Ayer133 (1) 2024: 115-139
Marcial Pons Ediciones de Historia
Asociación de Historia Contemporánea
Madrid, 2023
ISSN: 1134-2277
DOI: 10.55509/ayer/2073
© Alberto Gómez Roda
Recibido: 12-03-2020 | Aceptado: 13-11-2022 | Publicado on-line: 08-01-2024
Editado bajo licencia CC Attribution-NoDerivatives 4.0 License
El Proyecto Valencia en la posguerra franquista, veinte años después
Alberto Gómez Roda *
FEIS-CCOO PV
alberto-gomez@pv.ccoo.es
Resumen: El proyecto colectivo «Valencia en la posguerra, formas de vida y actitudes políticas», realizado entre 1995 y 1999, se inspiró en el Bayern Projekt, que coordinó Martin Broszat desde el Institut für Zeitgeschichte de Múnich, y en el proyecto «Lebensgeschichte und Sozialkultur in Ruhrgebiet 1930-1960», un hito de la Alltagsgeschichte alemana; también en la historia oral de la clase obrera turinesa bajo el fascismo de Luisa Passerini. Este artículo expone las premisas y resultados del proyecto que, con otros, abrió camino a un importante desarrollo de las investigaciones sobre prácticas y experiencias de la gente común bajo el franquismo.
Palabras clave: franquismo, vida cotidiana, actitudes políticas, historia oral, Alltagsgeschichte.
Abstract: The collective project «Valencia in the postwar period, ways of life and political attitudes», carried out between 1995 and 1999, was inspired by the Bayern Projekt, coordinated by Martin Broszat from the Institut für Zeitgeschichte in Munich, and by the «Lebensgeschichte und Sozialkultur in Ruhrgebiet 1930-1960» project. This latter project was a landmark of the German Alltagsgeschichte and also of the oral history of the Turinese working class under the fascism of Luisa Passerini. This article sets out the premises and results of the Project. Along with others, it opened the way to an important development of research on the practices and experiences of common people under Francoism.
Keywords: Francoism, everyday life, political attitudes, oral history, Alltagsgeschichte.
En 2019 se cumplieron veinte años del proyecto «El franquismo en Valencia: formas de vida y actitudes sociales en la posguerra», más conocido como Proyecto Valencia 1. Dirigido por Ismael Saz, se desarrolló entre 1995 y 1999 por un equipo de siete historiadores. El objetivo del proyecto era investigar las actitudes cotidianas de la población respecto a la dictadura en ámbitos concretos de la ciudad de Valencia y su entorno entre 1939 y 1953. Se ideó como una primera aproximación, que se ampliaría en posteriores estudios. Las conclusiones apuntaban a la necesidad de proyectar la investigación a los años 1950, a fin de contrastar la hipótesis de la producción de un amplio consentimiento basado en una «normalidad sin política». De ser así, la década de 1950 sería la del apogeo del régimen en términos de estabilidad y aceptación popular, por más relativa y limitada que esta fuese.
En las décadas de 1970 y 1980, la historiografía sobre el fascismo y el nazismo, el totalitarismo y el comunismo vivió una intensa renovación como resultado de controversias y desafíos que impulsaban las investigaciones para conocer las actitudes y comportamientos reales de individuos y colectivos en las dictaduras europeas del siglo xx. Al plantear las premisas del proyecto, se trazaron líneas de investigación que nos llevaban al encuentro con la Alltagsgeschichte alemana 2.
El punto de partida es bastante conocido. Se encuentra en la controversia desencadenada por Renzo de Felice al sostener que, entre 1929 y 1934, el régimen fascista disfrutó en Italia de un amplio consenso popular 3. Para sus críticos, hablar de consenso, como caracterización de la relación entre el régimen mussoliniano y la sociedad italiana, implicaba minimizar tanto la represión desde el poder como las actitudes sociales disidentes o de oposición. Para comprender la repercusión pública de estas y otras polémicas de las décadas de 1970 y 1980, hay que tener presente el carácter oficial del antifascismo en las democracias occidentales posteriores a 1945 y el clima cultural de la Guerra Fría. El proceder violento y genocida de las dictaduras del siglo xx llevaba todas estas controversias tan politizadas al terreno del debate ético sobre los derechos humanos 4.
Los grandes paradigmas del totalitarismo, del fascismo o de la modernización mostraban dificultades en su capacidad explicativa. En la búsqueda de un concepto genérico de fascismo, el marxista de la dictadura de excepción impuesta por el capitalismo en crisis 5 se había visto desplazado por intentos de definición más ubicados en el terreno de la historia de las ideas y de la identidad nacional, primando sobre la de clase 6. Por su parte, las teorías del totalitarismo en su versión más esclerotizada respondían a la idea distópica de regímenes en los que el dominio de una minoría sobre una masa anónima llegaba, mediante la propaganda, el control de la información y de la educación, a la total anulación de los sujetos; una concepción que en sí misma podía servir a una trama de ciencia ficción pero que era profundamente ahistórica. No iba a resistir confrontarse con la experiencia del nazismo, por ejemplo, en la actuación de la Gestapo; pero tampoco con la realidad de la antigua república comunista de la Alemania Oriental, donde se suponía una mayor exposición a la manipulación y la anulación de toda disidencia y contestación 7.
La clase obrera no se rebeló contra el fascismo como predecían teóricos marxistas, políticos y sindicalistas de izquierdas. Las ideas sobre el totalitarismo no hacían justicia al comportamiento contradictorio, pero no autómata, de las personas bajo regímenes opresivos y vigilantes de cualquier divergencia o diversidad. No solo las izquierdas habían fallado en sus pronósticos; a otro nivel también la Gestapo o la Stasi se movían por predicciones equivocadas. Lo positivo de la quiebra de muchas convicciones y suposiciones fue el reto de enfrentarse a nuestro desconocimiento sobre los comportamientos humanos cotidianos bajo condiciones de dominación. Ello dio un impulso formidable a la investigación histórica, que convocó diversas tendencias y métodos en su ayuda. Se habían desarrollado al calor de la New Left post-1968 y apuntaban a la recuperación del sujeto: la microhistoria italiana, la historia de la vida cotidiana o Alltagsgechichte y la perspectiva cultural en la renovación del marxismo británico. Además, se buscó la colaboración de disciplinas afines como la antropología cultural o la sociología del trabajo.
Llegamos así a los referentes concretos del Proyecto Valencia. En el ámbito italiano, el trabajo de historia oral de Luisa Passerini sobre la clase trabajadora piamontesa en el fascismo fue un referente muy importante 8. En la antigua Alemania Occidental encontramos el gran paso adelante en la investigación sobre la vida cotidiana y la experiencia del nazismo que supusieron dos grandes proyectos historiográficos. Nos referimos en primer lugar al «Bayern in de NS-Zeit», que conocemos como Proyecto Baviera, dirigido por Martin Broszat y publicado en seis volúmenes entre 1977 y 1983, con la aportación de treinta y dos estudios de veinticuatro historiadoras e historiadores. Martin Broszat y sus colaboradores pusieron al descubierto contradicciones que viraban a gris la imagen de la Widerstand o «resistencia» al nazismo. Constataron que las mismas personas y grupos que no se comportaban según el régimen quería en unos aspectos, en otros consentían o colaboraban, por ejemplo, en la persecución criminal de judíos y «asociales». Para distinguir la capacidad de esquivar las exigencias totalitarias del régimen nazi sin desafiar su dominio, Broszat acuñó el término Resistenz en el sentido de «inmunidad». Al Proyecto Baviera le siguió en el tiempo el que llevó por título «Lebensgeschichte und Sozialkultur im Ruhrgebiet 1930-1960» («Historia de vida y cultura social en la región del Ruhr 1930-1960», conocido por el acrónimo LUSIR), coordinado por Lutz Niethammer y Detlev Peukert y publicado en tres volúmenes entre 1983 y 1985 9. La derrota del régimen nazi y la ocupación aliada marcaron la cesura de 1945 como «año cero» de la historia alemana contemporánea. Por debajo de esta ruptura, que quiso ser definitiva con el pasado desde la unificación bismarckiana, el pueblo alemán era depositario de una continuidad reprimida de experiencias y memorias que el Proyecto LUSIR se propuso desvelar. El resultado más notable fue corregir el tópico de una clase obrera del Ruhr distante y, en parte, resistente y opositora al nazismo. En su lugar cobró fuerza la imagen de una mayoría silenciosa dispuesta a la adaptación y al consenso.
