Ayer 116/2019 (4): 191-216
Sección: Estudios
Marcial Pons Ediciones de Historia
Asociación de Historia Contemporánea
Madrid, 2019
ISSN: 1134-2277
DOI: 10.55509/ayer/116-2019-08
© Alejandro Lora Medina
Recibido: 29-05-2017 | Aceptado: 10-11-2017
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Moral sexual y prostitución en el anarquismo español de los años treinta

Alejandro Lora Medina

Universidad de Sevilla
alora@us.es

Resumen: El presente artículo tiene como objetivo analizar el discurso anarquista de crítica a la moral sexual tradicional como vía para proyectar una nueva visión de una ética que pretende ser rupturista y novedosa. Matrimonio y prostitución son examinados como elementos inseparables del orden burgués, a la vez que son criticados por perpetuar una concepción de la sexualidad desde parámetros religiosos represivos de lo sexual. El posicionamiento libertario en torno a la prostitución se vuelve complejo al coexistir una mirada compasiva de la mujer como víctima inocente del sistema vigente, pero también como responsable indirecta de la extensión de enfermedades.

Palabras clave: anarquismo, prostitución, sexualidad, matrimonio, ­España.

Abstract: This paper aims at analysing how anarchist discourse criticised traditional sexual morality, and how it projected a new system of ethics that strove to be both ground-breaking and innovative. Marriage and prostitution were deemed inseparable elements of the bourgeoisie system, resulting in the perpetuation of religious tenets that served to repress sexuality. It was complicated to maintain a libertarian stance with respect to prostitution -- a compassionate view of women as innocent victims of the current system coexisted with a perception that they were indirectly responsible for the spread of disease.

Keywords: anarchism, prostitution, sexuality, marriage, Spain.

El discurso ácrata se introduce en el ámbito de lo privado para fijar su posición sobre distintas categorías conceptuales como el amor, las relaciones sentimentales o la familia. La crítica de la sociedad burguesa responsabilizaba directamente a la religión y al Estado de la imposición social de una moral sexual que restringía el libre desenvolvimiento humano. De este modo, matrimonio y prostitución eran considerados como dos entes concomitantes cuya denuncia, aunque no resultaba novedosa porque procedía del anarquismo decimonónico, iba aparejada a una exaltación de las virtudes ligada a una vivencia libre de las relaciones sentimentales. La aspiración por establecer un nuevo patrón de conducta amoroso-sexual colisionaba directamente con la concepción funcionalista y peyorativa del sexo dominante. La hostilidad hacia ambas instituciones derivaba en el enfrentamiento de dos formas opuestas de concebir no solo la sociedad, sino también la sexualidad 1.

En la sociedad burguesa, la sexualidad se fecundiza y canaliza legal y socialmente hacia una función reproductora, previa legalización institucional, que condena y niega la legitimidad del placer sexual. Michel Foucault, a partir de una perspectiva marxista, deduce que la represión del sexo forma parte indisoluble del orden burgués, relacionando dicha coacción con la explotación capitalista de la fuerza de trabajo del obrero. Su rendimiento laboral estaba mediatizado por el correcto empleo de la energía y las capacidades fisiológicas, por lo que su dispersión en material sexual conduciría a la disminución de la productividad. Toda exteriorización de la sexualidad fuera de los cauces normales es tachada de inmoral y rechazada como una violación de las normas éticas. La concupiscencia es considerada sinónimo de pecado y la virtud se establece en el autocontrol de las pasiones «bajas» como vía para alcanzar la pureza del espíritu y mantener intacto el esquema social establecido 2.

Matrimonio «burgués» y moral sexual tradicional

El matrimonio poseía la marca indisoluble del interés material y económico propio de una clase, la burguesa, que había edificado la sociedad según sus intereses y necesidades. El casamiento es el pilar fundamental sobre el que se asienta la moral pública para significar el «estado ideal» de las personas y una forma certera de aumentar el capital familiar, un negocio o acceder a las elites políticas o económicas del país. La imagen prototípica de la pareja burguesa ideal es, por ende, heterosexual, legítima y procreadora. Dentro de esta configuración, el afecto en la pareja es un elemento secundario o, incluso, inexistente, ya que se entiende que tanto la felicidad como el amor llegarían con el tiempo y con los hijos. Esta visión encorsetada de las uniones burguesas hacía que los anarquistas establecieran como prioridad la atracción sentimental y afectiva para la formación de parejas. La apología del igualitarismo sirve tanto para condenar la utilización de la mujer como instrumento pasivo de placer, como para abogar por la censura de la moral sexual tradicional 3.

La mercantilización de los sentimientos por parte de la institución matrimonial, que podía llevar a la formación de parejas con una diferencia de edades muy acusada, es interpretada exclusivamente como resultado de una presión material o económica, nunca por mero interés amoroso. Ácratas como Valentín Obac no creen en la formación libre y afectiva de una relación entre una mujer joven y un hombre mayor, o viceversa, al considerarlas antinaturales. El cenetista oscense concluye que el hombre se casa para tener sexo y criada, los menos por amor y los viudos por miedo a la soledad, mientras que la mujer, fruto de la educación recibida, no puede elegir su futuro y pasaba de la «cárcel» paterna a la del marido para poder ser madre. La existencia de estos matrimonios se utiliza para magnificar la idea de que la mayoría de los casamientos son, como señalaban Higinio Noja y Mariano Gallardo, transacciones comerciales en las que el hombre compraba y la mujer se vendía. Para Gallardo, influido por las teorías de Émile Armand y Vargas Vila, las mujeres casadas, desde el punto de vista materialista, son iguales que las prostitutas al entender que ambas se venden; con la única diferencia del número de hombres a las que unas y otras entregan su vida 4: «Casarse un hombre es pasar a ser propietario de una mujer. Casarse una mujer es convertir su cuerpo en una finca propiedad del marido, finca que este compra para disfrutarla y hacerla producir como todas las fincas» 5.

