, pese a todo, el final resultó abrupto. De inmediato buena parte de las publicaciones se dedicaron a analizar lo sucedido organizando mesas redondas, lanzando ediciones especiales...

Cambio 16 modificó su editorial sobre la marcha porque el número del 17 de septiembre estaba destinado a la reunión de los no alineados en Argel, donde se esperaba el «motín de los pobres». El golpe parecía demostrar que «mejor hubiéramos hecho dedicando la portada al “motín de los ricos”» 97. La revista se permitía el sentimentalismo y el periodista Ricardo Utrilla hablar en primera persona. Todo por una causa: Salvador Allende, cuyo único acto irresponsable había sido intentar hacer la revolución jugando limpio 98.

Triunfo publicó un número con portada negra en el que se incluyeron documentos, cronologías, crónicas y un artículo de ­Tecglen titulado «Fascismo en Chile». En este dudaba ante la posibilidad de penetrar la legalidad para modificar las estructuras sin cambiar las normas. La doctrina democrática más estricta autorizaba cambios de legalidad cuando se había transformado la clase en el poder, o la dosificación de la clase en el poder, siempre que no se atentara contra la libertad de las clases convertidas en minoritarias: «Salvador Allende no utilizó de esa legalidad del cambio de legalidad. Tenía una imagen que mantener, y en esa imagen estaba el respeto de un pacto con un partido opuesto —la democracia cristiana— y la existencia de un parlamento en el que no tenía mayoría. Quizá en ese principio estaba su fin» 99.

Es decir, Allende había jugado con menos cartas de las que realmente disponía, sin aprovechar la fuerza de los primeros meses. El presidente no había sabido, o más bien —en palabras de Tecglen— no había querido, crear la legalidad que el momento requería por el pacto, más que con la DC, con una imagen, con una idea. Pero el régimen de Allende no era marxista ni había pretendido serlo: «Allende estaba tratando de demostrar que se puede ir a un régimen socialista, a un “socialismo de rostro humano” como dijo el otro gran vencido de otra gran experiencia, Dubcek, por una vía abiertamente democrática» 100. ¿De qué socialismo se trataba pues?: ¿socialdemocracia? o ¿democracia popular en democracia? El autor no es más explícito. La responsabilidad recaía en aquellos «aprendices de brujos» —derecha y DC—, que entonces entenderían lo que era la falta de libertades, y en Estados Unidos. Pero de mayor trascendencia: el fin de la experiencia chilena —presentía Tacglen— simplificaría en exceso la inutilidad del camino legalista en el cambio de estructuras y radicalizaría a las izquierdas. Además, la irrupción del fascismo se podría convertir en un patrón sudamericano.

Índice publicó múltiples reportajes y hasta una cronología de las horas previas al golpe. La visión general es la que en buena medida sostuvo casi toda la izquierda española: señalando a Estados Unidos, la derecha y la democracia cristiana —«que solo respetaban la legalidad constitucional cuando la tenía en las manos»— como los instigadores y responsables del golpe. Destacaba la figura de Allende y su apego a la legalidad, sin dejar de mencionar el choque entre las visiones al interior de la UP, que Claude Fuzier, socialista francés, sintetizaba así: «¿están condenadas las fuerzas de izquierda del mundo a oscilar siempre entre la derrota, el compromiso y la conquista del poder por la fuerza?». La respuesta, algo ambigua, insinuaba una actitud de espera hasta que se alcanzara una mayoría por un cambio sin concesiones que rechazara «la falsa imagen de una democracia “legal”, inventada por los pensadores y los activistas del capitalismo» 101.

Las revistas de inspiración cristiana mostraron mayores discrepancias. Antón Cañellas (El Ciervo) enumeraba las lecciones chilenas: la reacción de la derecha y de la oligarquía nunca debía minusvalorarse, «la derecha es la derecha en cualquier parte del mundo». En segundo lugar, la importancia de establecer una correlación correcta entre las fuerzas disponibles y la intensidad (casi más que la profundidad) del cambio: «En Chile se prescindió de una fuerza que aglutinaba un tercio del electorado, un tercio de los sindicatos industriales, la mayoría en las centrales obreras campesinas y universitarias, y se prescindió contando únicamente con el control de una de las tres parcelas del poder, el ejecutivo» 102.

Es decir, ¿se prescindió de la democracia cristiana? En clave menos dialéctica el PDC era menos villano. Luego se había enajenado el apoyo de la pequeña burguesía, fundamental en el debate sobre «las condiciones reales para hacer la revolución». Un último aspecto se centraba en la necesidad de impedir que tanto la izquierda no democrática como la derecha originaran vacíos de poder: «En este sentido del “vacío de poder”, el llamamiento de Allende y la DC al ejército constituye uno de los factores objetivos que facilitaron el golpe» 103. Aspecto de suyo interesante, ya que la decisión de Allende al incorporar a las Fuerzas Armadas al Gobierno después del paro patronal de octubre de 1972 ha sido una de las más estudiadas posteriormente, bajo una perspectiva muy similar 104. En cuanto a la DC, el autor se limitaba a analizar, pero no a justificar. Nada podía respaldar la declaración favorable de una parte del PDC a la acción de los militares, en contraste con la actitud de hombres como Renán Fuentealba, Bernardo Leighton o Radomiro Tomic 105. La gran mayoría de los articulistas realizó esta distinción.