En la relación entre régimen y sociedad, la historia comparada llevó a Ismael Saz a proponer en el Proyecto Valencia una clara diferencia en las políticas «desde arriba» entre los regímenes fascistas y el franquismo. Los fascistas buscarían articular un consenso activo de doble cara: inclusivo en las políticas para realizar su utopía de una comunidad nacional armónica, pero, a la par y de forma complementaria, generador de dinámicas agresivas y excluyentes mediante la identificación de enemigos a los que culpar, deshumanizar y expulsar de la sociedad como Gemeinschaftsfremde o «extraños a la comunidad nacional». Era la forma fascista de superar las contradicciones de su utopía ultranacionalista, en una lógica que conducía a la guerra. En cambio, en el franquismo, según Saz, «no había que reforzar los mecanismos de inclusión-identificación» y «el binomio represión/consenso se decantó hacia el primero», buscando más bien un consenso pasivo.
El proyecto se propuso trasladar a nuestra historiografía sobre el franquismo algunos de los grandes interrogantes de las polémicas europeas sobre los regímenes fascistas. En 1995 ya se había planteado la problemática del consenso, en particular en la historiografía catalana 10. Se trataba de avanzar profundizando en la investigación empírica. En la práctica, el trabajo sobre fuentes primarias se realizó en dos direcciones: por un lado, la recopilación de documentación escrita de diversa procedencia relativa a las actitudes políticas de la población valenciana y, por otro, la realización de entrevistas de historia oral para los estudios de caso. La primera estrategia se inspiraba en el Proyecto Baviera y la segunda en el estudio de Luisa Passerini sobre los obreros turineses y en el Proyecto LUSIR sobre los del Ruhr. Podemos considerar que los trabajos de Alberto Gómez y de Ramiro Reig a partir de fuentes escritas, primarias y secundarias, aportaron una primera aproximación a la descripción y comprensión de las actitudes sociales, de la población valenciana y en particular de la clase obrera, que sirvieron de contraste e introducción al cambio a una perspectiva «desde abajo» que ofrecía la memoria oral recogida en el resto de los trabajos para los que se realizaron un conjunto de sesenta y nueve entrevistas.
El trabajo de Alberto Gómez Roda para el proyecto diferenciaba tres momentos en las relaciones entre el régimen y la sociedad valenciana en la posguerra 11. Hubo una primera etapa muy conflictiva, de la ocupación franquista en marzo de 1939 a la primavera 1943, marcada por el enfrentamiento entre el gobernador civil y la dirección falangista del partido único. En esta etapa se produjo un impasse en 1941 que anticipó el cambio de política provincial a la llegada de Ramón Laporta, gobernador y jefe provincial de FET-JONS de 1943 a 1951. Durante el mandato de Laporta encontramos una inflexión en torno a 1947, con la total destrucción de la oposición organizada y la puesta en marcha de la «democracia orgánica».
En la primera etapa, el jefe provincial de Falange y el embajador inglés sobre Valencia afirmaban con contundencia, en una extraña coincidencia, que dominaba en Valencia una amplia hostilidad popular contra la dictadura. La represión implacable y el hambre, que consumía todas las energías, resultaban determinantes. El nacionalismo de los vencedores soportaba mal las tradicionales tendencias regionalistas de la política local y, a pesar del importante apoyo electoral que los católico-agrarios obtuvieron en 1936, predominaba en los informes de las nuevas autoridades la imagen de una «Valencia roja», heredera de la hegemonía republicana y revolucionaria del primer tercio del siglo, que debía ser expurgada y castigada. En la etapa que siguió desde 1943-1946, las descripciones reunidas por Alberto Gómez procedentes de extractos de los informes comunistas dirigidos a la dirección del PCE en el exilio revelaban, ya no solo la convicción de la imposibilidad de la lucha organizada, sino también un creciente desconcierto de la oposición ante las actitudes de la población y en particular de los jóvenes.
El abogado comunista Ángel Gaos salió de la cárcel y consiguió cruzar la frontera francesa en 1946 12. Allí tuvo que pasar el consabido interrogatorio con los emisarios de la dirección del PCE. Solo podía dar cuenta de sus impresiones cotidianas en los pocos meses que estuvo fuera de la cárcel antes de pasar a Francia. Dijo que las clases medias y trabajadoras seguían siendo en su mayoría republicanas, que la Falange trataba de hacer concesiones demagógicas que ponían «en trance de ruina a muchas empresas» y provocaban «recelo y animosidad en ciertos círculos económicos», sin quitarse por ello de encima la hostilidad popular por su implicación en la represión. Las clases católicas y conservadoras, a las que pertenecía la familia Gaos, habían respirado aliviadas con la victoria franquista, pero también deseaban una «normalización» que hiciese al régimen «soportable». A preguntas sobre las posibilidades de resistencia y oposición respondió que eran opciones impensables, por la desmoralización y el riesgo altísimo de exponerse a las terroristas prácticas policiales. Más aún, Gaos sorprendió a sus interlocutores con la expresión de su admiración por la frialdad y determinación de Franco al ordenar la muerte del héroe de la resistencia francesa Cristino García, que había encabezado un grupo de guerrilla urbana en Madrid: «Franco es un tío genial. Tiene una sangre fría y una serenidad inigualables, porque sabe que los ingleses y los americanos no le abandonarán».
Los informes comunistas de los años posteriores solo vinieron a corroborar lo que en el de Gaos parecía un seguro presagio. 1947 fue un año de pérdida definitiva de toda esperanza para la oposición. En enero se inició la estrategia de «tierra quemada» definitiva para acabar con la guerrilla de Levante. En mayo, Franco visitó Valencia. Bajo medidas de extrema vigilancia policial para evitar sabotajes y con coacciones para asegurar la aclamación de las masas, fue recibido con frialdad 13. En julio, en el referéndum de la Ley de Sucesión, las cifras oficiales dieron un voto afirmativo del 77,4 por 100 en la ciudad frente al 82,3 por 100 español. Entre 1947 y 1949, los informes comunistas hablaban ya sin ambages de una ola de pánico, por miedo a traiciones y delaciones, que terminó con las esperanzas de 1944-1946. Juan José Escrich, secretario provincial del PCE durante la guerra, cruzó los Pirineos en 1949 14. A los agentes del partido que le preguntaban sobre el interés popular en la campaña soviética contra la guerra les dijo que no había «perspectiva política». A cada pregunta de sus voluntariosos pero contrariados inquisidores, respondió con la misma negativa: ni la conducta de Prieto, ni la emigración, ni la escucha de «la Pirenaica», ni la situación internacional interesaban; en general, «salvo el problema de la vida», todos los demás eran «secundarios».