Aunque en el fondo no se niega la existencia de uniones basadas en el libre afecto, para autores como Higinio Noja Ruiz, estos enlaces «pseudo-libres» no son numerosos ni ejemplares porque, tras la supuesta libertad de unión, yace el interés personal. Los propagandistas libertarios coinciden en señalar al matrimonio como la principal causa de la esclavitud de la mujer al «obligarla» a adoptar uno de los prototipos femeninos tradicionales. La denuncia de esta realidad social hace que, aunque no fuesen partidarios del matrimonio, medidas como la aprobación de la ley del divorcio en 1932 sean valoradas positivamente al entenderse que era un avance en el camino de la igualdad de género. En esta línea, Noja Ruiz confía en que la instauración de un divorcio «exprés», económicamente asequible para todas las familias, garantice ciertas cuotas de libertad hasta el triunfo definitivo de las uniones libres. Mientras que otros anarquistas, como Antonia Maymón, se opusieron a esta interpretación de la realidad al considerar que, en el fondo, no se modificaba la institución que tanto condenaban, sino que ayudaba a perpetuar la subordinación de la mujer y a mantener intacto el autoritarismo patriarcal. La maestra madrileña temía que el divorcio se convirtiera en un nuevo estigma social para la fémina. Principalmente para aquellas que tuvieran hijos que mantener, y que, ante la falta de recursos para vivir, consideraran la prostitución como una salida viable. Además de considerar que la legislación republicana no luchaba contra la existencia de otros tipos de sexualidad, denostados y condenados, como eran el mundo del burdel y la prostitución. La visión de una sexualidad matrimonial límpida y pura representada por la figura de la Virgen María necesitaba la connivencia silenciosa del universo de la sexualidad «extralegal» de mujeres invisibles, como eran las prostitutas, «mujeres de moral distraída» representadas por la bíblica María Magdalena 6.

Esa polarización sexual era criticada por los anarquistas que señalaban como principales culpables de la misma a la «moral farisea» de la Iglesia católica, al rodear el sexo de impureza y reprimir el carácter genésico del deseo, los propagandistas libertarios abogan por una libertad en materia sexual que se fundamenta en el respeto de lo natural como principio supremo y el ensalzamiento de todas aquellas funciones propias de la biología: «Cohabitar cuando de ello se siente necesidad es tan digno, racional y humano como lo puede ser el comer cuando se tiene hambre y orinar cuando se tiene gana» 7. En esta línea, Galo Díez, Máximo Llorca e Isaac Puente entienden la continencia sexual como un «atentado» contra las leyes de la naturaleza, sin aceptar siquiera como opción la existencia del celibato, al considerar que tras él no hay una elección libre, sino la marca insoluble de la represión sexual y de la moral religiosa. La moralidad de la virginidad y su mantenimiento hasta el matrimonio también sería objeto de crítica ya que, según los propagandistas ácratas, esta afectaba a los ritmos que la naturaleza imponía a la mujer para ser madre. La moralidad no desaparecía así del apartado sexual, sino que sufría una alteración de sus patrones internos extendiéndose a todo aquello relacionado con la biología humana 8: «Nosotros los anarquistas no podemos llegar a creer que la felicidad de los seres que se aman la haga una partícula insignificante. ¡Cuántas mujeres hemos conocido que, después de ser vulgares prostitutas, fueron ejemplos de virtud!» 9.

Sin embargo, la realidad era compleja y, a pesar de las denuncias ya enunciadas, en muchos libertarios seguía presente la marca de la moral tradicional, especialmente en su actitud hacia el amor y el sexo. Mariano Gallardo se muestra especialmente crítico con aquellos hombres que, a pesar de la difusión de la inutilidad de la virginidad o la castidad, quieren casarse con mujeres vírgenes. Esta situación impedía que muchas libertarias no se atrevieran a disfrutar libremente de su sexualidad por miedo al repudio social, aun dentro del propio movimiento libertario. La anarquista brasileña María Lacerda de Moura, asidua colaboradora de Estudios, define a aquellos que no reconocen la igualdad femenina prefiriendo mantener la preponderancia de un género sobre el otro, como anarquistas «feminófobos». En términos similares se expresa Máximo Llorca, seudónimo literario del maestro Salvador Lluch, o Antonia Maymón, para quienes algunos anarquistas se comportan de forma egoísta perpetuando la visión de la mujer como mercancía 10: «Cuando oigáis que un camarada se expresa en términos esperanzadores abogando por la conveniencia de otorgar ciertas libertades a la mujer, observad que casi nunca se referirá a su hermana ni a su compañera» 11.