Si Cañellas se refería a la prescindencia, el periodista Mateo Madridejos sería enfático al señalar que los que mucho especulaban con el carácter minoritario del Gobierno de Allende olvidaban dos puntos esenciales: «1. Legalmente, después de confirmado por el Congreso, el presidente estaba autorizado para llevar a cabo su programa (Raymond Aron dixit en Le Figaro). 2. En las elecciones parlamentarias del pasado mes de marzo, los partidos de la Unidad Popular aumentaron sus votos del 36 al 44 por 100, hecho sin precedentes en la historia del país que demuestra el creciente apoyo popular» 106.

Este ha sido otro de los aspectos más largamente debatidos, al que, sin ir más lejos, Lorenzo Gomis ofrecía un contrapunto: «Yo no creo que la experiencia chilena haya mostrado que por vía democrática no se consiga un cambio; lo que ha mostrado es que la democracia es algo más que una vía, y que se deben tomar muy en serio sus exigencias si no se la quiere perder. Por vía democrática se pueden conseguir los cambios que tengan detrás de sí periódicamente una mayoría para sostenerlos. Es una limitación y es una fuerza» 107.

El mito de la totalidad, su tesis en el artículo, podía ser útil para gobiernos autoritarios o totalitarios, pero no para una democracia formal. El propio Allende se había convertido en sospechoso de no ser parte de esa totalidad, de volverse un reformista al que se podía desobedecer en nombre de la revolución. Opinión, esta última, que José María Camarero se encargó de profundizar: «No podemos olvidar que el fracaso inmediato, este atentado contra la democracia en Chile, se debe a la provocación de la izquierda. El sectarismo, la desorganización, el enriquecimiento personal, la irresponsabilidad, han sido en gran parte causantes del fracaso de una revolución socialista que quería caminar por vía legal» 108.

Se trata, con seguridad, de la mayor crítica hacia la izquierda chilena publicada en una revista antifranquista.

La polémica ya visualizada estalló en Cuadernos. «Chile: caen las máscaras» fue el título del número de octubre. ¿Qué máscaras caían? La de la derecha —aunque nunca había ocultado verdaderamente su faz—, la de Estados Unidos —otro actor de antifaces más bien transparentes—, la de las Fuerzas Armadas y, especialmente, la de la Democracia Cristiana: «En relación con esta última, y lo decimos con dolor, no deja de producir cierto estupor su actitud» 109. Parecía claro lo que la mayoría de la DC había «terminado entendiendo por alternancia en el poder cuando este se desplaza hacia la izquierda». Solo permanecía a rostro descubierto Allende, «el revolucionario honesto, el demócrata leal, un gobernante digno, muerto dentro de la ley y por los que se han colocado al margen de ella» 110. No obstante, ¿se podía hablar de fracaso? Sin soslayar los errores de la Unidad Popular, como el daño —por apresuramiento— a los intereses de algunas capas medias o algunas nacionalizaciones no fundamentales económica y psicológicamente poco oportunas u «otros errores consecuencia de la dialéctica de una situación compleja y extremadamente difícil», el gobierno de Allende hubo de soportar: la descapitalización, el bloqueo del cobre, la retirada de créditos, la labor obstaculizadora en el Congreso, las huelgas de carácter político, la abierta y desafiante ilegalidad de Patria y Libertad 111, el asesinato del general Rene Schneider 112 y del comandante Arturo Araya 113, además de la herencia de frustración de las masas por el incumplimiento del gobierno democratacristiano de Eduardo Frei. La UP, con el respaldo de un tercio del electorado, necesitaba la colaboración de importantes sectores de la población para llevar adelante su programa, pero estos eligieron «la vía de la subversión, el terrorismo psicológico y la guerra abierta a los propósitos del gobierno revolucionario».

«Salvador Allende, sin embargo, actuó a cuerpo limpio. Pudo equivocarse (¿y quién no?), pero no puede hablarse honradamente de fracaso. El fracaso es y será de quienes no supieron estar a la altura de las circunstancias, anteponiendo sus intereses y egoísmos a la esperanza de todo un pueblo. La táctica es, desgraciadamente, vieja: primero se crea el caos y luego se alzan las armas no contra los que lo crearon, sino contra los que son víctimas de él. La legalidad que Allende no quiso romper, aunque sí forzar a favor de los desheredados, ha sido definitivamente rota [...]. Las máscaras han caído en Chile. Sin embargo, un rostro continúa en su lugar: el del presidente constitucional, Salvador Allende, muerto en defensa de la dignidad de su pueblo, de la democracia y de la libertad» 114.