Al asturiano Simón Díaz Sarro, secretario provincial del PCE de Valencia en 1945, lo sustituyó en 1946 un grupo de dirigentes enviados de Francia 15. Aquel comité regional cayó en febrero de 1947, dejando el partido en cuadro y sin conexión con la dirección del PCE en el exterior. Simón asumió de nuevo en marzo de 1947 la dirección provincial y la de organización regional, hasta que en junio de 1949 pasó los Pirineos para informar de un infiltrado al servicio de la policía. En Francia explicó que solo había conseguido, «a duras penas, mantener una organización raquítica». Ello era debido a que los camaradas, desconcertados por las continuas caídas, eran reacios a admitir el control del partido, equivocado en su afán de «provocar acciones de masas». Se hacía eco de la extendida convicción de que había «cientos de policías en las fábricas», ocupados como obreros para vigilar los movimientos de los trabajadores 16. No solo los comunistas; un informe socialista de 1951 recogía la misma impresión devastadora: «La gente asqueada, pero acogotada, la resistencia innata, pero individual, ya que lo colectivo no cuenta; todo está deshecho» 17.
En medio de esta desolación, encontramos ciertos lugares comunes en estos «informes del interior», tan sorprendentes como la expresión de admiración de Ángel Gaos por Franco. Algunas de estas impresiones de informes redactados entre 1947 y 1955 se repitieron en las entrevistas realizadas entre 1995 y 1999 para el proyecto. Perdidas las conexiones orgánicas y los referentes doctrinarios para interpretar su realidad inmediata, los informantes trasladaban puntos de vista de la gente corriente, familiares y vecinos en muchos casos. La composición resultante de agregar estas impresiones fragmentarias de los informes comunistas de finales de los años 1940 y primeros de la década de 1950 nos situaba ya a cierta distancia de la amplia hostilidad popular de los años siguientes a la ocupación militar. Llamaba en particular la atención el malestar sin perspectivas políticas que atribuían a la pequeña burguesía y cierto reconocimiento entre los obreros a las políticas laborales del régimen. Escrich decía creer que el Sindicato Vertical apoyaba a los obreros en los conflictos con las pequeñas empresas, siendo efectiva la indemnización por despido. Otra informante comunista, Elisa Carrió, trasladaba su impresión de que la dictadura hacía «muchos esfuerzos por dar la sensación» de que ayudaba a los obreros: puntos, subsidios, salario de los domingos, etc., sin aliviar su situación, pero «arruinando» a los pequeños patronos 18. Estos sufrían subidas en cotizaciones e impuestos que no podían compensar en el estraperlo al resultar discriminados en el reparto de cupos por los empresarios falangistas, jerarcas colocados al frente de los Sindicatos Verticales que acaparaban y revendían en el mercado negro. Joaquín Martínez «Chimi» ponía en 1949 el ejemplo de una «rebelión» de los pequeños bares en una asamblea patronal en el Sindicato de Hostelería, por el reparto de cupos de azúcar y el sistema de «impuestos concertados», contra jerarcas como el camisa vieja Barrachina 19.
Finalmente, los informes comunistas de la primera mitad de la década de 1950 venían a confirmar que la oposición había dejado de tener capacidad de incidir en la realidad social valenciana, no solo por la desconfianza y pánico a organizarse políticamente de los propios militantes como resultado de la represión, sino también por la radical diferencia entre la experiencia y cultura de los militantes que habían vivido la República, por un lado, y los jóvenes socializados en la posguerra, por otro. Peña, enviado por la dirección del PCE a Valencia en marzo de 1952, hablaba de una «psicosis de quemados» que se había apoderado del pequeño núcleo de comunistas con el que tomó contacto. La escasa o nula incidencia directa en las empresas de la política del PCE se constató en las elecciones sindicales de 1954, cuando se informó de una muy baja participación obrera, pero una aún menor presencia, entre los elegidos, de comunistas controlados por el partido 20. Al año siguiente, en 1955, un informante que se calificaba como «viejo comunista» mostraba su extrañeza ante las actitudes de la juventud. Los jóvenes de la segunda década de la dictadura vivían y aceptaban como «normales» unas condiciones de vida y trabajo que, para quien había vivido su juventud en la década de 1930, eran penosas, de inclemencias y penurias inaceptables 21.
Ramiro Reig planteó su aportación al Proyecto Valencia como una taxonomía de actitudes o estrategias, en el horizonte de lo posible o pensable en la racionalidad de un obrero varón valenciano en la posguerra franquista 22. La respuesta de las clases trabajadoras a la imposición violenta y al adoctrinamiento en la primera etapa hasta 1959 fue un repertorio de estrategias de supervivencia. A la política «desarrollista» de la legitimación por el éxito económico desde 1959 respondieron con lo que Reig llamó estrategias de mejora.
En primer lugar, Ramiro Reig dejaba en una orilla de esta historia la resistencia ética de los que, por coherencia con las convicciones propias, mantuvieron una oposición o resistencia activa a los vencedores. Es más, afirmaba que el aislamiento, la desolación, la impotencia y la desmoralización arrasaron la memoria de lo vivido y luchado, «se habían perdido a sí mismos». La aceptación de la pérdida absoluta de todo horizonte de acción política contraria al régimen fue asumida como el precio a pagar por perder la guerra y la República, si no en 1939, sí claramente desde 1947. ¿Qué actitudes entraban en una racionalidad de lo posible? Reig establecía una gradación in crescendo que iba de la transgresión a la protesta, que a su vez pudo dar lugar con el tiempo y en casos concretos a la resistencia organizada. Por transgresión moral, penal y laboral distinguía comportamientos de quebranto o ruptura del orden público, de ordeno y mando característico de la posguerra. El desafío al reaccionario orden moral nacional-católico, en forma de blasfemia o de satisfacción del instinto sexual, mostraba «no solo la expresión elemental del propio yo, sino la afirmación de un mundo inasimilable por la moral franquista», que no pudo ahogar la «cultura de vida» de las clases populares. Era una transgresión absolutamente ambigua y equívoca en términos de motivación política. También lo era la transgresión penal del pequeño estraperlo. Determinaba una ubicación objetiva de las clases populares en el lado de los vencidos, por el simple hecho de que «la población trabajadora no tenía otra alternativa que morirse de hambre o situarse al margen de la ley». Escapaba a la vigilancia, pero también a la pasividad y el sometimiento. Implicaba riesgo y prácticas de cooperación espontánea, era «una protesta elemental, primaria, ligada más al reino de la necesidad que al de la libertad», no era «ni una virtud ni un vicio, ni una forma de resistencia, ni un asomo de corrupción». Al abordar la transgresión laboral, Reig aplicó sus conocimientos en sociología del trabajo, disciplina que disponía de un amplio corpus de conceptos para el análisis de las prácticas informales de los obreros a pie de fábrica o taller. Mencionaba, entre otros, el «consentimiento en la producción», concepto de Michael Burawoy en referencia a la práctica empresarial de otorgar al trabajador cierto margen para arreglárselas en el trabajo 23.
