Ayer 117/2020 (1): 21-45
Sección: Dosier
Marcial Pons Ediciones de Historia
Asociación de Historia Contemporánea
Madrid, 2020
ISSN: 1134-2277
DOI: 10.55509/ayer/117-2020-02
© Antonio Moreno Juste
Recibido: 06-11-2017 | Aceptado: 04-05-2018
Editado bajo licencia CC Attribution-NoDerivatives 4.0 License

El relato europeo de España: de la transición democrática a la gran recesión *

Antonio Moreno Juste

Universidad Complutense de Madrid
amjuste@ghis.ucm.es

Resumen: El presente texto tiene como objetivo estudiar la influencia del relato europeo de posguerra en la redefinición del proyecto nacional español tras el fin de la dictadura y en la construcción de la narrativa hegemónica de la España democrática, coincidiendo con la creación de una nueva y europeizante identidad española a partir del ingreso en las Comunidades Europeas. Sin embargo, tres décadas después muchas cosas han cambiado, pero es posible que pocas tan trascendentes desde el punto de vista emocional como la misma consideración del proceso de transición en relación con el relato europeo de España.

Palabras clave: Europa, España, relato, transición democrática, crisis.

Abstract: This article addresses how an established narrative concerning the nature of post-war Europe contributed to the redefinition of the Spanish nation following the end of the dictatorship. It aided in the construction of the hegemonic narrative of democratic Spain, coinciding with the creation of a new «Europeanizing» identity that accompanied the country’s entrance into the European Community. Three decades later many things have changed. However, from an emotional point of view, it is possible that few have been so transcendent as the consideration of the Transition process in relation to the European narrative of Spain.

Keywords: Europe, Spain, narrative, Democratic Transition, crisis.

«El futuro es un escenario lleno de pesadillas».
(Zigmunt Bauman)

Introducción

Pocas cosas en la vida —y por supuesto en el espacio público nacional o internacional— son tan importantes como tener un relato, una buena historia, y es que de algún modo la historia de los pueblos y de las naciones siempre ha sido también la historia de sus relatos 1. Pero toda buena historia necesita contar con unos ingredientes mínimos: necesita un buen referente intelectual, necesita de un conjunto de héroes públicos y anónimos, y necesita, como en las buenas películas, que tenga una cierta continuidad, que no se acabe en un «fin», sino solo en un «continuará». El éxito del relato dependerá por supuesto de su capacidad de enganche, de que la mayor parte de la gente se sienta reconocida e integrada en él 2, y el relato de Europa, hay que reconocerlo, es bastante bueno: habla de un continente que, tras haber alumbrado la Ilustración y la Revolución Industrial, se devastó a sí mismo (y al mundo) en dos ocasiones debido a una irracional y trágica combinación de nacionalismo y totalitarismo 3. El relato prosigue explicando cómo al terminar la guerra los «padres fundadores» se reconciliaron y unieron en un hermoso «nunca más» que les llevó a crear la Europa comunitaria que conocemos hoy 4. Pero lo mejor está por llegar, porque la narración europeísta promete acabar con un final feliz llamado «Estados Unidos de Europa» en el que todos los pecados de la memoria se redimirán y el nacionalismo y la xenofobia habrán desaparecido de la faz del continente por siempre jamás 5.

Un relato, en consecuencia, puede ser explicado como una elaboración selectiva de hechos en los que subyace un cierto latido metafórico y a los que se les quiere conferir una coherencia narrativa. Lo que no es, es una mera enumeración de acontecimientos históricos, ni una fuerza ineluctable, ni tampoco un listado de deberes futuros, sino una narración que confiere ciertos significados a acciones pasadas y futuras 6. Significados a los que se da aprobación y hacen inteligible un proyecto colectivo confiriéndole legitimidad social 7. En ese sentido, no debe olvidarse que el relato viene a funcionar como un bastidor sobre el que se modulan los discursos de diferentes actores y que, a pesar de la pérdida de sustancia y la apelación a las emociones, es algo más que un atajo retórico o una mera técnica de persuasión en búsqueda de consignas de solidaridad grupal, por lo que no puede sorprender ni la tendencia a la continuidad más que al cambio, ni la pluralidad de narradores o el interés social y político por su control 8. Cualquier aproximación a estas cuestiones, por tanto, debe realizarse con cautela y teniendo presente que los historiadores no pueden conformarse con ser unos meros «contadores de historias» ni ignorar tampoco que toda narración es una selección interesada de información sobre la realidad en relación con el pasado 9.

A partir de Paul Ricoeur y Hyden White, que, desde posiciones diferentes en los años ochenta, comienzan la reivindicación de la narración en el quehacer histórico 10, se han venido realizado investigaciones dirigidas a demostrar su importancia para la comprensión del mundo simbólico y cultural 11. Un marco que, si bien ha venido asociado de manera conceptual al giro narrativo 12, ha dado lugar a un variado elenco de propuestas metodológicas hasta convertirse en una interesante herramienta para comprender la construcción de los consensos y disensos en torno a los proyectos políticos colectivos y la construcción de identidades 13. Por ello ha alcanzado ese carácter de mantra que caracteriza su valor de uso como indisociable de toda acción política en el fragmentado mundo actual.

No obstante, el estudio de las narraciones en el contexto de los European Studies 14 es, con algunas notables excepciones 15, algo novedoso 16. De hecho, su desarrollo en los últimos años es preciso relacionarlo con la profundidad de la crisis experimentada por el proyecto europeo 17 y, en especial, lo que muchos consideran el agotamiento de los grandes relatos sobre sus orígenes y, más en concreto, de la épica emanada de la narración europea de posguerra 18. Asimismo, y por extensión, su objeto de estudio se ha dirigido de forma progresiva a considerar su impacto sobre las narraciones nacionales, deudoras en mayor o menor medida de una legitimidad procedente del éxito del proceso de integración 19.

Por otra parte, el estudio del caso europeo ha puesto de manifiesto que su relato no solo no resulta inmutable, sino que su agotamiento «relativo» se relaciona con la pérdida de aceptación entre aquellos a los que va dirigida 20. Es decir, cuando deja de ser una referencia en positivo, compartida por la gran mayoría de los ciudadanos europeos, para transformarse en símbolo de la crisis sistémica por la que atraviesa el proceso de construcción europea como proyecto, incluyendo a las instituciones a las que ha dado lugar 21. Entre sus causas, la alusión al abuso de la idea de inevitabilidad funcional por parte de las políticas culturales desarrolladas por la Unión Europea durante los últimos veinticinco años 22 se ha convertido en un lugar común, mientras que el corolario al que ha dado lugar —la necesidad de un nuevo relato europeo— se ha transformado en el punto de partida de una nueva narración, cuya idea fuerza incide en la premisa de que «Europa no tendrá sentido mientras no tenga un relato que pueda ser entendido y aceptado por sus ciudadanos» 23. O por expresarlo en otros términos —y por paradójica que parezca la situación—, la afirmación de que Europa necesita un nuevo relato 24 ha resultado en sí misma el punto de partida de otro relato que, con variantes, pretende tanto explicar el problema de los déficits de ininteligibilidad como dar respuesta al déficit de legitimidad social del proyecto europeo en la actualidad25.

* * * 25

Por lo que se refiere a las relaciones España-Europa, el relato de la Europa de posguerra, y, dentro de él, el construido en torno al proceso de integración, ha tenido una enorme influencia —y no solo metafórica— en la redefinición del proyecto nacional español que se produce con la apertura de un nuevo ciclo histórico tras el fin de la dictadura franquista 26. Una construcción que coincide con lo que se considera la creación de una nueva y europeizante identidad española a partir del ingreso en las Comunidades Europeas el 1 de enero de 1986 27, hito simbólico que representa el final de la Transición. Desde entonces Europa se presentará como pieza clave de su relato hegemónico y como un potente catalizador de las expectativas de modernización abiertas con el cambio político entre la sociedad española, lo que vincula a España con el metarrelato de la modernización funcionalista dominante en el ámbito occidental 28.