Esta es la imagen que perdurará en la izquierda española: la visión emotiva, la idea de la conspiración que va cerrando el cerco sobre una izquierda en extremo legalista e ingenua. En el mismo número Roberto Mesa, Vicente Luis Botín, Mariano Aguilar Navarro y Gregorio Peces-Barba comulgaban con este esquema de análisis que venía a ser el contrapunto a la interpretación que, en el otro extremo, diarios como ABC o Ya hacían de los acontecimientos: toda la responsabilidad correspondía a los errores y arbitrariedades de la UP y de Allende 115. Otra visión sesgada y, a la vez, infinitamente minoritaria en el imaginario colectivo posterior.

El golpe tendría, además, una repercusión inmediata en la construcción del presente y la visualización del futuro al encender el debate sobre la viabilidad de la vía pacífica al socialismo. Roberto Mesa la consideraba una utopía optimista y en cuanto tal no se debía renunciar a ella, pero «en la práctica socialista revolucionaria, la fase de diálogo con las fuerzas burguesas es cada vez más breve. Quizá pueda parecer una afirmación dogmática, pero la construcción del socialismo hasta llegar a una sociedad sin clases pasa por la dictadura del proletariado» 116. Pese a todo, la experiencia era necesaria y no debía ser gratuita: cuando los partidos obreros dialogaran con las fuerzas burguesas debían recordar «el aspecto sonriente de Salvador Allende. Que no olviden sobre todo su cadáver, apresuradamente enterrado; su cadáver, todavía caliente, mientras Eduardo Frei ofrecía los servicios de la Democracia Cristiana chilena a la Junta Militar». Advertencia de futuro que Aguilar Navarro llamaba a teorizar: «La hora actual exige elaborar la teoría de la revolución justa, al igual que en otros tiempos se consagraron los más denodados esfuerzos por construir la teoría de la guerra justa» 117. Más aún, se preguntaba: «¿Hasta qué punto es posible adherirse a la Primavera de Praga después de conocer el septiembre chileno?».

En aquel número especial de Cuadernos las discrepancias aparecieron nítidamente en una encuesta realizada a veintidós colaboradores. De ellos, Mariano Aguilar Navarro, Juan María Bandrés y Joaquín León representaron la postura más extrema en cuanto al uso de la violencia. En una visión intermedia se encontraban José Aumente, Antonio Burgos, Manuel Cintado y Juan Luiz Peralta: «Hay, pues, un momento en que hay que vencer la resistencia burguesa. Si hasta ese momento se ha llegado democráticamente será posible que se consume con el mínimo de violencia [...] lo que no es posible es que se haga sin forzar una situación de poder» 118.

José Luis L. Aranguren veía muy difícil el tránsito democrático al socialismo en cualquier país. No obstante, en el caso chileno no se trataba de socialismo, sino, a lo sumo, de «de abrir lentamente una posible vía hacia él» 119. Este comentario nos sitúa de lleno en la contradicción que planteaba el caso chileno, y es que la pregunta obligada en este punto se reduce al tipo de socialismo del que se trataba. Dionisio Ridruejo daba en el clavo:

«Nunca he entendido lo que quiere decir “vía democrática al socialismo”. La expresión otorga a la palabra “democracia” un valor instrumental y transitivo para ir a otra cosa. ¿Y cuál es el modelo de esa otra cosa? [...]. La parte endeble de la experiencia de Allende la veo en la incorrección de su modelo finalista. Si ese modelo se identifica con las construcciones que conocemos (capitalismo de Estado, dictadura —simbólica— del proletariado) creo que la “vía democrática” no es conducente después de Allende y que tampoco lo fue antes. Si se hablase de socialismo democrático entendería mejor la cosa. Aquí la democracia no es vía, sino forma. Pero esta extensión de la democracia política al orden económico y social (en una sociedad autogestionada) es más bien el horizonte del reformismo. Pienso que ese era el modelo de Allende y siempre lo he lamentado, porque si en nuestro mundo ha habido un hombre inteligente, honrado y psicológicamente preparado para esa empresa, ese hombre era él. Que ni aun así le hubieran perdonado la vida “los insaciables”, eso es ya otra cosa» 120.

Partiendo por similar precisión en torno a la «democracia» y al «socialismo», para el democristiano Óscar Alzaga en Chile se habían pretendido alcanzar los objetivos de la revolución soviética de 1917, pero eligiendo un camino muy distinto. Aunque se apartaba en lo procedimental de la ortodoxia marxista, Allende mantendría una actitud equívoca sobre este punto. La vía democrática hacia el socialismo «no debió ser otra que la de aceptar la mano que inicialmente tendió la Democracia Cristiana y haber formado un gobierno de centro-izquierda» 121. También José María Gil-Robles y Quiñones consideraba que solo el socialismo evolutivo podía impulsar la reforma social y económica si coincidía en su empeño con grupos demócratas de inspiración cristiana. Y para Ruiz-Giménez, si el socialismo humano —no totalitario— era posible hipotéticamente antes, entonces resultaba más necesario que nunca; la cuestión era «reinventar» la vía democrática «cada uno en su respectiva latitud geográfica, sin dejar hueco a la desesperanza» 122. ¿Excluía, por tanto, a los sectores democratacristianos?