La protesta, en el sentido simple y llano de la palabra, se situaría en un grado algo superior en términos políticos con respecto a las muy ambiguas transgresiones. Con el término protesta legal se refería Ramiro Reig a la primera instancia de la única reclamación posible en el orden laboral franquista, la reclamación individual. Los actos de conciliación en el Sindicato Vertical, previos a la demanda ante la jurisdicción de trabajo, solo admitían denunciar incumplimientos de la ley, no reclamar mejoras. La organización sindical franquista era juez y parte, por lo que Reig consideraba expresión clara de abuso de poder del empresario en connivencia con los burócratas verticalistas que, en la inmensa mayoría de los casos según las estadísticas oficiales, los trabajadores aceptasen el acuerdo que aquellos le propusiesen. Recordaba Ramiro Reig que no aceptar la conciliación y llevar la demanda a Magistratura suponía «ponerse a malas» con el empresario y ser tachado de «rojo» por el Vertical. El patrón podía utilizar el llamado despido disciplinario y, aún si iba a juicio y Magistratura lo consideraba improcedente, disponía del expediente de no readmisión para zanjar el asunto.
Un peldaño más arriba en la protesta, fuera del estrechísimo margen existente para la reclamación legal, consideraba Ramiro Reig que en la posguerra solo pudo darse de modo puntual y nunca como huelgas, sino a lo sumo en forma de plantes; es decir, de gestos más que de acciones, que suponían una confrontación de fuerzas. Considera que una huelga, por la represión y la falta de recursos organizativos necesarios para una decisión colectiva, era impensable en la posguerra, por más que se persiguiese recordar alguna en los relatos orales. Proponía medir la trascendencia real de los sucesos relatados de memoria atendiendo a la historia de las relaciones laborales en la empresa. Solo desde una perspectiva temporal de medio plazo, un conflicto puntual resultaría relevante si era posible constatar que la repetición de estos gestos creaba en las empresas núcleos de liderazgo informal.
En su ensayo para el Proyecto Valencia, Ramiro Reig consideró necesario rebajar una cierta épica, a veces exagerada, de las crónicas publicadas hasta entonces. Hasta finales de la década de 1950 no hubo resistencia organizada en forma de conflictos laborales, «de paros en el trabajo mantenidos por un grupo numeroso, toda una sección, tal vez toda la fábrica». Las huelgas de 1958 a 1960 fueron pocas y por reivindicaciones de fábrica, no políticas. Pero representaban un cambio radical en el repertorio de la protesta. Fue entonces cuando la introducción de los cronometrajes y de la negociación de convenios operó «como una línea divisoria entre un repertorio de acciones dispersas y defensivas y otro de acciones organizadas y ofensivas». La emergencia desde 1958-1964 del movimiento de las comisiones obreras fue para Reig la prueba de que los trabajadores «no cayeron en la trampa del economicismo y del consumismo», no se dejaron ganar por la estrategia legitimadora del desarrollismo franquista.
La aproximación de Ramiro Reig trataba de «estrategias de supervivencia» y de «repertorios de la protesta», discurriendo por un terreno muy próximo o coincidente con la sociología del trabajo. Suponía una actitud básica o primaria de la clase obrera, de oposición o desafío al poder explotador del patrón y de la dictadura como su aliado, determinada en última instancia por la contradicción estructural entre capital y trabajo. Esta aproximación básica sobre las actitudes obreras resultó complementada y enriquecida en el Proyecto Valencia por la historia oral, que introdujo la memoria personal de la identidad y de la experiencia del franquismo en los trabajos de Daniel Simeón sobre los trabajadores de Altos Hornos del Mediterráneo en el Puerto de Sagunto 24 y de Ismael Saz sobre los de Unión Naval de Levante, los grandes astilleros de Valencia 25. Se trataba en la posguerra de dos de las cinco empresas valencianas con más de 3.000 empleados, en medio de un mar de pequeñas fábricas y talleres. Excepcionales, muy vigiladas, pero también mimadas por el régimen, objeto de deseo del antifranquismo, sus trabajadores respondían al canon masculino del obrero metalúrgico. Los trabajadores entrevistados por Daniel Simeón mostraron un imaginario de clase que ponía ante todo de relieve la alienación obrera, en modos de vida y cultura, respecto del capitalismo encarnado en directivos e ingenieros de la factoría. Ismael Saz por su parte se adentró en las contradicciones de este imaginario clasista, al indagar sobre la efectividad del paternalismo empresarial y sobre la capacidad de penetración del franquismo en los medios obreros de los poblados marítimos de Valencia, aprovechando la tradición antipolítica anarquista.
Ismael Saz adoptó en su análisis de las entrevistas el punto de partida de Luisa Passerini, al interpretar los relatos orales biográficos como construcciones que reproducían arquetipos de la cultura popular. Observó cómo, en los diez relatos orales que había reunido, se reiteraba una representación en la que las identidades de clase y la antifranquista o de izquierdas se reforzaban una a otra, hasta ofrecer la imagen de una hostilidad obrera cerrada y absoluta contra la dictadura. Esta idea de radical rechazo per se coincidía con la descripción de falangistas y diplomáticos sobre la actitud de las clases populares. Ahora bien, la memoria oral permitía ir más allá y advertir que la hostilidad, «en su pura negatividad», podía ser rentable para el régimen. La reivindicación del yo antifranquista y de clase se expresaba en la narración de múltiples episodios de distancia o no colaboración individual, molestos, pero de nula efectividad contra el régimen. Las referencias a la oposición surgían unidas de modo indisociable a la represión, con su viacrucis de detenciones, despidos y fusilamientos. Las actuaciones militantes se mencionaban como «cosas cada vez más lejanas y ajenas a la normalidad cotidiana», incluso «rayanas en lo aventurero». De modo que «tanto la política como la conflictividad quedaban excluidas de la normalidad» cotidiana, que consistía en trabajar muchas horas para sobrevivir, algún tiempo con la familia y poco para el ocio. Esta sociabilidad familiar y grupal de «no meterse en política» ni en conflictos pudo ser primero un refugio, pero, tiempo después, la dictadura buscó legitimarse apropiándose de ella en el discurso desarrollista.
Aunque con dificultad, los relatos orales reunidos por Ismael Saz dejaron entrever que los beneficios sociales proporcionados por el paternalismo empresarial en Unión Naval pudieron desactivar, o neutralizar, la hostilidad. Reconocer su aceptación positiva en un sentido sospechoso de contemporizar con la dictadura entraba en conflicto con la construcción y presentación del yo que asociaba identidad de clase obrera y antifranquismo. De ahí que se expresasen en forma de desdoblamiento de la imagen de la empresa. Por un lado, se identificaba a la empresa con «el capital», como «noción abstracta, distante y rechazada». Al «capital» se atribuían «los despidos, el recurso a los chivatos, las llamadas a dirección, los controles», etc. Pero al mismo tiempo se recordaba a la empresa como ente concreto, positivo, cercano y humano, aspecto este último que se personalizaba en algunos de sus directivos y encargados. En los astilleros se ganaba mejor salario, el trabajo era más seguro y se disponía de servicios como el economato o el comedor. Solía ser además un lugar de trabajo estable después de un periplo de empleos temporales. La introducción de los cronometrajes como factor de quiebra del status quo laboral de posguerra en las empresas, al que apuntaba Ramiro Reig, aparecía asociada en los relatos orales al fin del compañerismo y la armonía.