La literatura tuvo un papel relevante en la denuncia de estos comportamientos, en especial a través de colecciones temáticas que abordan la existencia de prejuicios en materia sexual con la publicación de novelas sentimentales que albergan un evidente trasfondo pedagógico y proselitista. Aunque situaciones ficticias, estos relatos persiguen educar a la militancia en el comportamiento amoroso-­sexual correcto, a la par que denuncian agresiones sexuales, matrimonios de conveniencia, desigualdad de género y ausencia de afecto y amor en la pareja. Obras como En las garras de la lujuria, de Gregorio Gallego, militante anarquista madrileño, sirven también para mostrar a la militancia y a los lectores el prototipo del hombre ideal representado por un joven militante de las Juventudes Libertarias, físicamente sano y emancipado de todos los convencionalismos sociales. En la obra en cuestión, la mujer es descrita como una joven, bella e inocente secretaria que cae víctima de la vieja moral sexual en la figura del hijo del empresario para el que trabaja, que la seduce y le «arrebata» la virginidad, abandonándola posteriormente. Sin embargo, antes de que cayera en el mundo del prostíbulo, el joven libertario, sinceramente enamorado, no solo no la abandonaba, sino que decide unirse sentimental y libremente con ella 12: «¿Qué puede importarme a mí que otro hombre, por medio de su hipocresía y su maldad, haya arrancado la flor que la sociedad capitalista ha dado en llamar virginidad? No, Violeta, no. Nosotros los anarquistas no podemos llegar a creer que la felicidad de los seres que se aman la haga una partícula insignificante» 13.

Junto al joven anarquista y a la muchacha cándida aparecen también otros roles que son estereotipos sociales de la realidad que los anarquistas exageran para focalizar sus críticas contra la moral sexual burguesa. En este sentido, no podía faltar la figura del hombre prepotente y adinerado que practica una sexualidad violenta y disfruta de la prostitución, y al que se culpa con su comportamiento de la explotación sexual de las mujeres. La visión romántica y edulcorada de las relaciones sentimentales descrita por Gallego apenas escondía el tópico del hombre como salvador de la mujer. Su función como maestro no es tangencial ni aislada, sino que denota la influencia de una sociedad en la que perviven los tópicos y comportamientos marcadamente patriarcales. La pervivencia en el subconsciente popular de esta moral virilizada persiste también en el periodo de la Guerra Civil, demostrándose que los cambios revolucionarios impulsados en algunas regiones no tuvieron su traslación total al apartado del comportamiento. En plena guerra, Gerona CNT se lamenta de que, a pesar de los cambios logrados en Cataluña, en la práctica, la mujer seguía siendo la «bestia de carga» que se encargaba del cuidado del hogar, atender a los hijos y al marido, como antes de la revolución. La constatación de esta realidad demuestra la enorme heterogeneidad de un colectivo en cuanto a la percepción de las relaciones sentimentales, ya que el anarquismo, a pesar de los esfuerzos propagandísticos, fue incapaz de imponer una visión unívoca de lo sexual 14.

Prostitución: ¿legalización o abolición?

Dentro de la crítica de la moral sexual, la prostitución 15 es uno de los temas más destacables dentro de la ética anarquista porque representa un problema social que genera importantes fricciones entre la práctica y el ideal. En general, la prostituta es descrita como la víctima inocente de un sistema opresor del que no puede salir sola, entendiéndose que solo un cambio revolucionario conseguiría liberarla por completo. Como sucede con el matrimonio burgués, su condena se centra en sus promotores ideológicos y materiales: el Estado con sus leyes, la Iglesia con la moral y el capitalismo con la pobreza. Para Leandro Carré, un joven anarquista portugués que escribe bajo el sobrenombre de Fausto Brand, es la «verdadera lepra de la sociedad moderna» 16, que evidencia la degeneración y corrupción de la sociedad burguesa-capitalista, mientras que para José Villaverde, tras su seudónimo de Juan José, el sistema económico y la miseria social magnifican el problema del analfabetismo, en especial entre las mujeres 17, siendo uno de los principales causantes de la pobreza y, por ende, origen del aumento de mujeres que se dedican a la prostitución 18: «Un trabajador con doce hijos convierte su casa en un infierno y solo crea o carne para el prostíbulo o para el presidio. Al no poder mantener su prole, si son mujeres se prostituyen y venden su cuerpo, y si son hombres también se prostituyen y venden su alma al diablo y su cuerpo al verdugo» 19.

La falta de alfabetización reducía exponencialmente sus posibilidades laborales, mientras el desconocimiento de la lectura y la escritura mermaban su capacidad para desarrollar la conciencia social. La exculpación de la prostituta, conceptuada como víctima, supone la condena del cliente por mantener el negocio de la prostitución. El varón que frecuenta los prostíbulos es acusado de perpetuar con su sexualidad mal canalizada la inmoralidad y degeneración de un tipo de unión sexual solo basada en la transacción económica. La inclinación ácrata al estereotipo social representa al hombre como el macho ebrio de lujuria, mientras la prostituta despierta una mirada paternalista y protectora. Por esta razón, muchos propagandistas dirigen exclusivamente sus mensajes al hombre y no a la prostituta, emplazándole a modificar su actitud por el bien de la sociedad y el suyo propio, ya que así no sólo obligaba a la mujer a vender su cuerpo para subsistir, sino que se exponía él mismo a la contracción de enfermedades venéreas.. Al señalarse al hombre como culpable directo, el anarquismo volvía a remarcar la necesidad de acabar con la sociedad patriarcal y abordar una redefinición conceptual del marco de las relaciones entre hombres y mujeres 20.

La condena de esta actividad, aunque es común dentro de todo el colectivo anarquista, convive en la práctica con dos visiones opuestas de la prostituta. Por un lado, una visión compasiva de la mujer que se encuentra sometida a dicha práctica, mostrándola como víctima inocente y cercana. Esta percepción lleva a acentuar la idea de que la víctima puede ser la madre, la hermana o la compañera sentimental del hombre que compra sexo: «Mas yo no os desprecio, ni siento piedad por vosotras [...]. Considero que habéis sido engañadas, que la necesidad económica os indujo a ello [...]. Sé que sois la siembra de estos canallas que os juraban amores y después de haberos gozado bestialmente os dejaron en el vacío, en el abismo impío de esta interrogación: ¿Prostitución?» 21.