En definitiva, la gran mayoría ubicaba en el lado de los culpables a la derecha y a Estados Unidos; la mayoría incluía en este bando a la DC y solo una minoría mencionaba los errores de la Unidad Popular. Respecto de Estados Unidos, únicamente José Luis L. Aranguren, considerando muy grave la actitud norteamericana, subrayaba: «Lo ocurrido en Chile ha sido perpetrado por chilenos» 123; es decir, la tesis de mayor consenso en el propio Chile. En el extremo opuesto se encontraba el socialista Enrique Tierno: el ejército perdía su función clásica para ser un poder coactivo «en favor de intereses económicos que no responden al concepto amplio de clase, sino a grupos muy concretos de presión de carácter internacional» 124.

Mientras el número de Cuadernos generó una venta inusitada —agotó tres ediciones—, Índice anunció el fin del diálogo democristiano-socialista. La tesis de Fernández Figueroa era simple: la alianza entre socialistas y demócrata-cristianos resultaba imposible en España y los acontecimientos chilenos era la mejor prueba de ello:

«Cuadernos se fijó un lema, objetivo o meta: aliar el socialismo con los demócratas cristianos. Ya se ha visto: trampa y sangre [...]. Más de algún lector, a su vez inocente y tosco, imaginó que Cuadernos venía a ser la panacea respecto de la política española “sucesiva”, por venir... Chasco (en Índice lo hicimos notar. ¿Nos guiaba el celo o la envidia? Pienso más bien que el saber político, el cual descarta todo optimismo, facundia, etc.). Ahí están los datos, puestos al día, vigentes y que no cabe tapar “bajo el celemín”. Hombre sin gracia —malhadado—, Frei ha sido en Chile el símbolo de la democracia cristiana, con doble faz, astuta, “culposa” y, al fin, inútil. Cae el telón. Ya no tiene voz (diálogo) el voto frente al fusil» 125.

Cuadernos contestó: «El director de Índice conoce perfectamente cuáles son los objetivos de Cuadernos y no precisamente los que dice. Las víctimas que vos matáis, señor F. F., gozan de buena salud» 126. Si el propósito solo era promover el diálogo político en un ambiente adverso, desde luego que nada había cambiado, pero resulta evidente que «la salud» al menos estaba quebrantada 127. En el número posterior, la redacción de Cuadernos recibió gran número de cartas, entre ellas de José María Gil-Robles y Gil-Delgado, Jaime Cortezo y Julián Guimón, representantes del sector democratacristiano en el consejo de redacción y ausentes de la reunión donde se había discutido la editorial sobre Chile. Los tres se consideraban en minoría dentro de la revista y protestaban ante la utilización del golpe de Estado como «percha» para atacar a la democracia cristiana en términos generales, pero iban más allá al presagiar un horizonte de malos augurios de convivencia nacional, además de la imposibilidad de una alianza democrática dentro del Estado español 128.

Discusión y Convivencia no permaneció ausente. El número posterior al golpe denunciaba el «objetivo, a veces transparente, a veces más solapado, de muchos comentarios escritos sobre la tragedia de Chile, que no era otro más que desacreditar a la Democracia Cristiana del país y, por una torcida traslación, a todas las demás» 129. Discusión y Convivencia buscaba desmantelar la imagen negativa de la Democracia Cristiana chilena, subrayando la disposición a negociar de Patricio Aylwin durante las reuniones con Salvador Allende en julio y agosto de 1973. A mayor abundamiento, «en un principio, algunos sectores de la Democracia Cristiana chilena eran “golpistas”» 130, pero se trataba de un golpismo singular que pretendía restablecer las instituciones democráticas. Por otra parte, si muchos jefes políticos de la DC habían suscrito el golpe o se disponían a entregar sus servicios si estos eran requeridos se debía a «la difícil adaptación personal a una situación radicalmente distinta», pero no a una política de partido. Resultaba claro que los grandes derrotados eran la DC y el PC. «Una desde posiciones de derecha moderada y otro desde una izquierda no revolucionaria, habían coincidido en la necesidad de apartar de Chile el fantasma, ya realidad, de la guerra civil» 131. La izquierda española mentía descaradamente con un objetivo: destruir a la DC o «convertirla en escabel para sus pies» 132. El tenor de la «defensa» obligó a Jaime Cortezo a escribir una carta al director de la revista, Luis Apostúa, para contradecir cada uno de los puntos: en la DC no había golpistas y no se trataba de una derecha moderada, sino de un partido de clara tendencia centro-izquierda. La confusión entre los democristianos españoles era evidente y empeoró cuando Joaquín Ruiz-­Giménez asumió la defensa en tribunales de Luis Corvalán, secretario general del Partido Comunista chileno 133.