En el testimonio biográfico de Ismael Martínez, este trabajador de astilleros reivindicaba su formación en la tradición anarquista, hegemónica en los medios obreros del distrito marítimo de Valencia. Se hizo comunista y fue con su hermano Vicente, uno de los fundadores y líderes de las comisiones obreras del sector metalúrgico en la clandestinidad. ¿Qué fue de aquella tradición anarquista y anarcosindicalista? Eran conocidos los sucesivos intentos heroicos de reorganización en la década de 1940, aplastados con brutalidad sanguinaria por la represión. Evidenciaban la extinción de la militancia. Había otra oscura historia, la de los esfuerzos falangistas por captar cenetistas para el verticalismo. Fracasó con personalidades como Joan Peiró i Belis, fusilado en 1942 en Paterna, y con muchos otros, la mayoría. Pero existía cierta confusa memoria sobre la procedencia anarquista de algunos jerarcas verticalistas. El Proyecto Valencia seguía al bávaro dirigido por M. Broszat en la idea de acotar ámbitos socio-culturales específicos, para mejor observar la resistencia de tradiciones populares a la acción destructora de las exigencias de la dictadura. Más importante que identificar y contabilizar cenetistas en el Sindicato Vertical era evaluar el anarquismo y su vertiente sindicalista como repositorio cultural y de prácticas confrontado al franquismo. Encontramos evidencias documentales sorprendentes y contradictorias entre sí. Informes de 1941 daban cuenta de la impotencia de las autoridades portuarias para terminar con el control informal, pero muy real, de los grupos de carga y descarga sobre las actividades de estiba, un control que se remontaba décadas atrás. Por su parte, el que fue ministro de trabajo franquista Girón de Velasco mencionaba en sus memorias el éxito de su labor proselitista en el área marítima de Valencia.
La CNT, desde 1911, unió una compleja tradición asociativa, cultural y sindical, que se definía como «apolítica». No quiere ello decir que el anarquismo no tomase partido político, como hizo para defender la República en 1936; pero establecía una zona de ambigüedad entre la indiferencia y la repulsa a la política per se, entre el apoliticismo y la antipolítica. En la rotunda afirmación identitaria «Yo apolítico, de la CNT» detectaba Ismael Saz «la existencia de ciertas tradiciones de clase» que podían actuar «contra la conciencia política». El apoliticismo «podía abrazar desde la anatematización del capital hasta la aceptación del buen comportamiento de la empresa». El historiador recogía aquí la negativa de los testimonios a juzgar como «colaboracionista» el proceder de quienes participaron, con mayor o menor implicación y responsabilidad, en el verticalismo. Ciertamente, en el esfuerzo por asegurar la coherencia y la dignidad en los relatos de vida de las entrevistas subyacía «un cúmulo de tradiciones y experiencias que iban desde la anti-política cenetista a los sentimientos de desolación, humillación e impotencia». De ahí que resultasen relatos en los que había «por supuesto, mucho de frustración y escepticismo, pero también una lúcida reivindicación de la dignidad personal» 26.
El Proyecto Valencia se propuso conocer las actitudes hacia el franquismo en la memoria de colectivos sociales diversos sin abandonar, o solo en parte, la tradicional centralidad concedida a la clase obrera. El sociólogo Gil Manuel Hernández entrevistó a quince miembros de comisiones falleras en los años 1940-1950, varones y casi todos ellos de habla valenciana 27. En su tesis doctoral, Hernández había estudiado el impulso que dio la dictadura a la fiesta popular de las Fallas. Las catolizó con el acto de la ofrenda de flores a la patrona de la ciudad y centralizó su organización con la creación de una junta central bajo control municipal. En el plano asociativo, las fallas fueron un formidable mecanismo integrador de la inmigración con la creación de comisiones en los barrios. Las sedes de las comisiones de falla funcionaron como espacios de sociabilidad vecinal, abiertos y activos durante todo el año. En el plano cultural, desarrollaron una particular idiosincrasia, mezcla de sátira grotesca y culto a una determinada construcción simbólica de «lo valenciano». Si bien las Fallas emergieron como fiesta multitudinaria en la época del turismo de masas, la estrategia franquista para controlar y utilizar su carácter totalizador se diseñó y puso en práctica ya en la década de 1940.
El mundo fallero se definía a sí mismo como interclasista, además de apolítico. Salvo en dos casos, los quince testimonios que recogió Gil Manuel Hernández eran de hombres de la baja clase media, con estudios básicos o de primaria en su mayoría. Evocaron la guerra «como una transformación absoluta del tiempo cotidiano, iniciando una nueva temporalidad marcada por lo extraordinario, el miedo y la escasez» 28. Interpelados sobre la opinión e implicación política personal en la posguerra, los testimonios expresaron una memoria de la política en los años cuarenta como algo ajeno que infundía temor. La política era extraña a su vida cotidiana, argumentaban, por la desinformación que atribuían a los medios de comunicación controlados por la dictadura. La forma en que se recibían las noticias por rumores de terceras personas y el mismo carácter fragmentario de la memoria reiteraban el distanciamiento: «se sabía que había fusilados, gente que se tenía que ir al extranjero porque le hacían la vida imposible, otros a los que detenían cuando iba a haber visita de Franco y los tenían encerrados esos días, pero con la prensa del Movimiento no te enterabas de nada, ni se hablaba de esas cosas». Prevalecía en relación con la política de la época el recuerdo de vivir con miedo, del peligro de «significarse», de las delaciones y chivatazos, de andar por la calle y evitar cualquier mirada o situación comprometida porque de forma sorpresiva te podían pegar o detener. Los relatos orales reunidos por Gil Manuel Hernández repetían la percepción expresada en los informes comunistas medio siglo antes, la desconfianza asociada a la idea de una vigilancia policial omnipresente. El ámbito festivo fallero, de la cultura popular de barrio, se presentaba como alternativa de evasión cotidiana en forma de una «democracia vecinal» de armonía interclasista. Efectivamente, se creaba un espacio de refugio y evasión, pero intervenido y vigilado, no exento de notables concesiones al régimen que lo utilizó como propaganda.
Álvaro Álvarez realizó para el Proyecto Valencia el único estudio de caso definido por seleccionar los testimonios por su adhesión a uno de los vectores ideológicos del régimen, el catolicismo, en un espacio de sociabilidad de barrio 29. Fue además la investigación de historia oral más amplia del proyecto, con veintisiete personas entrevistadas. También fue la única que se propuso tener una presencia importante del testimonio de mujeres. Álvarez entrevistó a quince hombres y doce mujeres, personas todas ellas nacidas entre 1904 y 1931. La adscripción laboral o profesional era diversa y recorría toda la escala social del barrio, desde un farmacéutico a un albañil. Si en la construcción de los relatos de vida de los trabajadores de astilleros entrevistados por Ismael Saz se suponía como natural la identidad entre clase obrera y antifranquismo, en este caso «políticamente, [éramos] católicos» era la expresión que de la religiosidad infería una orientación política conservadora. Y de la misma manera que los portuarios valencianos de posguerra nos enfrentaron a la problemática de la asimilación del cenetismo en la dictadura, con los católicos del distrito del Jardín Botánico se abría la incógnita sobre la evolución de los blasquistas 30. Efectivamente, en las entrevistas realizadas por Álvarez cobró entidad el perfil biográfico de los hijos e hijas de padres blasquistas que habían adoptado una identidad política conservadora o de derechas. No era esta una cuestión menor: blasquismo y anarquismo fueron hasta 1939 las dos caras de un predominio republicano y anticlerical en la capital del Turia, en dura contienda con el regionalismo católico agrario. Su evolución en la radical reconfiguración política operada por la guerra y la dictadura era una problemática de calado que el Proyecto Valencia vino a plantear.