Y por otro lado, la imagen de la prostituta como responsable indirecta de la transmisión de enfermedades sexuales y, por tanto, culpable del deterioro de la salud de la sociedad. Esta interpretación del problema sanitario que provocaba la prostitución estaba influida por la acción que sobre la moral ácrata ejercía también, aunque de forma indirecta, el pensamiento tradicional. Camillo Berneri, anarquista italiano y profesor de filosofía, en sus artículos publicados en la revista Estudios examina la responsabilidad de la Iglesia a través de la historia para llegar a la conclusión de su total culpabilidad no solo en cuanto a su propagación ya desde la Edad Media, sino principalmente por su actitud indulgente y nada combativa hacia ella. Para respaldar su opinión, Berneri cita casos de clérigos y papas, como Alejandro Borgia —famoso por su vida disoluta— o Julio II —que habría destinado un barrio especial en Roma para las meretrices—, para difundir la imagen de que la Iglesia, además de no condenar su práctica, había favorecido y alentado de manera consciente su existencia. Mientras que en opinión de Félix Martí Ibáñez, la Iglesia católica también era necesariamente responsable de la propagación de un falso concepto del erotismo basado en la desigualdad entre hombres y mujeres 22.

Para anarquistas como Augusto M. Alcrudo o Mariano Gallardo, para los que tanto la Iglesia como el Estado tenían responsabilidades compartidas en la existencia de la trata, los logros políticos, aun los revolucionarios, difícilmente terminarían en un corto espacio de tiempo con la existencia de una lacra que se hallaba profundamente enquistada en el subconsciente social. Dicha percepción conduce a considerar que la única opción realista para luchar por su erradicación definitiva era desde el campo de la moral, rechazándose la vía reformista por no abordar el origen del problema. La única solución viable para José Villaverde era la abolición completa de la prostitución, lo que Jacinto Toryho, que fuera redactor de Solidaridad Obrera y Tierra y Libertad, denominaba «abolicionismo revolucionario», término contrapuesto al de la corriente burguesa, ya que, según el cenetista leonés, esta no buscaba su fin, sino únicamente poner fin a la intervención del Estado en el «problema prostibulario» 23.

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Dibujo aparecido en la prensa anarquista sobre la asociación de la prostitución con la burguesía

Fuente: Solidaridad Obrera, 543, 23 de octubre de 1932, p. 5.

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Representación de la condena anarquista de la prostitución representada por una chica joven y un hombre de edad avanzada como ejemplo de la artificialidad de dichas relaciones

Fuente: Solidaridad Obrera, 275, 8 de octubre de 1931, p. 8.

Además, se perseguía liberar de toda consideración de culpa y castigo a la prostituta para reinsertarla en la sociedad. Soluciones intermedias como la regularización de la prostitución no eran, siquiera, valoradas como opciones ideales o definitivas, ya que suponían, de facto, aceptar la sociedad burguesa y el papel regulador del Estado. La respuesta ácrata a su práctica no era otra que la necesaria aplicación de sus moldes éticos basados en una vivencia libre del sexo con la instauración del amor libre 24.

Sin embargo, la realidad de la vida cotidiana de los militantes reflejaba, en muchos casos, la existencia de numerosas contradicciones respecto al ideario ácrata. De ahí la labor permanente de propaganda que se realizaba desde los medios libertarios para, a través principalmente de la palabra y la letra impresa, conseguir un cambio conductual de sus seguidores. Para Javier Serrano, un anarquista no podía coadyuvar a mantener la explotación sexual de la mujer porque no era digno de hombres emancipados y moralmente superiores. De acuerdo con el puritanismo ácrata, aquel que compraba favores sexuales no podía ser un verdadero revolucionario porque estaba falseando su conducta pública en beneficio de su propio egoísmo. Las consultas más populares realizadas a Estudios o La Revista Blanca reflejan numerosas dudas e incoherencias por parte de muchos seguidores respecto al tema de la moral y la prostitución. Las más comunes reflejan el mantenimiento del estigma de dichas mujeres, con consultas en las que se preguntaba acerca de la respuesta «oficial» dentro del movimiento libertario sobre si un hombre podía tener como pareja a una prostituta. De este modo, tanto la pervivencia de comportamientos tradicionales como la no asunción de los principios del amor libre eran elementos muy extendidos entre una militancia a la que le costaba interiorizar muchos de los preceptos básicos del anarquismo 25.

Estos problemas conductales también se dan entre la militancia femenina, concretamente acerca de la aceptación de la prostituta como una igual, ya que, como sucedía con el género masculino, las mujeres guardaban distancia de un colectivo que estaba socialmente estigmatizado. En esta línea, en enero de 1937, el grupo Los Conscientes de Badalona lanza una campaña dirigida a las mujeres y apelando a la necesidad de asumir la misión de ayudar a sus «hermanas» a salir de los prostíbulos y reinsertarse en la sociedad. Esta llamada de atención denota la permanencia de un comportamiento tradicional, mantenido incluso en tiempos revolucionarios, entre las propias mujeres, que eran las que, según señalaba la prensa, más discriminaban a las prostitutas.

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Portada de la novela de Mariano Gallardo en la que aborda el tema de la libertad sexual

Fuente: Mariano Gallardo: «Tres prostitutas decentes», La Revista Blanca, 51, s. f.

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Portada de la revista Estudios en la que se equipara la prostitución con el vicio sexual y la muerte

Fuente: Estudios, 136 (1934).

Se trata, por tanto, de una cuestión que afectaba a ambos géneros por igual y para la que el anarquismo únicamente ofrecía una solución: concienciación y respeto. Estos mensajes intentaban hacer comprender que todas las mujeres, con independencia de la profesión a la que se dedicaran, tenían derecho a formar un hogar con un «hombre consciente», tener hijos y militar de forma activa por la revolución social.