Reflexiones finales: cruce y transferencia

El quiebre democrático chileno desató una querella entre los democratacristianos y la izquierda en España —especialmente visible en Cuadernos para el Diálogo y Discusión y Convivencia— que terciaría en la articulación política durante la transición.

Al finalizar la dictadura, cuando llegó la hora de formar amplias plataformas de oposición, los democristianos de Discusión y Convivencia se negaron a legitimar a la izquierda 134, optando por el pacto con los sectores aperturistas del franquismo y la formación de una coalición de centro democrático que pasaría a ser la UCD. En cuanto a Cuadernos, el golpe provocó la crisis interna más importante de la revista y el fin del primer núcleo democristiano 135. Más tarde, Cuadernos se apartó de cualquier fórmula política de signo centrista: optó por el socialismo 136. La izquierda tomó posiciones. Dentro del PC español, la experiencia chilena demostró la necesidad de unidad entre «las fuerzas comprometidas en la dirección y gestión de un proceso de cambio revolucionario» 137. Dicho planteamiento —más retórico que real— desembocó en la Junta Democrática y en la Plataforma de Convergencia Democrática que, en 1976, se fusionaron en Coordinación Democrática.

Finalmente, el Chile de Allende marcó a muchos españoles nacidos después de 1936. El momento en que se cruzaron las historias nacionales se dio desde la misma elección presidencial. Súbitamente una generación ávida de cambio visualizó opciones de futuro. Más tarde, el golpe no solo terminó con el sueño; además la mano ejecutora correspondía al alter ego de Franco, lo que alimentó una visión algo idealizada de la «vía chilena» y, sobre todo, de Allende. Pero de mayor trascendencia y según Joaquín Almunia, con el caso chileno «contemplamos en tiempo real lo que muchos de nosotros conocíamos que había sucedido también en España, pero que no habíamos vivido, es decir, la guerra civil» 138; transferencia fundamental para entender la relación entre ambos países y sus pueblos, específicamente las reacciones a ambas orillas del Atlántico durante el caso Pinochet (1998) y la muerte del dictador (2006) décadas después del golpe 139. Este ha sido, y es, el aspecto subjetivo más característico de la relación hispano-chilena desde la segunda mitad del siglo xx.


* El presente artículo se enmarca en el Programa U-redes titulado «Medios de comunicación, ciudadanía y política». Vicerrectoría de Investigación y Desarrollo de la Universidad de Chile, 2013-2014.

1 Manuel Jesús González: «La economía del franquismo», en José Díaz Gijón et al.: Historia de la España actual, 1939-1996, Madrid, Marcial Pons, 1998, p. 189.

2 Elías Díaz: Pensamiento español en la era de Franco (1939-1975), Madrid, Tecnos, 1983, p. 108.

3 Joan Pecourt: «El campo de las revistas políticas bajo el franquismo», Papers. Revista de Sociología, 81 (2006), p. 216.

4 Elías Díaz: Pensamiento español..., pp. 108-109.

5 Como popularmente se conoció.

6 Editoriales, revistas, centros de investigación. Véase Joan Pecourt: «El campo de las revistas políticas...», p. 217.

7 Ibid., p. 218.

8 Sectores más progresistas de las esferas académicas y religiosas.

9 Joan Pecourt: «El campo de las revistas políticas...», pp. 217 y 218-228.

10 Elías Díaz: Pensamiento español..., p. 159.

11 Retroceso determinado, en buena medida, por una creciente parálisis gubernamental, reflejo de las diferencias entre la clase política que apoyaba al régimen y por el incremento de los actos de la oposición. Véase Álvaro Soto: ¿Atado y bien atado? Institucionalización y crisis del franquismo, Madrid, Biblioteca Nueva, 2005, pp. 99-101, y Javier Tusell: La dictadura de Franco, Madrid, Alianza Editorial, 1996, p. 262.

12 Despacho confidencial del embajador chileno en Madrid, Sergio Sepúlveda, al ministro de Relaciones Exteriores Clodomiro Almeyda, 11 de noviembre de 1970, Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile (en adelante AMRECH), Fondo España, núm. RIE 932/118.

13 Javier Muñoz Soro: «La transición de los intelectuales antifranquistas (1975-1982)», Ayer, 81 (2011), pp. 33-34.

14 Alan Angell: «International Support for the Chilean Opposition, 1973-1989: Political Parties and the Role of Exiles», en Laurence Whitehead (ed.): The International Dimensions of Democratization: Europe and the Americas, Oxford, Oxford University Press, 2001, p. 176.