Sin embargo, tres décadas después del regreso a Europa muchas cosas han cambiado, también desde el punto de vista sentimental, pero es posible que pocas sean tan trascendentes como el giro emocional experimentado tanto en la mirada hacia Europa como en la misma consideración del proceso de transición en relación con el relato nacional de España 29. En primer lugar, y a pesar de su rápida consolidación como narración canónica, la adhesión a las instituciones europeas no resultó fácil, exigió sacrificios —y de ello se hizo eco la narración socialista que en un principio presentó a Europa en esos años como «la luz al final del túnel»— 30 y tuvo que superar difíciles y complejos condicionantes (desde la situación política española a la redefinición del modelo de integración europea, de un contexto internacional marcado por la Guerra Fría a una difícil coyuntura económica mundial), pero el positivo balance que pronto se hizo de aquel periodo marcó de manera profunda la idea —real o imaginada— que de Europa se proyectaría a la sociedad española durante las siguientes décadas.

Se gestó así, en segundo lugar, un relato que vinculaba a las Comunidades Europeas y al mismo proceso de integración con la normalidad y modernidad alcanzada tras la recuperación de las libertades 31. España se transformaba en un «país de éxito» y la imagen de euroentusiasmo que se proyectó del país se adecuaba a la perfección a la visión positiva y autocomplaciente de los relatos del proceso de transición construidas en el tránsito de los años ochenta a noventa, sobre todo coincidiendo con un momento de éxitos exteriores que suponían un cambio radical en el papel internacional de España en sintonía con un proceso interno de transformación acelerado, y no solo de las infraestructuras públicas, sino también de la misma sociedad española.

En tercer lugar, esa correlación, sin embargo, parece haberse reducido de forma drástica a partir de 2011, cuando España comienza a sentir de lleno los embates de la crisis económica de forma semejante a como poco antes lo sintieron otros países periféricos de la zona euro 32. Desde esos momentos, de manera progresiva se irá acentuando la proyección de una imagen de fin de ciclo —y no solo en la relación con Europa, sino también de agotamiento del régimen de 1978— 33 y de profunda incomodidad entre buena parte de la sociedad española ante el discurso de las instituciones nacionales y europeas sobre la gestión de la crisis, y que se confundía con un sentimiento de desesperanza en el futuro 34. Una situación que, por cierto —conviene recordarlo—, es asimilable a las reacciones de otros países de nuestro entorno, marcadas por el crecimiento del descontento y el escepticismo hacia el proyecto europeo y de crisis de los proyectos nacionales 35.

El relato europeo de posguerra y el proceso
de integración europea

Según el profesor Jover, «los historiadores han contribuido a moldear una parte de la conciencia colectiva, sobre todo la que se ha ido forjando en torno al papel de España en el mundo» 36, y esa es una responsabilidad extensible a los historiadores europeos en relación con la idea de Europa y la unidad del viejo continente. De hecho, durante varias generaciones han retratado de manera habitual la construcción europea 37 como la historia de un éxito sin precedentes, como un relato en el que, con diferentes variantes, se ha venido narrando el avance y la expansión del proceso de integración, primero de seis a nueve países, después a doce, luego a quince y hoy a los actuales veintisiete Estados miembros de la Unión Eu­ropea 38. Un proyecto en el que se embarcaron los europeos de la segunda mitad del siglo xx al intentar construir una unión que superase los Estados nacionales, «el único proyecto realmente utópico y apasionante de las últimas décadas» 39. Y este es, según Tony Judt, «el mito fundacional por excelencia de la Europa moderna, que la Comunidad Europea fuera y siguiera siendo la semilla de una idea paneuropea más amplia [...]. Sin este mito todos los medios por los que esta Europa cobró vida —el plan Marshall, la CECA, la planificación económica indicativa, la OCDE, la PAC, etc.— no habrían pasado de ser un montón de soluciones prácticas a problemas concretos» 40.

El origen de ese relato europeo —un «christmas story» a juicio de Jost Duffer— 41 se encontraría en la actitud complaciente de una gran mayoría de políticos y estudiosos que ha convertido la reconciliación en el nudo del relato europeo, proyectando la imagen de una historia ejemplar que ha convertido a antiguos enemigos en socios, unido políticamente a todo un continente y estimulado de forma paralela la acumulación y redistribución de riqueza. O dicho de otra manera, un continente de paz que se construye a través del proceso de integración, un modelo político y social, y un poderoso referente económico y cultural para el conjunto de países europeos que no participaron en las primeras fases del proceso de construcción europea primero —como España— y, después, para el resto del mundo. Y es que, como decíamos al comienzo de estas páginas, el relato de Europa es bastante bueno —no olvidemos que consta, como las grandes epopeyas, de huida, travesía del desierto y tierra prometida—. Pero ahí reside también su principal talón de Aquiles, ya que si bien este relato, como la misma idea de Europa, reivindica la aspiración a la racionalidad de la Ilustración, tiene mucho de acto de fe que hay que renovar con periodicidad 42.

De hecho, su punto de partida se encuentra en la propia actitud de los políticos, que no han perdido, desde el tiempo de los «padres fundadores», ninguna oportunidad para explicar que la razón que les ha movido ha sido siempre el idealismo, el deseo de realizar un viejo sueño europeo, aunque es discutible que, en realidad, creyeran en ello y que sus acciones no estuviesen en mayor o menor medida motivadas en la defensa de los respectivos intereses nacionales. Un relato, en suma, construido en gran medida sobre la vocación europeísta de muchos historiadores que, entre sus principales derivadas, permite presentar «Europa» y su proceso de integración a través de lo que Jeremy Rifkin calificó a comienzos de la década pasada como «el sueño europeo» 43.

No puede sorprender, por tanto, el esfuerzo realizado por las Comunidades/Unión Europea, en especial desde los años ochenta, por construir y controlar —también desde el punto de vista histórico— el relato de Europa. Al respecto, un ejemplo —valga como botón de muestra— lo encontramos en la forma en que la Unión Europea se ha presentado a sí misma como parte del relato de la democratización de Europa, como un proceso que avanzaría sin fracturas de Aristóteles a Barroso o Juncker, olvidando con ello la fragilidad que a lo largo de la historia ha caracterizado la construcción de la democracia en Europa en el siglo xx e ignorando muchas de las grandes cuestiones de nuestra actual organización política, económica y social, por no mencionar los aspectos culturales 44.

Sin embargo, el impacto de la crisis económica sobre el relato europeo ha adquirido tal gravedad y la legitimidad del proceso de integración ha llegado a tal grado de erosión durante los momentos más críticos de la misma, que los únicos relatos poderosos que parecían quedar en pie eran las impugnaciones populistas antieuropeas, alimentadas por el juego de echar las culpas a Bruselas, cultivado con fruición por los Estados miembros de la Unión Europea, sobre todo desde mediados de los años noventa, en pleno proceso de convergencia hacia la tercera fase de la unión económica y monetaria.

En cualquier caso, ese distanciamiento, en opinión de Jürgen Habermas, se había iniciado con anterioridad, tras la firma del Tratado de la Unión Europea 45, para traducirse en los últimos años en expresión de la desaparición del consenso permisivo ante el proyecto europeo que había caracterizado a la ciudadanía eu­ropea durante décadas. Un consenso que había beneficiado a las elites dirigentes en el diseño del modelo de Unión Europea y a las que, coincidiendo con la crisis, se comienza a exigir responsabilidades en muy diferentes frentes y, en especial, en la forma en que se ha gestionado 46.

Las paradojas de la identidad europea de España: representaciones y narraciones

Las conexiones de ese relato europeo de posguerra con el caso español son evidentes, y es que, en el fondo, en España no ocurre nada tan diferente de lo que ya se produjo, en relación con los relatos nacionales, en otros países de Europa occidental 47, como fue la búsqueda de nuevas fuentes de legitimidad a través de la construcción europea, sobre todo a partir de ciertos valores humanistas, liberales y democráticos compartidos, a partir de los cuales se articularía dentro del proyecto europeo una identidad común 48.