En la suma de paradojas y contrariedades que motivaron la investigación, en el Proyecto Valencia se encontraba una anécdota personal relatada por el historiador Joan José Adriá. Su familia podía contarse entre las que perdieron la guerra, pero sus padres votaron afirmativamente en el referéndum de 1966 sin dudarlo, como un acto cotidiano más de una serie de prácticas de aceptación y asentimiento, aprendidas y reiteradas. En su estudio de la población agraria de Liria 31, cabeza de partido judicial de unos diez mil habitantes en 1940, Adriá llamó «consentimiento» a la forma mayoritaria de aceptación popular de la dictadura, como resultado de un proceso iniciado desde la ocupación militar franquista de 1939. Un mecanismo determinante fue la conocida práctica por las elites locales de clasificar a la población en tres grupos: adictos, indiferentes y desafectos. Se trató de una actuación reiterada de criba «llena de posibilidades a la hora de generar un conformismo mayoritario». Se unió al recuerdo de la guerra civil alimentado desde el poder, pero también «presente en gran parte de la gente como una experiencia funesta que, a ningún precio, se debía repetir». La «normalidad» cotidiana, clave en la aceptación de la dictadura, resultaba ser una construcción desde abajo para restaurar la convivencia y clausurar la reedición de la violencia, evitando el conflicto y la respuesta represora al mismo.
El Proyecto Valencia fue una experiencia de apertura de la investigación histórica a un territorio, el de las actitudes cotidianas bajo la dominación franquista, de enorme complejidad, como revelaron tanto las descripciones que ofrecía la documentación escrita de la posguerra como la memoria oral recogida medio siglo después. El resumen o recapitulación de los resultados se expresó en una semántica alusiva a un «ambivalente predominio del gris», de la indeterminación y la ambigüedad en las actitudes cotidianas hacia la dictadura 32. En relación con el recuerdo de la guerra y la represión política, las entrevistas mostraron una memoria dividida. Ubicados en el lado de los vencedores o de los perdedores, los relatos silenciaban, negaban o excusaban la violencia en el propio. Pero todos transmitieron un unánime deseo de normalidad y no repetición de la violencia, el mismo que describían los informes de posguerra como anhelo general. Existió una Valencia «roja» y hostil, por una voluntad de castigo que percibían y sufrían incluso sectores conservadores y de negocios, pero aquella fue una hostilidad pasiva, sin perspectiva ni salida política posible imaginable, con el resultado de una oposición diezmada y aislada. Un resultado notable del proyecto fue descubrir la percepción de una preocupación real del régimen por los trabajadores, presente tanto en la información de exiliados comunistas como en la memoria de obreros de las grandes fábricas del metal, que de forma inopinada aceptaban y comprendían actitudes que podríamos considerar de adaptación y participación, aunque fuese distante.
Aquella normalidad sin política característica del franquismo fue una construcción en cierto modo «coproducida» en la posguerra, entre la dictadura y la gente corriente que la deseaba y empezó a percibir desde finales de la década de 1940. Conviene subrayar en esta construcción el fenómeno cada vez más amplio desde esos años de la participación en espacios festivos de sociabilidad, religiosa y sobre todo laica, que la dictadura facilitó, como las fallas o las bandas de música. En aquella gris normalidad se socializó la generación de posguerra que no había vivido como adulta el conflicto armado. La ambigüedad de los comportamientos de las clases trabajadoras en la dominación de posguerra admite ser descrita e investigada en términos de Eigen-Sinn. Este concepto de Alf Lüdtke y la Alltagsgeschichte remite a aquella apelación a «no meterse en política», tan propia del franquismo como periodo de la historia social y cultural española. Describe la reserva de un espacio propio en las relaciones de trabajo, en el vecindario y la familia, de una inquietante ambigüedad y distancia política no exenta de cinismo pero que, al mismo tiempo, implicaba una coherencia personal en lo que resultan en apariencia comportamientos políticamente contradictorios 33. Como advertía Ismael Saz al exponer los resultados del Proyecto Valencia, aquel consentimiento mayoritario sería «el mayor logro de la dictadura; aunque también su mayor fracaso». No amplió adhesiones firmes y generó poco entusiasmo en las nuevas generaciones.
Desde los años en que desarrollamos el Proyecto Valencia se han multiplicado los estudios sobre las actitudes sociales. En la historiografía internacional ha visto la luz un gran volumen de investigaciones y publicaciones sobre las actitudes en los regímenes fascistas europeos 34. En España puede constatarse un considerable avance con respecto al estadio de partida de las investigaciones del Proyecto Valencia y otras aproximaciones de las décadas de 1980 y 1990 sobre la problemática del «consenso» en el franquismo. Desde entonces, un conjunto de jóvenes historiadoras e historiadores ha profundizado en la diversidad de fuentes y el trabajo conceptual sobre las mismas, consolidando una corriente historiográfica sobre la vida cotidiana y las prácticas de la gente común en la dominación franquista por medio de tesis doctorales, publicaciones colectivas, recopilaciones de correspondencia y testimonios. Nos referimos a los trabajos de Jordi Font, Carlos Fuertes, Ana Cabana, Claudio Hernández, Miguel Ángel del Arco y Antonio Cazorla, entre los más destacados 35. Aunque encontramos en ellos referencias al Proyecto Valencia, resulta difícil y poco útil una evaluación cuantitativa de su impacto. No creo que el proyecto hubiese avanzado en sus aportaciones solamente sumando más estudios de ámbitos y temas específicos. El mayor avance se ha producido en precisar conceptos y métodos de análisis para descifrar la enorme complejidad de las experiencias cotidianas y sus evidencias en un amplio abanico de fuentes. Nos parece oportuno en este sentido referirnos a dos líneas relevantes, entre otras: la que explora la memoria simbólica y la que trabaja sobre las prácticas de ciudadanía desde las teorías de género y feministas.
En el franquismo de la guerra y la inmediata posguerra, la construcción simbólica y la violencia sostenida, como acción criminal y como amenaza, son dos facetas constitutivas desde abajo del bando vencedor que se imponen en la vida cotidiana. El análisis de Carlos Gil sobre los victimarios de la violencia política en la rebelión del verano de 1936 contra el gobierno de la República en La Rioja parte de un amplio bagaje historiográfico para descender a la explicación de los mecanismos por los que verdugos voluntarios llegan al crimen en la movilización política desencadenada el 18 de julio 36. Miguel Ángel del Arco estudia los monumentos de la Cruz de los Caídos, que se erigen por toda la España nacional a iniciativa local de los militantes de la causa franquista 37. Impusieron en el espacio urbano cotidiano el culto al martirologio del bando vencedor con un lenguaje de culpa y expiación. Son imposiciones de una atroz violencia física y simbólica, que galvanizaban a la estrecha comunidad de los vencedores y sus familias. Su efecto fue más excluyente que inclusivo para una mayoría social que fue víctima o, simplemente, no partícipe de las connivencias y complicidades que unían a aquellos. Víctima de esta agresiva reivindicación excluyente y expiatoria fue la memoria silenciada de los derrotados. Ana Cabana 38 ha recurrido a la antropología para poner en evidencia que la memoria pudo ser un espacio de resistencia mediante la condena simbólica, en la mitología de los recuerdos compartidos, de los perpetradores de crímenes contra la convivencia y la armonía de la comunidad local. La memoria como albergue de significados se convierte así en territorio en disputa sobre la atribución de sentido al acontecer cotidiano. Aunque hostigada por el discurso oficial del régimen del 18 de julio, la memoria de los perdedores estuvo lejos de vaciarse o borrarse.