Sin embargo, la heterodoxia acaba prevaleciendo también entre los propagandistas, especialmente los ligados profesionalmente al sector sanitario. En 1932, un lector de Estudios consulta a Roberto Remartínez qué es preferible, si mantener la castidad o acudir a prostíbulos. El médico naturista, valedor de las tesis que defienden que un uso inadecuado de las funciones sexuales puede degenerar en enfermedades psicológicas, estima la prostitución como un mal necesario. En 1935, otro lector, esta vez de La Revista Blanca, le hace al Dr. Klug (seudónimo tras el que escribía el médico Javier Serrano) la misma pregunta, estableciendo el matiz de que era un joven de dieciocho años que no encontraba mujeres sanas con las que relacionarse sexualmente. Esta vez, la respuesta es totalmente distinta: «Buscar compañera, que hay por el mundo 25 millones de mujeres sin pareja y aun no te pasa el tiempo» 26. La distancia entre teoría y práctica, evidenciada también entre los propios propagandistas, muestra que no se trata necesariamente de desconocimiento del ideario, sino de una cuestión personal sujeta a la libre interpretación que cada uno hiciera de los límites de la moral ácrata 27.

El problema prostibulario durante la Guerra Civil

La situación creada a partir de julio de 1936 permitió que en zonas de Cataluña y Aragón, bajo el auspicio de la CNT, se organizaran campañas de reparto de prensa y pegadas de carteles llamando a las «profesionales del amor» a abandonar su ocupación sexual y convertirse en seres útiles para la sociedad. La propaganda intentaba convencerlas de que deben abandonar el prostíbulo e incorporarse como obreras a la lucha revolucionaria. La llegada a puestos de responsabilidad política de algunos anarquistas favorecería la extensión de una propaganda pública afín a sus ideas, pero acompañada persecución policial para combatir la prostitución clandestina. El acoso a la prostitución no persigue el encarcelamiento de las prostitutas, sino que estas, generalmente las menores de edad, pasaran a disposición del tribunal correspondiente para buscar su reinserción. Su no criminalización, al ser estimadas como víctimas, abre en la práctica un nuevo periodo en el tratamiento de dicha actividad sexual. Sin embargo, la situación de poder alcanzada por la CNT modificó de facto su posición teórica, por lo que de la crítica del reformismo estatal se pasó a su defensa para mejorar en el día a día la situación de estas mujeres. A nivel gubernamental, estas prácticas se complementan con actuaciones centradas en la realización de redadas puntuales y acciones punitivas para la «limpieza» de los principales barrios prostibularios. Medidas más extremas contemplaban también la ejecución de los proxenetas y los traficantes de drogas por ser los responsables directos. El abolicionismo defendido durante los años republicanos se mostró falto de aplicación e ideas más allá de las llamadas de la prensa y los mítines 28.

El anarquismo no fue capaz de canalizar de manera oficial y en plena guerra una línea verdaderamente rupturista con la tradición. Al final se abogaría por conseguir el fin de dicha actividad a través de soluciones reformistas intermedias que, ahora en tiempos de guerra y al estar dentro de las instituciones, iban a ser mejor vistas. La Guerra Civil, aunque no modificaría la comprensión del problema, sí cambió la percepción sobre cómo acometerlo. En una entrevista realizada por el periodista Hanns-Erich Kaminski a Federica Montseny, ministra de Sanidad y Asistencia Social de la República, esta reconoce que, en contra de sus deseos, la prostitución no puede ser abolida de inmediato. La llegada al poder de los cuadros anarquistas evidencia la constatación del fin del idealismo para dar paso a una visión más pragmática de la realidad que, en definitiva, supone una merma en la credibilidad de su discurso. La anarquista madrileña señalaba además que, aunque algunas localidades habían cerrado sus casas de lenocinio, en ciudades como Barcelona no solo fue inviable dicha medida, sino que su número se había multiplicado de forma inexorable, dado el elevado contingente de prostitutas y la imposibilidad de reinsertarlas 29.

Las cifras de prostitutas durante la guerra son difíciles de precisar debido a la escasez de fuentes. En una entrevista concedida por Martí Ibáñez en abril de 1937, el director general de Sanidad y Asistencia Social catalán señala que al llegar al cargo el censo de prostitutas en Cataluña era de un total de 3.500. Números que, sin embargo, consideraba muy por debajo de la realidad, lo que refleja la imposibilidad de acometer una solución general al problema. Acracia, órgano oficial de la CNT ilerdense, en diciembre de 1936 clama ante lo que tilda de «verdadera invasión de parte de las vendedoras de placer» 30. Libertarios como Mariano Gallardo o José Panicello corroboran esa realidad, extrañados por el hecho de que, a pesar de la propaganda y la persecución oficial, durante la revolución el número de prostitutas y de los clientes hubiera aumentado 31: «Se constata que, si bien Barcelona antes del 13 de julio estaba corroída por la prostitución, al cabo de un año que nos llenamos la boca de Revolución todos los antifascistas, está triplicada su corrosividad social, hasta el extremo que en las Ramblas y barrios, entre todas las mujeres que los pueblan, casi se podría afirmar que hay más prostitutas que honradas» 32.