En cualquier caso, conviene no olvidar la existencia de características en su devenir histórico que le confieren personalidad dentro del marco europeo. En primer lugar, el papel que ha desempeñado la relación España-Europa en la construcción de los grandes metarrelatos forjados sobre la historia de España a partir de la construcción del Estado liberal 49, y en ese sentido no puede sorprender que, considerando las coordenadas sociopolíticas en que se desarrolla el proceso de transición democrática, la búsqueda de entronque con el relato de éxito que ha sido la historia de la integración europea se realice en esos momentos, coincidiendo con los esfuerzos intelectuales dirigidos a la construcción de una nueva identidad europea para España; esfuerzos que, por supuesto, han tenido su consiguiente traslación historiográfica 50.

En segundo lugar, es necesario recordar que las relaciones España-Europa se han visto condicionadas históricamente por una serie de imágenes recurrentes. Esas percepciones, asumidas desde la reflexión o asimiladas de forma muy elemental, han incidido en la formación de los relatos sobre los que se ha reconfigurado el marco simbólico de la relación España-Europa a lo largo del siglo xx. El primero de ellos tiene como matriz la tradicional idea regeneracionista de la excepcionalidad de España y se construye sobre la visión de España como un mundo aparte, marginado por la naturaleza y la historia de las pautas continentales 51. Es decir, sobre el recurso explicativo de lo que se dio en calificar como el fracaso de España, resultado de la «primacía del conflicto interno», cuyo origen se instala en el ámbito de la «modernización insuficiente» de un ayer todavía cercano y —es probable— no superado por completo 52. Y esta «excepcionalidad» 53 ha sido el estereotipo básico de las relaciones España-Europa que ha imperado en el imaginario social de los españoles hasta la adhesión a la Comunidad Europea en los años ochenta de la pasada centuria, en que con la llegada de la «euronormalidad» se comenzó a pensar la historia de España como una «variable europea» más 54.

Y, por último, es preciso tener en cuenta que ese relato —que de alguna manera se reclamaba continuador de los anhelos de modernización de la sociedad española durante el primer tercio del siglo xx— se acabó transformando en pieza clave del relato canónico de la Transición a partir de la percepción de euronormalidad alcanzada tras la recuperación de las libertades democráticas. Como afirma Santos Julia: «Herederos del gran relato del fracaso de España, la consolidación de la democracia y la entrada en Europa indujeron a repensar la historia en otros términos, como una variante de la historia europea» 55.

Cualquier resumen sobre sus notas más características tendría necesariamente que tener en cuenta las siguientes ideas fuerza:

— España empezó el siglo xx con la experiencia de un aislamiento producto de la guerra con Estados Unidos por Cuba; una derrota que las elites y el Gobierno interpretaron en su momento como resultado en parte del ostracismo del país. España puso entonces todas sus energías en vincularse a Europa como medio de romper con el alejamiento de los asuntos exteriores y con su marginación respecto de los ritmos económico-sociales y científicos del viejo continente.

— Pero el impulso se quebró con la Guerra Civil y todo lo que estaba en germen no se recuperaría hasta los años setenta. La dictadura de Franco ha sido, pues, una larga interrupción del camino de España hacia Europa; una fractura que cerró a España las puertas de las instituciones europeas y que solo se superó tras el retorno de la democracia 56.

— De hecho, tras la muerte de Franco, la sociedad española desplegó un gran esfuerzo en la tarea de remodelar sus relaciones externas y definir con claridad la posición internacional de España, asumiendo unas coordenadas europeas desde el punto de vista del modelo político y social e insertándose en el entramado de intereses económicos y político-defensivos del mundo occidental 57.

Así, en esa nueva actitud —que pretendía poner fin a los reflejos aislacionistas de etapas anteriores— se quiso ver el factor de apertura que propiciaría la mayor aproximación de la sociedad española a sus homólogas europeas en cualquier otro periodo histórico anterior en la época contemporánea 58. Una transformación que, en el ámbito de la política exterior, pondría en marcha un relato de indudable éxito durante un tiempo, la del paso del aislamiento a la influencia en la dimensión internacional de España 59.

Es indudable que su formulación fue también consecuencia de la lectura realizada sobre Europa y su papel en el mundo entre buena parte de la intelectualidad española en los años posteriores a la Transición, que relacionó a Europa con la emergencia y, en cierto modo, con la invención de una nueva tradición y de una nueva identidad: la de una España democrática, contrapuesta a la España franquista, en la que destacaban los sentimientos de pertenencia a Europa 60. De ese modo, la integración de España en las instituciones europeas se observó, junto con la «reconciliación nacional» basada en el olvido y la pérdida de la memoria histórica, como uno de los mitos fundacionales de esa nueva identidad nacional 61. Una fórmula que ayuda a explicar la falta de atención explícita prestada al pasado, en abierto contraste con el énfasis en un futuro esperanzador de democracia e integración europea 62. Según Víctor Pérez Díaz, se trataba de una nueva tradición que fue calificada «como una construcción deliberada, resultado del esfuerzo de los españoles por combinar una imitación de los modelos europeos occidentales con la aplicación de las lecciones, duramente aprendidas, de nuestra propia experiencia» 63.

El núcleo de la argumentación se basó en dos elementos. De una parte, la convicción político-intelectual que se comenzó a desarrollar en los años previos a la Transición de que no había habido ningún proyecto nacional en la España contemporánea que no hubiera estado vinculado de manera estrecha a la recuperación de su vocación europea, es decir, el retorno a la idea tradicional de la intelligentsia liberal española de los dos últimos siglos 64, pero también como fórmula para erosionar los fundamentos de una dictadura y preparar un terreno común sobre el que fuera posible edificar la paz civil y la convivencia ciudadana 65.

De otra, la idea, muy socializada en los años de la consolidación democrática, de que los cambios acontecidos en España tras el fin de la dictadura tenían como hilo conductor la apuesta europea. Es más, se transformó en un lugar común señalar como punto de inflexión el momento en que comenzó a destacarse con una fuerza cada vez mayor en el imaginario colectivo de los españoles la ecuación: Europa=Bienestar=Democracia 66. Como escribía Antonio Muñoz Molina: «Europa será la representación de un anhelo general de libertad y la esperanza particular de cientos de miles de emigrantes, con esa mezcla algo ingenua de romanticismo y modernidad que mantendrá la palabra “Europa” para los oídos españoles hasta los años ochenta» 67.

Asimismo, esta narración presentaba la relación España-Europa como un movimiento pendular que habría oscilado entre esa «modernización insuficiente» de ayer y lo que de forma mayoritaria se consideró, hasta el estallido de la crisis de 2008, como la euronormalidad actual. Su objetivo —entroncar con ese relato de éxito que era la historia de la integración europea— se realizó a partir de la recuperación democrática y nuestro retorno a Europa, coincidiendo así con la construcción de una nueva identidad europea de España a partir de la presentación de la historia de España como una variable europea y a los españoles como unos «europeos sin complejos» 68. O como afirma Emilio Lamo de Espinosa, «la superación de la excepcionalidad del problema de España para dar paso a una normalizada “España europeizada”» 69.

Más pronto que tarde, el relativo agotamiento de esa narración 70 debía trasladarse —bien desde el punto de vista de las agendas de investigación, bien desde el punto de vista metodológico— a la forma de ver nuestro pasado inmediato y por defecto también a la perspectiva europea de España, una vez que hacen aparición las primeras señales de una reacción historiográfica —más o menos limitada— frente a la presunta hegemonía explicativa del paradigma de la euronormalidad alcanzada por España 71. De una parte, con el retorno de la preocupación por el destino de España como proyecto nacional tras consumar su normalización europea, reabriendo un debate esencialista en torno al ser de España —y del que ya se tuvo noticia unos años antes— 72 y de manera indirecta relacionado con el contexto de crisis económica y de validez del proyecto eu­ropeo en un mundo globalizado. De otra, con la constatación de que las finas costuras de la normalización de la historia de España en el conjunto europeo —ya constatadas en los años noventa— eran demasiado sensibles como para resistir los excesos interpretativos sobre el pasado y, sobre todo, la lectura unidimensional del presente que se desarrolló, coincidiendo con el cambio de ciclo histórico, en la primera década del siglo xxi 73.