15 Ibid.

16 Véanse Tony Judt: Posguerra. Una historia de Europa desde 1945, Madrid, Taurus-Santillana, 2006, pp. 807-841, y Salvador Giner: «Southern European Socialism in Transition», West European Politics, 7, 2 (1984), pp. 138-157.

17 Mil días fue el periodo que duró el gobierno de Allende y la Unidad ­Popular.

18 Entangled histories o historie croisée.

19 Jürgen Kocka: «Comparison and beyond», History and Theory, 42 (2003), p. 42.

20 Véanse Michael Werner y Bénédicte Zimmermann: «Beyond Comparison: Histoire Croisée and the Challenge of Reflexivity», History and Theory, 45, 1 (2006), pp. 30-50, disponible en http://www.colbud.hu/mult_ant/Thyssen-­Materials/Werner-Zimmermann.pdf (consultado el 27 de abril de 2015), y Sophie Baby y Michelle Zancarini-Fournel (eds.): Histoires croisées. Réflexions sur la comparaison internationale en histoire. Actes de la journée d’étude du 13 mars 2009, París, Irice, 2010, disponible en http://irice.univ-paris1.fr/spip.php?rubrique75 (consultado el 11 de mayo de 2015).

21 Robert Frank: «Conclusion», en Sophie Baby y Michelle Zancarini-Fournel (eds.): Histoires croisées. Réflexions sur la comparaison internationale en histoire. Actes de la journée d’étude du 13 mars 2009, París, Irice, 2010.

22 Henk Te Velde: «Political Transfer: An Introduction», European Review of History: Revue europeenne d’histoire, 12, 2 (2005), pp. 205-221.

23 Joan Pecourt: «El campo de las revistas políticas...», p. 221.

24 Véase Javier Muñoz Soro: Cuadernos para el Diálogo, 1963-1976: una historia cultural del segundo franquismo, Madrid, Marcial Pons, 2006.

25 La categorización generacional ha sido tomada de Javier Muñoz Soro: «La transición de los intelectuales...».

26 Cuadernos para el Diálogo, 85 (octubre de 1970).

27 Ibid.

28 Ibid.

29 Eduardo Frei Montalva fue el primer presidente democratacristiano de Chile entre 1964 y 1970, y Salvador Allende Gossens fue el primer presidente socialista entre 1970 y 1973.

30 Cuadernos para el Diálogo, 85 (octubre de 1970).

31 Ibid.

32 Eugenio Viejo: «Chile: América Latina en la encrucijada», Cuadernos para el Diálogo, 85 (octubre de 1970).

33 Ibid.

34 Joan Pecourt: «El campo de las revistas políticas...», pp. 210-211.

35 El Ciervo, 199 (15 de septiembre de 1970).

36 Falange Española Tradicionalista y Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista.

37 Blanca Ripoll Sintes: «La revista Destino (1939-1980) y la reconstrucción de la cultura burguesa en la España de Franco», Amnis, 14 (2015), disponible en http://amnis.revues.org/2558;DOI:10.4000/amnis.2558 (consultado el 23 de diciembre de 2016).

38 Ibid.

39 Santiago Nadal: «¿Derecha o izquierda? El continente-test», Destino, 1727 (7 de noviembre de 1970).

40 Ibid.

41 Ibid.

42 Joan Pecourt: «El campo de las revistas políticas...», p. 222.

43 Paola Bellomi: «El concepto de “cultura” en la revista Triunfo (1970-1978): el aprendizaje de la libertad», Arizona Journal of Hispanic Cultural Studies, 14 (2010), p. 86.

44 Joan Pecourt: «El campo de las revistas...», p. 222. Véanse también Joan Pecourt: Los intelectuales y la transición política. Un estudio del campo de las revistas políticas en España, Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas, 2008, y José Romero Portillo (coord.): Triunfo. Una revista abierta al sur, Sevilla, Fundación Pública Andaluza-Centro de Estudios Andaluces, 2012.

45 Denominación singular que evocaba la política europea de entreguerras, la propia historia de España y también la de Chile, con el único Frente Popular fuera de Europa que logró la presidencia en 1938. Sin embargo, en 1970 la coalición triunfadora se denominó Unidad Popular y no Frente Popular.

46 Eduardo Haro Tecglen: «Chile: una prueba decisiva para América», Triunfo, 432 (12 de septiembre de 1970).

47 Al parecer, el peso del franquismo determinaba la semántica, ya que utilizar el término Hispanoamérica y no Iberoamérica conllevaba una connotación ideológica que refería al hispanismo y la hispanidad, términos polisémicos que aluden, en general, a la comunidad de origen y única identidad fundamentada en la metafísica tomista y en la filosofía política del tradicionalismo español.

48 Eduardo Haro Tecglen: «Chile: una prueba decisiva...».

49 Ibid.

50 Ibid.

51 Radomiro Tomic fue el candidato de la Democracia Cristiana en la elección presidencial de 1970. Político avezado y uno de los miembros fundadores del partido, representaba el ala más progresista del mismo. El sector más conservador sería liderado por Eduardo Frei, después del triunfo de Allende.