Al igual que Montseny, Ignacia Zuloaga a través de Amanecer, órgano de la Escuela de Militantes de Cataluña, duda sobre que en pleno conflicto pudiera abolirse la prostitución no por la ausencia de elementos materiales, sino por la acuciada permanencia de la moral tradicional tanto en hombres como en mujeres. La situación bélica y la falta de recursos impedía ofrecer, en su opinión, a «las millares de prostitutas» 33 que había solo en Barcelona un oficio y un puesto de trabajo que les permitiera ganarse la vida de forma digna. Para Gallardo, la causa de este aumento se debe a la inexistencia de un modo natural y sin prejuicios en que hombres y mujeres pudieran comportarse con libertad sexual: «Mientras la cópula no sea considerada con la misma simplicidad que el sonarse la nariz, la prostitución tiene su vida asegurada» 34. Gallardo defiende además que la adopción de una nueva ética sexual debía ir acompañada de la creación de centros especializados, «dispensarios sexuales» tal y como denominaría, que cumplieran las normas higiénicas básicas para que hombres y mujeres pudieran saciar sus necesidades sexuales libremente. De este modo, se conseguiría favorecer el contacto sexual libre vaciándolo de todo elemento económico. Dichos establecimientos tendrían asociados de forma permanente personal médico encargado de hacer reconocimientos y facilitar los medios necesarios para evitar la contracción de enfermedades o embarazos no deseados. Para Gallardo, estos centros resolvían el problema existente tras la prostitución, remarcando su carácter de necesidad humana y no como una práctica inmoral, ya que se entiende que el contacto sexual era una manifestación biológica natural 35.

De nuevo, el anarquismo entraba en disquisiciones acerca de los impedimentos para encaminar su proyecto de sociedad futura, sin ponerse de acuerdo en la vía para erradicar dicha práctica. A pesar de todo, se observa en las decisiones de «gobierno» de la CNT-FAI una preocupación real por aplicar cambios estructurales en la sociedad que, como en el caso de la prostitución, iba a encontrarse con la hostilidad de otras fuerzas políticas y las adversidades propias del conflicto. La entrada de cenetistas y faístas en el gobierno de la Generalitat catalana permitió legalizar unas conquistas revolucionarias «alegales» que se encontrarían, sin embargo, con graves problemas para afianzarlas institucionalmente. El control de la Consejería de Sanidad y Asistencia Social desde finales de 1936 hasta mediados de 1937 facultó a la organización confederal disponer de una plataforma desde la que impulsar sus reformas higiénico-sanitarias. La responsabilidad de aplicarlas recayó inicialmente en los médicos Martí Ibáñez y Antonio Rallo, en calidad de director general y secretario respectivamente. Desde sus oficinas, la organización confederal trató de impulsar una política sanitaria que respondiera a las necesidades que detectaba en la sociedad, entre las que se encontraba la búsqueda de una solución al problema de la prostitución 36.

Dentro de esta línea de actuación impulsada por la CNT, Martí Ibáñez fue el encargado de proyectar la llamada «reforma eugénica de la prostitución» que, sin embargo, no pudo llevarse a la práctica por el conflicto que enfrentó a anarquistas y comunistas. Dicha medida consistía en unir al abolicionismo la idea de la reinserción social de la prostituta, manteniendo así intacta la línea proteccionista mante nida durante los años de la República. Para conseguir este objetivo se ideó la creación de liberatorios que cumplieran la función de hogares-hospitales en los que las víctimas recibirían tanto atención médica como psicológica. Esta recuperación se orienta en torno a tres facetas principales: sanitaria, «socioterápica» y psicotécnica. La primera tiene por objeto recuperar la salud física de la mujer y acabar con las posibles enfermedades que tuviera. Además, se le inculcarían hábitos de higiene sexual para evitar la contracción de nuevas enfermedades en el futuro. La segunda y la tercera buscan implementar terapias psicológicas y psicotécnicas para conseguir su resocialización, así como el desarrollo de una nueva mentalidad basada en los principios libertarios. Una vez superadas las distintas

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Félix Martí Ibáñez en su despacho en Barcelona como director de la Consejería de Sanidad y Asistencia Social de la Generalidad de Cataluña en enero de 1937

Fuente: Mi Revista, 6, 1 de enero de 1937.

fases, la antigua prostituta estaría curada y preparada para volver al mundo exterior después de aprender una profesión que le permitiera ganarse la vida 37.

El componente eugénico de la propuesta de Martí Ibáñez incide en la necesidad de contemplar al ser humano desde una perspectiva natural, según la cual la no satisfacción de sus necesidades biológicas podía ser causa de perturbaciones mentales. Sin embargo, aunque la propuesta de la consejería no incluyó ningún aspecto relacionado con el establecimiento de lugares para el sexo libre, en el fondo se aprecia que la proposición de Martí Ibáñez adoleció de un plan para canalizar las apetencias sexuales tradicionales hacia opciones más eugénicas. Sin embargo, al final, el proyecto no pudo llevarse a la práctica debido a la escasez de medios, los enfrentamientos internos en el bando antifascista y la falta de predisposición general tanto de las prostitutas como de los clientes. A pesar de las dificultades, la idea de los liberatorios fue bien acogida por la prensa confederal y, en concreto, por las anarquistas más concienciadas. Ignacia Zuloaga aboga también por la creación de un «Instituto Libertario de Prostíbulos» que tendría la función de difundir barrio por barrio y distrito por distrito la nueva moral sexual. En 1938, la organización Mujeres Libres se suma a esta modalidad de los liberatorios que, según anunciaría en las páginas de su portavoz homónimo, empezarían a funcionar en breve con una orientación similar a la ideada por la Dirección General de Sanidad y Asistencia Social de Cataluña. Para la organización anarcofeminista no solo había que desterrar la doble moral sexual, sino establecer la independencia económica de la mujer a través de un acceso libre a un trabajo remunerado y en igualdad de condiciones con el hombre. Como señalan Mary Nash y Martha Ackelsberg, la prostitución fue uno de los principales intereses y líneas de actuación de esta organización por considerarla una de las primordiales causas de esclavitud modernas y un atraso para la mujer 38.