En ese sentido, es preciso recordar cómo la sociedad española tuvo que afrontar casi de forma simultánea una compleja homologación con Europa de carácter interno y un esfuerzo sostenido de adaptación a los vertiginosos cambios procedentes del exterior, con el consiguiente aumento de las dudas en torno a sus marcos de referencia. De modo que en la búsqueda de nuevos referentes se acabó convirtiendo un lugar común considerar que Europa y las instituciones comunitarias desempeñaron un papel clave en los procesos de modernización y cambio acaecidos en España desde los años setenta 74.

De la euronormalidad (alcanzada y perdida)
a la deseuropeización

Esa narración, sin embargo, ha sufrido un importante desgaste desde los años noventa, que se agudiza hasta el extremo de que se ha puesto en cuestión el mismo relato europeo de España, muy ­vinculado —por cierto— con el mantenimiento de cierto estatus internacional muy erosionado con la crisis económica 75. Para comprender la complejidad de la situación y la gravedad del shock es preciso recordar que durante varias generaciones se había presentado la construcción europea como la historia de un éxito sin precedentes 76, como un relato en el que, con diferentes variantes, se ha venido narrando el avance y la expansión del proceso de integración y del que España debería formar parte. Un proyecto en el que los europeos se habían embarcado —y también los españoles desde la adhesión a la CE— con el objeto de construir una unión que superase los Estados nacionales, a juicio de muchos «el único proyecto realmente utópico y apasionante de las últimas décadas» 77, o al menos así se había creído.

Una de las principales consecuencias para el caso español que se derivan de esos cambios, sobre todo en relación con la evolución del proyecto europeo hasta la actual Unión Europea, es que durante los años más duros de la crisis, entre 2012 y 2015, el círculo virtuoso orteguiano, «si “más Europa” no necesariamente significa “más España”», entonces el europeísmo que ha guiado nuestra acción política durante los últimos veinticinco años ya no parece ser la respuesta automática a todo nuevo desafío, un europeísmo que, por otra parte, permitió modular las tensiones identitarias entre el Estado y los nacionalismos periféricos. La crisis, por tanto, ha roto, o parece romper, el relato de progreso continuo en el que la sociedad española se había instalado desde los años cincuenta del pasado siglo: varias generaciones de españoles no habían conocido hasta ahora más que una mejora general de sus condiciones de vida que parecía no tener fin y que colocaba a España de nuevo como una gran nación en el contexto occidental.

De hecho, hoy el relato europeo de España no puede presentarse tan solo —como era habitual hasta ahora— desde la perspectiva de un «christmas story», un cuento de Navidad del que forme parte una España democrática y europeizada en aras de su normalización 78; una situación que nos conduce a considerar una ironía y una paradoja. La gran ironía reside en que, en un país que ha construido su identidad democrática contemporánea en torno a la idea de Europa, haya sido Europa precisamente quien la ha situado al borde del precipicio. La paradoja, en que lo dramático para España es que no hay plan B, ya que, como hemos afirmado antes, es difícil encontrar para el caso español algún interés económico, político, estratégico o moral que no pase por Europa o que no esté atravesado, en mayor o menor grado, de interés europeo 79.

Es posible que el corolario resida en que el referente Europa tal y como se ha construido a ojos de los españoles ya no parece tan real como se ha representado en las últimas tres décadas. Y poco a poco se va asemejando a un icono que entre todos hemos ido construyendo a base de proyectar sobre él nuestros miedos, debilidades, deseos y pasiones. Europa, en definitiva, se ha utilizado en demasiadas ocasiones para ocultar errores, no asumir responsabilidades y, más recientemente, completar el círculo permitiendo la imposición desde fuera del cumplimiento de reglas que hemos hecho nuestras. Y como viene siendo la norma en esta relación tan compleja entre España y Europa, todo ese trasiego alentó un europeísmo de usar y tirar y, sobre todo, oscurece un hecho fundamental: que no hay un «Europa» y un «nosotros» que existan por separado.

Por otra parte, se tiene la sensación de que los treinta años de España en Europa se han cerrado en falso, sobre todo cuando se ven aflorar viejos vicios y debilidades que se creyeron ya superados. Es evidente que el futuro no es lo que era 80. Como ha señalado Ignacio Molina, el problema es que, víctima de la autocomplacencia, España se ha deseuropeizado en los últimos años tanto en lo relativo a la política económica como a la política exterior, situándose en una situación excéntrica o periférica con respecto al núcleo eu­ropeo y que ha afectado al conjunto de la sociedad española 81. Hablar de «deseuropeización» de España, por tanto, no parece hoy una exageración, sino un instrumento de análisis que nos obliga a pensar cómo articular una segunda europeización amparada en un europeísmo de nuevo cuño, un europeísmo posmoderno, ya que no es suficiente presentar la integración europea como un relato de éxito, como «un cuento de Navidad» en el que participe una España democrática y europeizada 82.

En cualquier caso, España no es el único país europeo que ha sufrido una compleja relación con Europa y que pensó haber encontrado, al menos de manera parcial, su solución a través del proceso de construcción europea 83. Ni en eso parece España tan excepcional: con distinta intensidad y condicionantes internos y externos muy diferentes, los grandes Estados europeos —y entre ellos Francia y Alemania— han tenido que resolver conflictos de identidad nacional y de vocación internacional a lo largo del siglo xx en relación con Europa o a través de Europa que hoy están profundamente cuestionados. No olvidemos, por ejemplo, que la narración del papel especial de Francia en Europa y en el mundo pierde hoy buena parte de su sentido histórico si, como nos recuerda Ulrich Beck 84, en el terreno de la política exterior, el poder global de Francia se asentaba en la posición excepcional del país en la Unión Europea y en el motor franco-alemán de la europeización. Sin embargo, la idea de que los asuntos europeos pueden ser arreglados en una alianza con Alemania dominada por Francia no solo está minada por la mala ejecutoria económica de Francia, sino, sobre todo, por el hecho del cambio de equilibrios de poder en Europa, más aún desde la activación del Brexit que inicia el camino de la salida del Reino Unido de la Unión Europa.

Lo cierto es que, con independencia de los diferentes relatos nacionales incluyendo el español, la historia europea de posguerra, como la de España entre 1986 y 2010, ha sido un periodo de progreso genuino en el que la integración económica y política de Europa ha desempeñado un gran papel tanto en el logro de la paz como de la prosperidad y, por supuesto, en la formación de la Europa tolerante y democrática que conocemos. Una historia de éxito que, en cierto modo, queda empañada si la miramos solo desde el presente, algo que también, insistimos, es asimilable al caso de España.

Como afirma Zygmunt Bauman en su libro póstumo Retrotopia 85, el mundo moderno está aquejado de una epidemia global de nostalgia, de un anhelo afectivo de una comunidad dotada de una memoria colectiva, de un ansia de continuidad en un mundo fragmentado. Y este es, en definitiva, un mecanismo de defensa frente a los ritmos acelerados y a las convulsiones históricas del presente, y, en ese sentido, los europeos sentimos añoranza de aquella Europa unida, fuerte y solidaria por la que la gente porfiaba, mientras en España recordamos con nostalgia cuando el país superaba en riqueza a Italia y amenazaba con adelantar a Francia hace apenas una década. Puede que nada de todo eso fuera tan real como ahora nos parece, pero al menos resultaba estimulante.