52 Eduardo Haro Tecglen: «Chile: una prueba decisiva...».

53 Ibid.

54 Véase Carlos Huneeus: La Guerra Fría chilena: Gabriel González Videla y la Ley Maldita, Santiago de Chile, Debate, 2009.

55 Véase Jorge Arrate y Eduardo Rojas: Memoria de la izquierda chilena, Barcelona, Santiago de Chile, Javier Vergara, 2003.

56 Véase Joaquín Fermandois: La revolución inconclusa. La izquierda chilena y el gobierno de la Unidad Popular, Santiago de Chile, Centro de Estudios Públicos, 2013.

57 El Español y La Estafeta Literaria.

58 Jeroen Oskam: «Las revistas literarias y políticas en la cultura del franquismo», Letras Peninsulares, 5, 3 (1992), pp. 389-405, disponible en www.oocities.org/jaoskam/revista.htm (consultado el 3 de octubre de 2017).

59 Jeroen Oskam: «Censura y prensa franquista como tema de investigación», Revista de Estudios Extremeños, 47 (1991), pp. 18-19.

60 Ibid., p. 26.

61 Índice, 280-281 (1 y 15 de diciembre de 1970).

62 Ibid.

63 Más bien democratacristiano.

64 María José Henríquez Uzal: Los mil días hispano-chilenos, 1970-1973, tesis doctoral, Universidad Autónoma de Madrid, 2008, pp. 531-578.

65 Eduardo Haro Tecglen: «Chile como metáfora», Triunfo, 472 (19 de junio de 1971).

66 Eduardo Haro Tecglen: «Bolivia-Chile-Uruguay», Triunfo, 450 (16 de enero de 1971).

67 Índice, 290-291 (1 y 15 de mayo de 1971).

68 Ibid.

69 Javier Muñoz Soro: Cuadernos para el Dialogo..., p. 90. Véase también Fernando Álvarez de Miranda: La España que soñé. Recuerdos de un hombre de consenso, Madrid, La Esfera de los Libros, 2013, cap. 6.

70 Discusión y Convivencia, 22 (abril-mayo de 1972).

71 Xavier Gispert: «Chile en la encrucijada», Triunfo, 485 (15 de enero de 1972).

72 Fusión del partido Conservador, Liberal y Acción Nacional, y referente de la derecha a partir de 1966.

73 Eduardo Haro Tecgler: «Contrarrevolución en Chile», Triunfo, 526 (28 de octubre de 1972).

74 Ibid.

75 Véanse Sergio Bitar: Chile, 1970-1973: asumir la historia para construir el futuro, Santiago de Chile, Pehuén, 1996, y Orlando Millas: Memorias, 1957-1991. Una disgresión, Santiago de Chile, Ediciones Chile-América-CESOC, 1996.

76 Véase Carlos Giner de Grado: El proceso de secularización de la prensa católica en España (1955-1976). La revista «Mundo Social», Madrid, Servicio de Publicaciones de la Universidad Complutense de Madrid, 2000.

77 E. Gómez Caffarena: «Chile: el dilema revolución-libertad», Mundo Social, XIX, 209 (abril de 1973).

78 «Venceréis pero no convenceréis», la célebre expresión del rector de la Universidad de Salamanca provocada por los dichos del general Millán Astray un 12 de octubre de 1936.

79 Juan Martínez García: «Es Chile un país muy largo y todo puede pasar», El Ciervo, 227 (enero de 1973).

80 Cuadernos para el Diálogo, 109 (octubre de 1972).

81 El escándalo ITT y el discurso de Allende en la ONU calaron hondo en un ánimo ciertamente antinorteamericano.

82 Como algunas medidas de política económica o el paralizante cuoteo político en la designación y rotación de puestos en la Administración Pública.

83 E. Gómez Caffarena: «Chile: el dilema...».

84 El Ciervo, 208-209 (junio-julio de 1971).

85 El Ciervo, 217 (marzo de 1972).

86 Héctor Borrat: «América Latina: unida frente al común coloso», Mundo Social, 198 (abril de 1972).

87 Guillermo Medina: «Chile: entre el socialismo y la libertad», Discusión y Convivencia, 22 (abril-mayo de 1972).

88 María Teresa Compte Grau: Cuatro proyectos para un cambio político: El diario «Ya», el grupo Tácito y las revistas «Cuadernos para el Diálogo» y «Discusión y Convivencia» (1966-1976), tesis doctoral, Universidad Pontificia de Salamanca, 2001, p. 650.