Fuera de Cataluña, el carácter revolucionario que acompaña al avance de las columnas confederales en Aragón permite ensayar estas ideas en los pueblos conquistados. Así, una de las primeras ciudades en prohibir la prostitución fue Barbastro (Huesca), centro del dominio confederal en la región, a instancias, según Ilýa G. Ehrenburg, de la comisión municipal formada principalmente por «discípulos de Bakunin y Kropotkin» 39. Con soflamas de carácter redentorista, las prostitutas fueron obligatoriamente reconvertidas en costureras al servicio de las milicias, al tiempo que la comisión conminó a la población a tratar a estas mujeres con el máximo respeto. La labor revolucionaria, sustentada en el apoyo de las columnas, persigue aplicar medidas, como la descrita, que son consideradas beneficiosas para toda la población, pero sin contar realmente con su apoyo o aprobación. Esta realidad permite deducir

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Representación de las lacras sociales de la época

Fuente: Liberación, 4, septiembre de 1935.

que el abolicionismo se impuso en aquellos lugares controlados directamente por los anarquistas al tratarse de normas adjetivadas como conquistas revolucionarias que no se debatían 40.

A pesar de estas acciones puntuales, la falta de vivencia de los ideales y la incoherencia moral es una realidad incuestionable directamente influida por la sindicación obligatoria durante la guerra o el alistamiento de milicianos en las columnas sin conocimiento real del ideal ácrata. Esta realidad sería criticada por organizaciones como Mujeres Libres, señalando además muchas casas y bares donde se practicaba la prostitución estaban «abarrotadas de pañuelos rojos, rojos y negros, y de toda clase de insignias antifascistas» 41. Estas prácticas no solo se daban entre los jóvenes militantes o milicianos, sino que en ellas también caerían veteranos anarquistas como Ricardo Rionda. El que fuera presidente del Sindicato de la Industria Vidriera de Badalona desde 1931 y miembro del estado mayor de la Columna Durruti, a pesar de estar casado, era conocido por su afición a las mujeres y a las prostitutas. Estas situaciones, muy extendidas entre buena parte de la militancia, lleva a los medios confederales a centrarse más en combatir su extensión, apostando por la educación sexual principalmente de los jóvenes, que en defender su eliminación radical. La realidad del conflicto y la imposibilidad de cambiar las estructuras del Estado, tal y como se había preconizado durante la República, extenderían la percepción pragmática de que para conseguir su erradicación definitiva, primero, era necesario educar a la población. Esta es la razón por la que las JJLL y sus jóvenes militantes enfocan la prostitución como un problema que debe ser combatido internamente, extendiendo el mensaje de que los prostíbulos no son lugares adecuados para mantener relaciones sexuales, sino más bien centros de corrupción tanto física como moral 42. José Roig, redactor del Butlletí CNT-FAI de Igualada, se preguntaba en enero de 1937 cómo era posible que: «Pocos días después de estar en marcha nuestra revolución, destruímos [sic] los templos religiosos, por ser corruptores de almas; a nadie se le ocurrió destruir los prostíbulos, que en la marcha ascendente de los pueblos juegan un papel tanto o más vergonzoso que aquellos» 43.

Sin embargo, la existencia de anarquistas que interpretan la persistencia de la prostitución como un mal menor es también una realidad extendida, aun durante la Guerra Civil, y aunque voces minoritarias dentro de un movimiento que es extremadamente heterogéneo, su existencia seguía denotando la persistencia de discursos arcaicos que impedían la extensión de una visión homogénea del problema. La yuxtaposición de un alegato defensor de la prostituta con otro que la hacía partícipe de propagar una sexualidad tradicional se produce por la difícil yuxtaposición de una concepción utilitarista y pragmática de la realidad con un pensamiento profundamente idealista 44.


1 Xavier Díez: «“Amaos y no os multipliquéis”. El discurso ético-sexual del anarquismo individualista en Cataluña (1927-1937)», Spagna contemporánea, 21 (2002), pp. 99-124, esp. p. 117.

2 Michel Foucault: Historia de la sexualidad, vol. I, La voluntad de saber, Madrid, Siglo XXI, 1999, pp. 9 y 12; Edmund Leites: La invención de la mujer casta. La conciencia puritana y la sexualidad moderna, Madrid, Siglo XXI, 1990, p. 14; Raquel Álvarez Peláez: «Publicaciones sobre sexualidad en la España del primer tercio del siglo xx: entre la medicina y la pornografía», Hispania, 64, 218 (2004), pp. 947-970, esp. p. 948, y María Ángeles de Linares Galindo: «La soltera: el reflejo de la no seducción», en María Gloria Espigado Tocino, María José de la Pascua Sánchez y María del Rosario García-Doncel Hernández (coords.): Mujer y deseo: representaciones y prácticas cotidianas de vida, Cádiz, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz, 2004, pp. 129-142.

3 Eduard Fuchs: Historia ilustrada de la moral sexual, vol. III, La época burguesa, Madrid, Alianza Editorial, 1996, pp. 44 y 187-190; Francisco Javier Lorenzo Pinar: La familia en la historia, Salamanca, Ediciones de la Universidad de Salamanca, 2009, p. 307; Hugo Treni: «El amor y la nueva ética sexual en la vida y en la literatura», Estudios, 118 (1933), pp. 3-5; J. Samperiz: «Matrimonios», Solidaridad Obrera, 588, 17 de diciembre de 1932, p. 1, y Atarca: «El matrimonio», El Sembrador, 1, 15 de junio de 1930, p. 2.