* Este artículo forma parte del proyecto de investigación «España y Portugal ante la segunda ampliación de las Comunidades Europeas. Un estudio comparado, 1974-1986», ref. HAR2017-84957-P.

1 Como afirman José Álvarez Junco y Gregorio de la Fuente: «Es algo bien sabido y habitual en toda sociedad humana que las narraciones sobre su pasado, más que indagaciones guiadas por un mero interés por el conocimiento de lo que ocurrió, sean ante todo pilares básicos sobre los que se edifica la identidad colectiva» (José Álvarez Junco y Gregorio de la Fuente Monge: «Introducción», en El relato nacional. Historia de la historia de España, Madrid, Taurus, 2017, p. XIV).

2 Con independencia del uso y abuso que en los últimos tiempos se viene realizando del término «relato», al que de manera peyorativa se relaciona como una forma cursi de referirse a la idea de «cuento», es preciso hacer notar que se trata de un concepto análogo al inglés «story» o al francés «récit».

3 Véase Rita Ribeiro: «Narratives of Redemption: Memory and Identity in Europe», en Rosa Cabecinhas y Lilia Abadia (eds.): Narratives and Social Memory: Theoretical and Methodological Approaches, Braga, University of Minho, 2013, pp. 221-231.

4 Antonin Cohen: «El “padre de Europa”. La construcción social de un relato de los orígenes», en Salvador Forner y Heidy-Cristina Senante (eds.): La unidad europea. Aproximaciones a la historia de la Europa comunitaria, Alicante, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Alicante, 2016, pp. 35-52 [edición original: «Le père de l’Europe: la construction sociale d’un récit», Actes de la Recherche en Sciences Sociales, 166-167, 1-2 (2007), pp. 14-29].

5 José Ignacio Torreblanca: «Huida y travesía europea», El País, 23 de marzo de 2017.

6 Mieke Bal: Narratology: Introduction to the Theory of Narrative, Toronto, University of Toronto Press, 2009, pp. 16-17.

7 La iniciativa de la Comisión Europea de abril de 2013 para construir «una nueva narración sobre Europa», en su esfuerzo por revitalizar el espíritu europeo, es buen ejemplo de ello. El punto de partida en este caso es la desconfianza creciente hacia un proyecto que parece no poder dar respuesta a los principales retos del siglo xxi y que ha obligado a la UE a tener que buscar nuevos argumentos que justifiquen su existencia y espoleen de nuevo a sus ciudadanos. Su objetivo es definir una nueva visión del proyecto europeo de la mano de artistas, intelectuales, científicos, académicos y de la ciudadanía europea en su conjunto. La experiencia se desarrolló entre 2014 y 2015. Véase discurso del presidente Barroso: «A New Narrative for Europe», European Commission, 23 de abril de 2013, recuperado de Internet: http://europa.eu/rapid/press-release_SPEECH-13-357_en.htm (consultado el 9 de abril de 2017).

8 Quincy Cloet: «Two Sides to Every Story (Teller): Competition, Continuity and Change in Narratives of European Integration», Journal of Contemporary European Studies, 25, 3-1 (2017), pp. 285-290.

9 Al respecto interesa la lectura de Reinhardt Koselleck: Futures Past. On the Semantics of Historical Time, Nueva York, Columbia University Press, 2004, y desde otras perspectivas, Rosa Cabecinhas y Lilia Abadia (eds.): Narratives and Social Memory...

10 Véanse, al respecto, Paul Ricoeur: Temps et Récit, vol. I, París, Le Seuil, 1983 (edición en español: Tiempo y narración, vol. I, Configuración del tiempo en el relato histórico, Madrid, Siglo XXI, 2004), y Hyden White: The Content of the Form: Narrative Discourse and Historical Representation, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1987.

11 Véanse, entre otros, Theodore R. Sarbin (ed.): Narrative Psychology: The Storied Nature of Human Conduct, Nueva York, Praeger, 1986, y Margaret Somers: «The Narrative Constitution of Identity: A Relational and Network Approach», Theory and Society, 23 (1994), pp. 605-649.

12 Molly Andrews: Shaping History: Narratives of Political Change, Cambridge, Cambridge University Press, 2007; Anna-Christina L. Knudsen y Karen Gram-Skjoldager: «Historiography and Narration in Transnational History», Journal of Global History, 9, 1 (2014) pp. 143-161, y Hazel Reid y West Linden (eds.): Constructing Narratives of Continuity and Change: A Transdisciplinary Approach to Researching Lives, Londres, Routledge, 2014.

13 Véanse, por ejemplo, Hartmut Mayer: «Historical Narrative as Normative Drivers of Integration and Dis-Integration in Europe and Asia», en Philomena Murray y Louis Brennan (eds.): Drivers of Integration and Regionalism in Europe and Asia, Londres, Routledge, 2015, pp. 52-68, y Richard McMahon: «Progress, Democracy, Efficiency: Normative Narratives in Political Science EU Studies», National Identity Critical Inquiry into Nationhood, Politics & Culture, 19, 2 (2017), pp. 231-250.

14 Véanse, entre otros, Ben Rosamond: «Methodology in European Studies», en Kennet Lynggard, Ian Manners y Karl Löfgren (eds.): Research Methods in European Union Studies, Basingstoke, Palgrave Macmillan, 2015, e íd.: «Field of Dreams: The Discursive Construction of EU Studies, Intellectual Dissidence and the Practice of “Normal Science”», Journal of Common Markets Studies, 54, 1 (2016), pp. 19-36. Asimismo, véase Rebecca Adler-Nissen: «Towards a Practice Turn in EU Studies: The Everyday of European Integration!», Journal of Common Markets Studies, 54, 1 (2016), pp. 87-103 [edición en español de Salvador Forner y Heidy-Cristina Senante: «Visiones y realidades de la integración europea», en Salvador Forner y Heidy-Cristina Senante (eds.): La unidad europea. Aproximaciones a la historia de la Europa comunitaria, Alicante, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Alicante, 2016, pp. 19-33].

15 Monica Sassatelli: Becoming European. Cultural Identity and Cultural Policies, Nueva York, Palgrave Macmillan, 2009; Klaus Eder: «A Theory of Collective Identity Making Sense of the Debate on a “European Identity”», European Journal of Social Theory, 12, 4 (2009), pp. 427-447, y Bo Strath: «A European Identity. To the Historical Limits of a Concept», European Journal of Social Theory, 5, 4 (2002), pp. 387-401.

16 Véase el reciente número monográfico de la revista National Identities dedicado a esta cuestión bajo el título de Narrating Europen Integration: Transnational Actors and Stories, coordinado por Wolfrang Kaiser y Richard McMahon [National Identities. Critical Inquiry into Nationhood, Politics & Culture, 19, 2 (2017)].

17 El proyecto europeo se ha definido tradicionalmente como un conjunto de valores compartidos, intereses comunes y una misma visión del mundo que se ha ido forjando a lo largo de la historia, desde la antigüedad grecorromana a la sociedad industrial, dando origen a un patrimonio cultural común bajo el cual reposa la identidad europea. Una identidad que se ha intentado definir como el resultado de un conjunto de aportaciones de intelectuales que, desde Hegel a Mann y desde Ortega a Heidegger, han dejado de ser ideales teóricos para convertirse en realidad y que definen el ser europeo: la razón, el derecho y la democracia. O dicho de otra manera, una identidad que encuentra su sustento en las ideas de libertad, igualdad, solidaridad, derechos del hombre, autoridad de la ley, democracia, justicia social y respeto a la diversidad cultural. Véanse, por ejemplo, Serge Berstein: «Vers quelle Europe? Existe-t-il une identité européenne», L’Europe en perspective. Cahiers français, 298 (2000), pp. 98 y ss., y Antonio Moreno Juste: «La idea de Europa. Balance de un siglo», Cuadernos de Historia Contemporánea, 21 (1999), pp. 161-179.