El Proyecto Valencia tuvo en cuenta en sus premisas los análisis que cuestionaban por insuficiente la identidad de clase como categoría explicativa de las actitudes sociales, pero reunió pocos testimonios orales de mujeres y no adoptó una perspectiva de género. Era una carencia importante en un proyecto que buscaba indagar en la subjetividad y la privacidad de los sujetos. Mucho se ha progresado desde entonces. El análisis de Irene Murillo de los pliegos de descargo suscritos por las víctimas de procesos de Responsabilidades Políticas muestra un camino decisivo de avance en esta línea ausente del Proyecto Valencia 39. El uso del lenguaje del régimen, en la lucha desesperada por el derecho a tener derechos que la dictadura negaba a los vencidos, suponía asumir el modelo nacionalcatólico de reclusión de la mujer en el hogar y el falangista de una ética masculina apolítica del trabajo. Concluye Irene Murillo que «lo que acabó imponiéndose fue lo que había sido necesario aprehender dada la coyuntura», a saber, «prácticas de ciudadanía formuladas sin sentido de utopía, sin solución de emancipación personal o colectiva y donde se desterraba el disenso o la conflictividad». Pero hubo un aprendizaje, el de responder al régimen en sus propios términos. Hombres y mujeres sometidos no se perdieron a sí mismos en un borrón y cuenta nueva hasta el renacer progresivo de la conflictividad social en la década de 1960. La resistencia testaruda de la coherencia personal en el espacio íntimo que Alf Lüdtke llamaba Eigen-Sinn algo pudo tener que ver.
* El autor formó parte del equipo de investigadores que realizó el proyecto. Agradezco a Ismael Saz, Javier Tébar y Vicenta Verdugo sus comentarios en la redacción de este artículo. Debido a las limitaciones de extensión, hemos reducido al mínimo las referencias bibliográficas.
1 Ismael Saz Campos y Alberto Gómez Roda (eds.): El franquismo en Valencia. Formas de vida y actitudes sociales en la posguerra, Valencia, Episteme, 1999.
2 Ismael Saz: «Introducción: Entre la hostilidad y el consentimiento. Valencia en la posguerra», en Ismael Saz Campos y Alberto Gómez Roda (eds.): El franquismo en Valencia. Formas de vida y actitudes sociales en la posguerra, Valencia, Episteme, 1999, pp. 9-35. Al inicio del proyecto, su director coordinó la traducción y edición en catalán de un dosier de artículos relevantes para el entonces llamado debate sobre la «naturaleza» del fascismo (y del franquismo) en la revista Afers, 25 (1996). Reunía trabajos de Tim Mason, Philippe Burrin, Enzo Collotti, George L. Mosse, Emilio Gentile, Thomas Childers y Geoff Eley. Véase el artículo de Ismael Saz: «Repensar el feixisme», Afers, 25 (1996), pp. 443-473. Puerta de entrada de la Alltagsgeschichte alemana en nuestras discusiones fue un artículo de revisión historiográfica de Geoff Eley: «Labor History, Social History, Alltagsgeschichte: Experience, Culture, and the Politics of the Everyday - a new direction of German Social History?», Journal of Modern History, 61 (1989), pp. 297-343. Una primera lectura de la obra de Alf Lüdtke en sus traducciones al francés y al inglés, en particular Alf Lüdtke: «What happened to the “Fiery Red Glow”? Workers’ experiences and German Facism», en íd. (ed.): The history of everyday life. Reconstructing historical experiences and ways of life, Princeton, Princeton University Press, 1995, pp. 198-251 (traducción de la edición original en alemán de 1989).
3 Renzo de Felice: Mussolini il duce. Gli anni del consenso 1929-1936, Turín, Einaudi, 1974, e íd.: Mussolini il duce. Lo Stato totalitario, 1936-1940, Turín, Einaudi, 1981.
4 Nos referimos en particular a las polémicas sobre la «normalización» o «historización» del pasado alemán. Al respecto, cfr. Nicholas Rauschenberf: «El problema de la normalización en tres debates: Historización, Historikerstreit y Goldhagen», Anos 90, 23 (2016), pp. 443-487.
5 Tim Mason, con un gran esfuerzo de investigación, llevó hasta sus límites la explicación marxista de la evolución del régimen nazi que pivotaba sobre la política de la dictadura hacia la clase trabajadora. Véase Timothy W. Mason: Social Policy in the Third Reich. The Working Class and the «National Community», Providence-Oxford, Berg, 1993 (traducción al inglés del original alemán de 1977).
6 En este contexto, la definición del «fascismo genérico» en términos estrictamente ideológicos como forma extrema de nacionalismo por Roger Griffin tuvo un efecto rompedor, polémico y renovador. Roger Griffin: The nature of Fascism, Londres, Routledge, 1991.
7 Un ejemplo de las investigaciones contemporáneas del Proyecto Valencia en la compilación editada por Richard Bessel y Ralph Jessen (eds.): Die Grenzen der Diktatur: Staat und Gesellschaft in der DDR, Gotinga, Vandenhoeck & Ruprecht, 1996.
8 Luisa Passerini: Fascism in popular memory: the cultural experience of the Turin working class, Cambridge-París, Cambridge University Press-Maison des Sciences de l’Homme, 1987 (traducción del original italiano Torino operaria e Fascismo, 1984). Su trabajo prestaba atención a la cultura popular desde la antropología, a la trasmisión oral de relatos, canciones, el humor o la burla.
9 Lutz Niethammer (ed.): Lebensgeschichte und Sozialkultur im Ruhrgebiet 1930-1960, 3 vols., Berlín-Bonn, J. H. W. Dietz Nachf., 1983-1985. En total, el Proyecto LUSIR publicó treinta y dos investigaciones y ensayos, a partir de más de doscientas entrevistas realizadas por diecinueve investigadores, nacidos entre 1939 y 1955. Eran hijos de la posguerra, tenían entre cuarenta y cuatro y veintiocho años en 1983.
10 El debate sobre el consenso se había abordado en un seminario celebrado en 1987 en Barcelona. Las ponencias se publicaron en Francesco Barbagallo et al.: Franquisme. Sobre resistència i consens a Catalunya (1938-1959), Barcelona, Centre de Treball i Documentació, Crítica, 1990. Posteriormente también en Carme Molinero y Pere Ysàs: El règim franquista: feixisme, modernització i consens, Girona, EUMO, 1992.
11 J. Alberto Gómez Roda: «Actitudes y percepciones de la posguerra en Valencia. Informes de Falange, policiales, diplomáticos y del Partido Comunista», en Ismael Saz Campos y Alberto Gómez Roda (eds.): El franquismo en Valencia. Formas de vida y actitudes sociales en la posguerra, Valencia, Episteme, 1999, pp. 77-116.
12 «Información facilitada por Ángel Gaos González-Pola sobre la situación de España» (Toulouse, 15 de noviembre de 1946), Archivo Histórico del Partido Comunista de España (en adelante AH-PCE), Informes del Interior, n. 175, sign. 223-224.
13 «Información facilitada por Luis Delege» (21 de junio de 1947), AH-PCE, Microfilms Levante, jacquets 557-560.
14 «De las conversaciones tenidas con Escrich» (mayo de 1949), AH-PCE, Microfilms Levante, jacquet 591.
15 «Informe de Simón Díaz Sarro, secretario general del Comité Provincial del PCE de Valencia» (25 de junio de 1949), AH-PCE, Informes del Interior, n. 7, s. 8-9.
16 En 1952, Peña informaba de una vigilancia policial amenazante y disuasoria a la entrada de las fábricas. En la fábrica de lámparas Martínez Orts, el Primero de Mayo de 1951, la policía había ido a buscar a sus domicilios a los obreros que habían faltado al trabajo. «Informe de Peña sobre su viaje a Valencia» (27 de marzo de 1952), AH-PCE, Microfilms Levante, jacquets 725-728.