89 El ejemplo claro era la República Federal de Alemania.

90 Mariano Aguilar Navarro: «Invierno electoral», Cuadernos para el Dialogo, 115 (abril de 1973).

91 María Teresa Compte Grau: Cuatro proyectos para un cambio político..., p. 602.

92 José Antonio Gurriaran: ¿Caerá Allende?, Barcelona, Dopesa, 1973.

93 Eduardo Haro Tecglen, Triunfo, 570 (1 de septiembre de 1973).

94 Véase José María Díaz Dorronsoro: Cambio 16: historia y testimonio de la mítica revista de la transición democrática española en el 40º aniversario de su fundación, Madrid, Saber y Comunicación, 2012.

95 Juan María Bordaberry fue democráticamente electo presidente de Uruguay en 1972, pero en 1973 instituyó una dictadura apoyado por las Fuerzas Armadas.

96 Cambio 16, 94 (3 de septiembre de 1973).

97 Cambio 16, 96 (17 de septiembre de 1973).

98 Ricardo Utrilla: «Por Allende» y «Suicidaron a Allende», Cambio 16, 96 (17 de septiembre de 1973).

99 Eduardo Haro Tecglen: «Fascismo en Chile», Triunfo, 573 (22 de septiembre de 1973).

100 Ibid.

101 Índice, 338-339 (1 y 15 de octubre de 1973).

102 Antón Cañellas: «Análisis de un proceso», El Ciervo, 235 (septiembre de 1973).

103 Ibid.

104 En su momento, incluso se le consideró como un cogobierno entre la Unidad Popular y las Fuerzas Armadas. Véanse Joaquín Fermandois: La revolución inconclusa..., y Luís Alberto Moniz Bandeira: Fórmula para el caos. La caída de Salvador Allende (1970-1973), Buenos Aires, Ediciones El Corregidor, 2011.

105 El 13 de septiembre de 1973, un grupo de trece destacados militantes democristianos, entre los que se encontraban los tres mencionados, dio a conocer una carta en la que se condenaba el golpe de Estado, en respuesta al comunicado público realizado por Patricio Aylwin (en ese momento presidente del partido) apoyando la acción de las Fuerzas Armadas.

106 Mateo Madrilejos: «El golpe», El Ciervo, 235 (septiembre de 1973).

107 Lorenzo Gomis: «El mito de la totalidad», El Ciervo, 235 (septiembre de 1973).

108 José María Camarero: «Caras largas», El Ciervo, 235 (septiembre de 1973).

109 «Chile: caen las máscaras», Cuadernos para el Diálogo, 121 (octubre de 1973).

110 Ibid.

111 Del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) solo se hace una mención para empatarlo con este grupo de derecha.

112 Comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, asesinado el 22 de octubre de 1970. Fue secuestrado por un grupo de ultraderecha como un intento para detener la toma de posesión de Allende y la acción culminó con su muerte.

113 Edecán naval de Salvador Allende, asesinado el 26 de julio de 1973 por un comando de extrema derecha.

114 «Chile: caen...».

115 María José Henríquez Uzal: Los mil días hispano-chilenos..., pp. 531-578.

116 Roberto Mesa: «Chile no es una excepción», Cuadernos para el Diálogo, 121 (octubre de 1973).

117 Mariano Aguilar Navarro: «¿Solo Allende ha muerto?», Cuadernos para el Diálogo, 121 (octubre de 1973).

118 «Chile a encuesta», Cuadernos para el Diálogo, 121 (octubre de 1973).

119 Ibid.

120 Ibid.

121 Ibid.

122 Ibid.

123 Ibid.

124 Ibid.

125 Juan Fernández Figueroa: «Fin del diálogo democristiano-socialista», Índice, 340 (1 de noviembre de 1973).

126 Cuadernos para el Diálogo, 123 (diciembre de 1973).

127 Véanse Javier Muñoz Soro: Cuadernos para el Diálogo..., y María de la Paz Pando Ballesteros: Los democristianos y el proyecto político de «Cuadernos para el Diálogo», 1963-1969, Salamanca, Ediciones de la Universidad de Salamanca, 2005.

128 Cuadernos para el Diálogo, 122 (noviembre de 1973).

129 Discusión y Convivencia, 29 (julio-agosto de 1973).

130 Ibid.

131 Ibid.

132 Ibid.

133 María de la Paz Pando Ballesteros: Los democristianos y el proyecto político..., p. 67.

134 María Teresa Compte Grau: Cuatro proyectos para un cambio político..., p. 656.

135 María de la Paz Pando Ballesteros: Los democristianos y el proyecto político..., p. 147.

136 María Teresa Compte Grau: Cuatro proyectos para un cambio político..., pp. 609 y 851.

137 Javier Muñoz Soro: Cuadernos para el Diálogo..., p. 304.

138 Citado en José Cayuela y Sergio Contreras (eds.): Chile y España, diálogos y encuentros, Madrid, Aguilar, 2002, pp. 99-100.

139 Véase María José Henríquez Uzal: «Una historia cruzada: el reencuentro democrático entre Chile y España (1990-2014)», en José Manuel Azcona Pastor (dir.): Emigración y relaciones bilaterales España-Chile (1810-2015), Madrid, Dykinson, 2016.