18 Es posible que el corolario de todo ello lo encontremos en que, de forma un tanto inadvertida, la agenda de investigación ha ido modificando de manera progresiva su enfoque y cambiando la orientación general de la pregunta de base. Si durante décadas los European Studies respondían en última instancia a la certeza liberal de que la construcción europea estaba condenada al éxito, es posible que hoy la pregunta de base se encamina a interrogarse por la causa de sus problemas. De la respuesta que se consiga dar dependerá, en buena medida, la formulación de una nueva narración europea, del «tan anhelado» nuevo relato europeo. Véanse Antonio Moreno Juste: «El fin del relato europeo. La crisis del proceso de integración y su impacto sobre los relatos europeos», Revista de Derecho Comunitario Europeo, 45 (2013), pp. 607-630, e Ian Manners y Philomena Murray: «The End of a Noble Narrative? European Integration Narratives after the Nobel Peace Prize», Journal of Common Markets Studies, 54, 1 (2016), pp. 185-202.

19 Patrick Boucheron y Nicolas Delalande: «Récit national et histoire mondiale. Comment écrire l’histoire de France au xxie siècle», Histoire@Politique, 31 (2017), https://www.histoire-politique.fr/index.php?numero=31&rub=dossier&­item=294 (consultado el 20 de mayo de 2017); Christoffer Leiding Kølvraa: «European Fantasies: On the EU’s Political Myths and the Affective Potential of Utopian Imaginaries for European Identity: European Fantasies», Journal of Common Markets Studies, 54, 1 (2016), pp. 169-184, y Michael Meyer: «Film and European Identity. A German Case Study», en Ib Bondebjerg y Eva Npvrup Redwall (eds.): European Cinema and Television. Culture Policy and Everyday Life, Nueva York, Palgrave Macmillan, 2015, pp. 43-57.

20 Klas-Goran Karlsson: «The Uses of History and the Third Wave of Europeanisation», en Malgorzarta Pakier y Bo Stråth (eds.): A European Memory? Contested Histories and Politics of Remembrance, Nueva York, Berghahn Books, 2010, pp. 38-55.

21 Y que le permita, por ejemplo, a las instituciones europeas hacer frente a los populismos que amenazan el proceso de integración. Véanse, entre otros muchos, Ian Manners: «Symbolism in European Integration», Comparative European Politics, 9, 3 (2011) pp. 243-68, y Monica Sassatelly: «Narratives of European Identity», en Ib Bondebjerg y Eva Npvrup Redwall (eds.): European Cinema and Television. Culture Policy and Everyday Life, Nueva York, Palgrave Macmillan, 2015, pp. 25-42.

22 Con frecuencia se presenta como una reacción ante la progresiva pérdida de épica y de emoción de su argumentario. Cfr. Mark Gilbert: «Narrating the Process: Questioning the Progressive Story of European Integration», Journal of Common Market Studies, 46, 3 (2008), pp. 641-662, y Quentin Jouan: «Narratives of European Integration in Times of Crisis: Images of Europe in the 1970s», Journal of European Integration History, 22, 1 (2016), pp. 11-28.

23 En ese sentido, el relato de la Unión Europea sería el de la inteligibilidad, la transparencia institucional, la capacidad de generar riqueza, competir y ser un protagonista geopolítico que pone orden donde había caos. Véase Ian Manners: «European Communion: Political Theory of European Union», Journal of European Public Policy, 20, 4 (2013), pp. 473-494.

24 Véase Luis Bouza García: «The “New Narrative Project” and the Politicisation of the EU», Journal of Contemporary European Studies, 25, 3-1 (2017), pp. 340-353.

25 Por un lado, el que reivindica un relato único en el que se incorpore el concepto de desintegración y se preste más atención a los retrocesos y crisis experimentados por la construcción europea, y, por otro, el que postula la necesidad de una pluralidad de relatos con el objeto de abrir una competencia democrática en el seno de una Unión Europea entendida como una democracia compleja, capaz de organizar espacios más densos, abiertos e interdependientes que los Estados-nación. Véase Wolfram Kaiser: «Clash of Cultures: Two Milieus in the European Union’s «A New Narrative for Europe» Project», Journal of Contemporary European Studies, 23, 3 (2015), pp. 364-377.

26 Entre la amplísima bibliografía existente sobre el periodo, dos de los últimos estudios aparecidos son los de Santos Juliá: Transición. Historia de una política española (1937-2017), Madrid, Galaxia Gutenberg, 2017, y Xosé Manoel Núñez Seixas: España en democracia, 1975-2011, vol. X de la Historia de España, dirigida por Josep Fontana y Ramón Villares, Barcelona, Crítica-Marcial Pons, 2007.

27 Véase Charles Powell: «España en Europa: de 1945 a nuestros días», Ayer, 49 (2003), pp. 93-98.

28 En ese sentido véase, por ejemplo, Lorenzo Delgado et al.: «El factor internacional en la modernización educativa, científica y militar de España», en Damián A. González, Manuel Ortiz Heras y Juan Sisinio Pérez Garzón (eds.): La Historia, lost in translation?, Cuenca, Universidad de Castilla-La Mancha, 2017, ­pp. 1711-1724. Y, desde la perspectiva del nacionalismo español, Xosé Manoel Núñez Seixas: «Europa como bálsamo identitario», Política Exterior, 186 (2018), pp. 50-55.

29 Al respecto véase María Ángeles Naval y Zoraida Carandell (eds.): La Transición sentimental. Literatura y cultura en España durante los años setenta, Madrid, Visor, 2016.

30 Una forma de instrumentalización política de la idea de Europa que los gobiernos socialistas utilizaron como sinónimo de modernidad con el objeto de eludir algunas críticas o a la hora de defender su posición ante el referéndum sobre la OTAN de 1986. Véase José María Maravall: El control de los políticos, Madrid, Taurus, 2003, esp. pp. 65 y 44-56, respectivamente.

31 Véase el prólogo a José Luis García Delgado, Juan Pablo Fusi y Manuel Sánchez Ron: España y Europa, vol. XI de la Historia de España, dirigida por Josep Fontana y Ramón Villares, Barcelona, Crítica-Marcial Pons, 2008, pp. XV-XVII. Asimismo, interesa la lectura de Joaquín Estefanía: La larga marcha. Medio siglo de política (económica). Entre la historia y la memoria, Barcelona, Península, 2007.

32 Salvador Forner y Heidy-Cristina Senante: «La inflexión del relato sobre la Unión Europea», Ayer, 103 (2016), pp. 213-229.

33 Véase en ese sentido, por ejemplo, Carlos Taibo: España, un gran país. Transición, milagro y quiebra, Madrid, Libros de la Catarata, 2012.

34 Entre otros muchos véase, por ejemplo, Joaquín Estefanía: «España: la bella y la bestia», en Estos años bárbaros, Madrid, Galaxia-Gutenberg, 2015, pp. 33-88.

35 Aline Sierp y Christian Karner: «National Stereotypes in the Context of European Crisis», National Identities, 19, 1 (2017), pp. 1-9. Es posible que el caso griego, dada la gravedad de su crisis de deuda soberana, sea el más estudiado. Al respecto véase Tereza Capelos y Theofanis Exadaktylos: «A Nation under Attack: Perception of Enmity and Victimhood in the Context of the Greek Crisis», National Identities, 19, 1 (2017), pp. 73-90.

36 José María Jover: España en la política internacional (siglos xviii-xx), Madrid, Marcial Pons, 1999, pp. 225-256.

37 Cfr. Wilfred Loth: «Explaining European Integration: The Contribution from Historians», Journal of European Integration History, 14, 1 (2008) pp. 9-26.

38 Wolfram Kaiser: «From Isolation to Centrality: Contemporary History Meets European Studies», en Wolfram Kaiser y Antonio Varsori (eds.): European Union History. Themes and Debates, Londres, Palgrave Macmillan, 2010, pp. 45-65.