17 «Copia exacta del informe de Lucas» (27 de mayo de 1951), Archivo de la Fundación Pablo Iglesias, Federación Provincial Socialista de Valencia, AE 610-6.
18 Informe de Elisa Carrió (23 de septiembre de 1949), AH-PCE, Microfilms Levante, jacquets 592-593.
19 «Informe de Joaquín Martínez Gonzalvo “Chimi” sobre Valencia» (9 de junio de 1949), AH-PCE, Informes del Interior, n. 4, s. 4.
20 «Organización. Informe de Valencia» (13 de marzo de 1954), AH-PCE, País Valenciano, caja 77, carpeta 2/3.
21 «Información facilitada por un camarada que ha venido a vernos» (3 de agosto de 1955), AH-PCE, País Valenciano, caja 77, carpeta 2/2.
22 Ramiro Reig: «Repertorios de la protesta. La posición de los trabajadores durante el primer franquismo», en Ismael Saz Campos y Alberto Gómez Roda (eds.): El franquismo en Valencia. Formas de vida y actitudes sociales en la posguerra, Valencia, Episteme, 1999, pp. 37-76. Es la versión ampliada de la primera parte, la referida a los años cuarenta y cincuenta, de su artículo: «Estratègies de supervivència i estratègies de millora. Els treballadors al País Valencià durant el franquisme (1939-1975)», Afers, 22 (1995), pp. 459-491, reeditado en una recopilación de la obra de Ramiro Reig Armero (1936-2018) en Pere J. Beneyto (ed.): Crónicas obreras de Ramiro Reig, Valencia, FEIS-CCOOPV, 2018, pp. 136-164.
23 Michael Burawoy: El consentimiento en la producción. Los cambios del proceso productivo en el capitalismo monopolista, Madrid, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, 1989 (edición original en inglés, 1979).
24 J. Daniel Simeón Riera: «El franquismo vivido e imaginado desde una sociedad industrial: el Puerto de Sagunto», en Ismael Saz Campos y Alberto Gómez Roda (eds.): El franquismo en Valencia. Formas de vida y actitudes sociales en la posguerra, Valencia, Episteme, pp. 159-185.
25 Ismael Saz Campos: «Trabajadores corrientes, obreros de fábrica en la Valencia de la posguerra», en Ismael Saz Campos y Alberto Gómez Roda (eds.): El franquismo en Valencia. Formas de vida y actitudes sociales en la posguerra, Valencia, Episteme, 1999, pp. 187-233.
26 Ibid., p. 220.
27 Gil-Manuel Hernández Martí: «Una mirada desde el mundo fallero», en Ismael Saz Campos y Alberto Gómez Roda (eds.): El franquismo en Valencia. Formas de vida y actitudes sociales en la posguerra, Valencia, Episteme, 1999, pp. 235-258.
28 Ibid., p. 246.
29 Álvaro Álvarez Rodrigo: «Los católicos en el primer franquismo. La vida cotidiana en el Barrio del Botánico de Valencia», en Ismael Saz Campos y Alberto Gómez Roda (eds.): El franquismo en Valencia. Formas de vida y actitudes sociales en la posguerra, Valencia, Episteme, 1999, pp. 259-284.
30 «Blasquista» era la apelación del republicanismo local en alusión a Vicente Blasco Ibáñez, fundador de la corriente política hegemónica en la ciudad desde principios del siglo xx.
31 Joan J. Adrià: «Los factores de producción de consentimiento político en el primer franquismo: consideraciones apoyadas en el testimonio de algunos lirianos corrientes», en Ismael Saz Campos y Alberto Gómez Roda (eds.): El franquismo en Valencia. Formas de vida y actitudes sociales en la posguerra, Valencia, Episteme, 1999, pp. 117-158.
32 Ismael Saz Campos: «Introducción: Entre la hostilidad y el consentimiento..., pp. 26-35.
33 Para una definición historiográfica de Eigen-Sinn, véase Thomas Lindenberger: «Eigen-Sinn, domination and no resistance», en Docupedia-Zeitgeschichte, 3 de agosto de 2015, http://docupedia.de/zg/lindenberger_eigensinn_v1_en_2015.
34 Véase Francisco Cobo Romero: «Los apoyos sociales prestados al fascismo italiano y al nazismo. Una controvertida cuestión», en Miguel Ángel del Arco et al. (eds.): No solo miedo. Actitudes políticas y opinión popular bajo la dictadura franquista (1936-1977), Granada, Comares, 2013, pp. 15-30, y Claudio Hernández Burgos: «Tiempo de experiencias: el retorno de la “Alltagsgeschichte” y el estudio de las dictaduras de Entreguerras», Ayer, 113 (2019), pp. 303-317.
35 Ana Cabana Iglesia: Xente de Orde. O consentimento cara ao franquismo en Galicia, A Coruña, tresCtres, Nós-Outros, 2009, primera parte de su tesis doctoral Entre a resistencia e a adaptación. A sociedade rural galega no franquismo 1936-1960, Universidade de Santiago de Compostela, Campus de Lugo; íd.: La derrota de lo épico, Valencia, Publicacions de la Universitat de València, 2013; Antonio Cazorla Sánchez: Fear and Progress: Ordinary Lives in Franco’s Spain, 1939-1975, Chichester, Wiley-Blackwell, 2010; Carlos Fuertes Muñoz: Viviendo en dictadura: la evolución de las actitudes sociales hacia el franquismo, Granada, Comares, 2017, y Claudio Hernández Burgos: Franquismo a ras de suelo. Zonas grises, apoyos sociales y actitudes durante la dictadura (1936-1976), Granada, Universidad de Granada, 2013. Trabajos de estos y otros historiadores en la publicación colectiva editada por Miguel Ángel del Arco et al. (eds.): No solo miedo. Actitudes políticas y opinión popular bajo la dictadura franquista (1936-1977), Granada, Comares, 2013. En la publicación y análisis de correspondencia destacan Armand Balsebre y Rosario Fontova: Las cartas de la Pirenaica. Memoria del antifranquismo, Madrid, Cátedra, 2014, y Antonio Cazorla Sánchez: Cartas a Franco de los españoles de a pie (1936-1945), Barcelona, RBA, 2014.
36 Carlos Gil Andrés: «También “hombres del pueblo”. Colaboración ciudadana con la gran represión», en Miguel Ángel del Arco et al. (eds.): No solo miedo. Actitudes políticas y opinión popular bajo la dictadura franquista (1936-1977), Granada, Comares, 2013, pp. 47-63.
37 Miguel Ángel del Arco: «Las Cruces de los Caídos: instrumento nacionalizador en la “cultura de la victoria”», en Miguel Ángel del Arco et al. (eds.): No solo miedo. Actitudes políticas y opinión popular bajo la dictadura franquista (1936-1977), Granada, Comares, 2013, pp. 65-82.
38 Ana Cabana Iglesia: «Sobrellevar la vida. Memorias de resistencias y resistencias de las memorias al franquismo», en Miguel Ángel del Arco et al. (eds.): No solo miedo. Actitudes políticas y opinión popular bajo la dictadura franquista (1936-1977), Granada, Comares, 2013, pp. 97-108.
39 Irene Murillo Aced: «Aproximación a las prácticas ciudadanas en el primer Franquismo. La performatividad de los modelos de género como herramienta para comprender las actitudes populares», Ayer, 102 (2016), pp. 71-94.