39 Christoffer Leiding Kølvraa: «European Fantasies...», pp. 169-184.

40 Tony Judt: ¿Una gran ilusión? Un ensayo sobre Europa, Madrid, Taurus, 2013, p. 152.

41 Jost Duffer: «The Balance of Historiography. The History of European Integration: From Integration History to the History of Integrated Europe», en Wilfred Loth (ed.): Experencing Europe. 50 Years of European Construction, 1957-2007, Bruselas, Nomos, 2008, pp. 17-32.

42 Wolfram Kaiser: «One Narrative or Several? Politics, Cultures Elites, and Citizen in Constructing a “New Narrative for Europe”», National Identities, 19, 2 (2017), pp. 215-230.

43 En concreto, Jeremy Rifkin: El sueño europeo. Cómo la visión europea del futuro está eclipsando el sueño americano, Barcelona, Paidós, 2004.

44 Sobre esta cuestión véase John R. Gillingham: «A Theoretical Vacuum: European Integration and Historical Research Today», Journal of European Integration History, 14, 1 (2008), pp. 27-34.

45 Jurgen Habermas: ¡Ay Europa!, Madrid, Trotta, 2009, pp. 4-9.

46 Desde el punto de vista de la historia de la integración europea véase John Horne: «Une histoire à repenser», Vingtième Siècle. Revue d’Histoire, 71, 3 (2001), pp. 67-72. Asimismo, interesa la lectura de «Entretien avec Pierre Gerbet», realizada el 3 mayo de 2007 por Anne Dulphy y Charles Manigand en Histoire@Politique. Politique, culture et société, 2, 2 (2007), http://www.histoire-­politique.fr/­index.php?numero=02&rub=portraits&item=4 (consultado el 30 de abril de 2017).

47 Wolfram Kaiser y Richard Mcmahon: «Narrating European Integration: Transnational Actors and Story», National Identities, 19, 2 (2017), pp. 149-160. En relación con los países de la Europa del Sur, véase María Elena Cavallaro y Kostis Kornetis (eds.): Rethinking Democratisation in Spain, Greece and Portugal, Londres, Macmillan, 2019.

48 Véase Hartmut Kaelble: Caminos hacia la democracia. Los déficits democráticos de la Unión Europea, Madrid, Biblioteca Nueva, 2005, e íd.: Histoire sociale de l’Europe de 1945 à nos jours, París-Bruselas, Belin, 2013.

49 Sobre esta cuestión véase José Álvarez Junco: Mater Dolorosa. La idea de España en el siglo xix, Madrid, Taurus, 2001, y Santos Juliá: Historias de las dos Españas, Madrid, Taurus, 2004.

50 En buena medida, desde los años ochenta las preguntas que se hacen los historiadores no remiten tan solo a la persistencia del conflicto interno o a las causas por las que fracasara en la construcción de un Estado y una sociedad democrática —la gran diferencia respecto a nuestro entorno inmediato—, sino también a por qué se había tenido éxito en esa empresa. No por qué era España diferente, sino por qué se parece tanto al resto de Europa. En otras palabras, cómo ha logrado España transformarse en un país industrial, urbano, moderno, homologable con los países de su entorno europeo e integrado en sus estructuras institucionales de carácter supranacional. Esa normalización de la España contemporánea supone, de algún modo, una liberación de aquellos procesos que parecían perpetuar el mito de la excepcionalidad. Sin embargo, la patente de normalidad recientemente recuperada no debe funcionar, en nuestra opinión, como una relajación de la función de la crítica histórica o como simple homologación sin más de la historia de la España contemporánea. Al respecto véanse Ricardo Martín de la Guardia: El europeísmo. Un reto permanente para España, Madrid, Cátedra, 2015, y Antonio Moreno Juste: «Las relaciones España-Europa en el siglo xx: notas para una interpretación», Cuadernos de Historia Contemporánea, 22 (2000), pp. 95-134.

51 Sobre los orígenes, evolución y recuperación de estos planteamientos historiográficos véase Pedro Ruiz Torres: «Revolución, Estado y Nación en la España del siglo xix. Historia de un problema», Ayer, 36 (1999), pp. 15-44, esp. pp. 24-25.

52 Santos Juliá: «Anomalía, dolor y fracaso de España», en Hoy no es ayer. Ensayos sobre la España del siglo xx, Madrid, RBA, 2010, pp. 51-52. Asimismo véase Nigel Townson (ed.): ¿Es España diferente? Una mirada comparativa (siglos xixxx), Madrid, Taurus, 2010.

53 Santos Juliá: «Fin de la diferencia española», El País, 11 de junio de 2017.

54 Juan Pablo Fusi: «España, variable europea», en José Luis García Delgado, Juan Pablo Fusi y Manuel Sánchez Ron: España y Europa, vol. XI de la Historia de España, dirigida por Josep Fontana y Ramón Villares, Barcelona, Crítica-­Marcial Pons, 2008, pp. 1-173.

55 Santos Juliá: «¿Qué les pasó a nuestros abuelos?», El País, 22 de enero de 2010, e íd.: «Cosas que de la Transición se cuentan», Ayer, 79 (2010), pp. 297-319.

56 Sobre esta cuestión, por ejemplo, véanse José Álvarez Junco: «El peso del estereotipo», Claves de Razón Práctica, 48 (1995) pp. 2-10; íd.: «Por una historia de España menos traumática», Claves de Razón Práctica, 80 (1998), pp. 47-53; Juan Pablo Fusi y Jordi Palafox: España, 1808-1996. El desafío de la modernidad, Madrid, Espasa Calpe, 1997; Santos Juliá: «Anomalía, dolor y fracaso...», pp. 10-22, y Rafael Núñez Florencio: El peso del estereotipo. Del 98 al desencanto, Madrid, Marcial Pons, 2010.

57 Rosa María Pardo Sanz: «La politique extérieure espagnole de la fin du franquisme et son héritage sur la transition démocratique», Histoire@Politique. Politique, culture et société, 29 (2016), https://www.histoire-politique.fr/index.php?­numero=29&rub=dossier&item=273 (consultado el 17 de marzo de 2017).

58 Cfr. la introducción a Lorenzo Delgado Gómez-Escalonilla, Ricardo Martín de la Guardia y Rosa María Pardo Sanz: La apertura internacional de España. Entre el franquismo y la democracia (1953-1986), Madrid, Sílex, 2016, pp. 11-16.

59 Un relato canónico sobre la relación entre transición democrática y política exterior construida básicamente durante los gobiernos socialistas de Felipe González (1982-1996) se encuentra en Francisco Villar: La transición exterior de España. Del aislamiento a la influencia (1976-1996), Madrid, Marcial Pons, 2016. Sobre la política exterior de la Transición véase Juan Carlos Pereira y Juan Manuel Fernández Cuesta (dirs.): La dimensión exterior y la dimensión internacional de la Transición española. Testigos y protagonistas (1976-1986), Madrid, Thomson Reuters-Aranzadi, 2016.

60 Véase Juan Pablo Fusi: Espacios de libertad. La cultura española bajo el franquismo y la reinvención de la democracia (1960-1990), Barcelona, Galaxia Gutemberg, 2017, pp. 123-124.

61 Como afirma Santos Juliá: «Por un momento, en los seis meses que mediaron entre la firma del Tratado de Adhesión y el ingreso efectivo en la CE, pareció como si los españoles hubieran culminado un largo proceso que, convirtiéndose en europeos, los había llevado a considerarse menos, tan o más españoles que vascos, catalanes o gallegos» (Santos Juliá: «Cambio social y cultura política en la transición a la democracia», en José Carlos Mainer y Santos Juliá: El aprendizaje de la libertad, 1973-1986, Madrid, Alianza Editorial, 2000, p. 75). Asimismo, María Luz Morán: «Los estudios de cultura política en España», Revista Española de Investigaciones Sociológicas, 85 (1999), pp. 97-129.

62 Paloma Aguilar: «Guerra Civil, franquismo y dictadura», Claves de Razón Práctica, 140 (2004), p. 27. Asimismo, véase Stéphane Michonneau: «L’Espagne entre deux transitions? De la mémoire de la guerre civile à celle de l’après-guerre (1975-2007)», Histoire@Politique. Politique, culture et société, 29 (2016), https://www.histoire-politique.fr/index.php?numero=29&rub=dossier&item=268 (consultado el 24 de agosto de 2017).

63 Víctor Pérez Díaz: La primacía de la sociedad civil, Madrid, Alianza Editorial, 1994, p. 36.

64 Sobre los orígenes, evolución y recuperación de estos planteamientos historiográficos véanse Pedro Ruiz Torres: «Revolución, Estado y Nación en la España del siglo xix...», pp. 15-44, esp. pp. 24-25, y Ricardo Martín de la Guardia: El europeísmo..., caps. 2 y 3. Asimismo, Lorenzo Caruana y Eduardo González Calleja: «Nacionalismo e integración. Las bases materiales y morales de la inserción de España en Europa», documento de trabajo núm. 2, Madrid, Instituto de Estudios Europeos de la Universidad San Pablo-CEU, 2000.

65 Santos Juliá: «Anomalía, dolor y fracaso...», pp. 10-22.

66 Afirmación que se ve corroborada en la evolución de la actitud de los españoles hacia la democracia desde 1966 al coincidir con los porcentajes favorables o desfavorables al ingreso de España en el Mercado Común. Si en 1966 solo se mostraban favorables al ingreso el 33 por 100 de los españoles, mientras un 60 por 100 no respondía, en 1973 los porcentajes se habían invertido, el 73 por 100 se mostraba favorable y solo un 23 por 100 no contestaba. En menos de diez años los españoles habían entendido que su futuro estaba en Europa. Véase CIS: «La opinión pública española ante la Comunidad Económica Europea, 1968-1975», Reis: Revista Española de Investigaciones Sociológicas, 29 (1985) pp. 289-396.

67 Antonio Muñoz Molina, El País, 20 de noviembre de 1996. Diez años antes, el ministro de Exteriores español Francisco Fernández Ordóñez resumía así la nueva situación de España tras la adhesión: «España ha adquirido con la adhesión a las Comunidades Europeas una nueva posición internacional con la que podrá actuar con mayor eficacia. La democracia española se ha visto reforzada, con lo que se hace posible desarrollarla con el sentido avanzado que invoca nuestra Constitución. La libertad económica que representan las Comunidades para estimular nuestra productividad y capacidad de innovación de nuestro país. Las garantías sociales que ofrece la Comunidad para reforzar el sentido solidario de la sociedad española» (Diario 16, 2 de febrero de 1986).

68 Al respecto interesa la lectura de los artículos incluidos en el número monográfico coordinado por Antonio Moreno Juste: 25 años después de la adhesión: nuevas miradas sobre la relación España-Europa, en Circunstancia: Revista de Ciencias Sociales del Instituto Universitario de Investigación Ortega y Gasset, 25 (2011), http://www.ortegaygasset.edu/contenidos.asp?id_d=1176 (consultado el 15 de abril de 2017).

69 Según Emilio Lamo de Espinosa, «un proceso de ciclo largo, que se ha singularizado en lo que tradicionalmente se ha venido conociendo como el problema de España y que a grandes rasgos se configuró como diferencia respecto a Europa durante la Ilustración; se constituyó en ruptura interna al ritmo que avanza la guerra de Independencia; adquirió rango de crisis de identidad con la derrota del 98; se transformó en fracaso colectivo, afectando a todos los órdenes de la vida social, con la Guerra Civil y la dictadura de Franco, y se cerró con la transición a la democracia y la integración en las instituciones europeas, con la normalización de la posición de España respecto a Europa» [Emilio Lamo de Espinosa: «La normalización de España. España, Europa y la modernidad», Claves de Razón Práctica, 111 (2001), pp. 4-17]. Unos planteamientos de los que en gran medida es deudor el trabajo de Antonio Moreno Juste: «Del problema de España a la España europeizada: excepcionalidad y normalización en la posición de España en Europa», en Juan Carlos Pereira (dir.): La política exterior de España (1800-2003), Barcelona, Ariel, 2003, pp. 295-318.

70 Antonio Moreno Juste: «El fin del relato europeo...», pp. 607-630.

71 Santos Juliá: «Malestar con la historia/1», El País, 16 de noviembre de 1997.

72 Algo que ya se vivió, aunque con diferente intensidad, en el cambio de siglo. Baste como ejemplo del interés en la cuestión la referencia de las obras de Juan Pablo Fusi: España, la evolución de la identidad española, Madrid, Temas de Hoy, 2000; Inman Fox: La invención de España, Madrid, Cátedra, 1997; Julián Marías: Ser español. Ideas y creencias en el mundo hispánico, Barcelona, Planeta, 2000; Javier Varela: La novela de España. Los intelectuales y el problema español, Madrid, Taurus, 1999; José María Sánchez Prieto: La España plural. El debate de la identidad, Bilbao, Fundación Elkargunea, 2000, y Carlos Serrano: El nacimiento de Carmen. Símbolos, mitos y tradición, Madrid, Taurus, 1999.

73 Véanse, entre otros, el libro colectivo de la Real Academia de la Historia, España como nación, Barcelona, Planeta, 2000, o el coordinado por Carmen Iglesias: Símbolos de España, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2000, y Xosé Manoel Núñez Seixas: Suspiros de España. El nacionalismo español, 1808-2018, Barcelona, Crítica, 2018.

74 Al respecto véase Juan Carlos Pereira y Antonio Moreno Juste: «Spain Position with the European Union: In the Centre or on Periphery of Europe», en Antonio Costa Pinto y Nuno Severiano Teixeira (eds.): Southern Europe and the Making of the European Union, Nueva York, Columbia University Press, 2002, pp. 41-80.

75 Kenneth Maxwell y Steven Spiegel (eds.): The New Spain: From Isolation to Influence, Nueva York, Council on Foreign Relations, 1994.

76 Cfr. Wilfred Loth: «Explaining European Integration...», pp. 9-26.

77 Wolfram Kaiser: «Integration on Display: Master Narratives of European Union History?», European Cultural Foundation, 10 de noviembre de 2011, http://www.ecflabs.org/sites/www.ecflabs.org/files/4157/bas_snelders_not_the_art_of_the_state
_but_a_state_of_the_art_nov_2011.pdf (consultado el 24 de abril de 2017).

78 Antonio Moreno Juste: «El proceso de construcción europea y las relaciones España-Europa», Circunstancia: Revista de Ciencias Sociales del Instituto Universitario de Investigación Ortega y Gasset, 25 (2011), http://www.ortegaygasset.edu (consultado el 21 de junio de 2017).

79 Véase, entre otros, José Ignacio Torreblanca: «Una España confusa en una Europa desorientada», Política Exterior, 133 (2010), pp. 47-49.

80 Véase El futuro no es lo que era. Una conversación, Madrid, Aguilar, 2001. Título bajo el cual se recogen las conversaciones mantenidas entre Felipe González y Juan Luis Cebrián publicadas en 2001 y que anticipan en cierto modo algunas de las grandes transformaciones de la última década.

81 Ignacio Molina: «¿Década perdida? La política europea de España, 2002-2011», Política Exterior, 144 (2011), pp. 94-101.

82 En el diseño de esa nueva relación es interesante el planteamiento realizado por Antonio Estella: España y Europa. Hacia una nueva relación, Valencia, Tirant lo Blanch, 2014.

83 Véase al respecto Justine Lacroix y Nicolaidis Kalipso: «European Stories: An Introduction», en European Stories. Intellectual Debates on Europe in National Contexts, Oxford, Oxford University Press, 2010, pp. 1-27.

84 Véase, entre otros, Ulrich Beck: Una Europa alemana, Barcelona, Paidós, 2012.

85 Zygmunt Bauman: Retrotopía, Barcelona, Paidós, 2017.