4 Valentín Obac: «El matrimonio», Estudios, 85 (1930), pp. 20-22; «Consultorio General», La Revista Blanca, 67, 1 de marzo de 1934, p. 254; Higinio Noja Ruiz: «El matrimonio a la usanza», Estudios, 79 (1930), p. 22, y Mariano Gallardo: «Amor, matrimonio y moral», Esfuerzo, 1, noviembre de 1937, pp. 25 y 26.

5 Mariano Gallardo: «La feria sexual», Iniciales, 6, junio de 1935, p. 13.

6 Higinio Noja Ruiz: «El matrimonio...», pp. 17 y 18; íd.: «El matrimonio eugénico», Estudios, 80 (1930), pp. 7 y 12; Atarca: «El matrimonio», p. 2; Antonia Rufina Maymón Giménez: «Amor y matrimonio», Estudios, 97 (1931), pp. 22 y 23, y 86 (1930), pp. 18 y 19; Michel Foucault: Historia de la sexualidad..., p. 10; María Helena Sánchez Ortega: Pecadoras de verano arrepentidas en invierno, Madrid, Alianza Editorial, 1995, y Mary Nash: Rojas. Las mujeres republicanas en la Guerra Civil, Madrid, Taurus Alfaguara, 1999, p. 41.

7 Mariano Gallardo: «Una utopía sexual», Estudios, 160 (1937), p. 51.

8 Félix Martí Ibáñez: «Erótica, matrimonio y sexual», Estudios, 136 (1934), p. 21; íd.: «Nueva moral sexual», Estudios, 134 (1934), pp. 13-15; Galo Díez: La mujer en la lucha social, Avellaneda, Centro de Caninillitas, 1922, p. 17; Máximo Llorca: La esclavitud sexual de la mujer, Barcelona, Rojo y Negro, s. f., p. 4; Isaac Puente: Higiene individual o privada, Valencia, Cuadernos de Cultura, 1930, p. 54, y Luis Bonilla: «La virtud», Estudios, 152 (1936), pp. 25 y 26.

9 Gregorio Gallego: En las garras de la lujuria, Barcelona, La Revista Blanca, 1936, p. 23.

10 Mariano Gallardo: «Experimentación sexual», Estudios, 146 (1935), p. 28, y María Lacerda de Moura: «Los libertarios y el feminismo», Estudios, 107 (1932), p. 15.

11 Máximo Llorca: La esclavitud..., p. 2.

12 Marisa Siguán Boehmer y Joaquín Marco: Literatura popular libertaria. Trece años de «la novela ideal» (1925-1938), Barcelona, Península, 1981, y Gregorio Gallego: En las garras..., p. 7.

13 Ibid., p. 23.

14 «Para las mujeres que ansían liberarse», Gerona CNT, 49, 1 de agosto de 1937, p. 4.

15 Cfr. Jean-Louis Guereña: La prostitución en la España contemporánea, Madrid, Marcial Pons, 2003; íd.: «De historia prostitutionis. La prostitución en la España contemporánea», Ayer, 25 (1997), pp. 35-72; Francisco Vázquez García y Andrés Moreno Mengíbar: Poder y prostitución en Sevilla (siglos xiv-xx), Sevilla, Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Sevilla, 1998, y Andrés Moreno Mengíbar: Crónica de una marginación: historia de la prostitución en Andalucía (siglos xii-xx), Cádiz, Biblioteca Andaluza de Arte y Literatura, 1999.

16 Fausto Brand: «¿Qué es el amor libre?», Solidaridad Obrera, La Coruña, 110, 11 de febrero de 1933, p. 4.

17 En la España de los años treinta, el analfabetismo alcanzó cifras que rondaban entre el 42,34 y el 44,3 por 100, demostrando que el esfuerzo educativo llevado a cabo durante la Segunda República logró aumentar la población alfabetizada de 13.171.685 habitantes en 1930 a 17.117.277 habitantes en 1940. Aunque en datos totales el crecimiento de 1920 a 1930 (+3.266.861) y de 1930 a 1940 (+3.945.592) fue similar, la política impulsada por el régimen republicano afectó también al esfuerzo de centrar el crecimiento social en una educación moderna y racional de ambos sexos por igual. En el caso de las mujeres, Julio Ruiz Berrio sitúa el porcentaje de analfabetas en un 58,1 por 100, guarismo que Narciso de Gabriel reduce al 47,51 por 100 y Francisco Martín Zúñiga hasta el 39,44 por 100. En definitiva, altos porcentajes de analfabetismo que consolidaban la conservación de comportamientos tradicionales en el seno de una población iletrada. Véanse Narciso de Gabriel Fernández: «Alfabetización, semialfabetización y analfabetismo en España (1860-1991)», Revista complutense de educación, 8, 1 (1997), pp. 202 y 203; Julio Ruiz Berrio: «Alfabetización y modernización social en la España del primer tercio del siglo xx», en Agustín Escolano Benito (dir.): Leer y escribir en España. Doscientos años de alfabetización, Madrid, Fundación Germán Sánchez Ruipérez, 1992, p. 92, y Francisco Martín Zúñiga: Origen, desarrollo y consecuencias del analfabetismo en el primer tercio del siglo xx: análisis comparativo entre Málaga, Andalucía y España, Málaga, Universidad de Málaga, 1992, p. 25.

18 «Rojo y negro. A las mujeres», Vía Libre, 16, enero de 1937, p. 5; Mary Nash: Mujer y movimiento obrero en España, 1931-1939, Barcelona, Fontamara, 1981, p. 111; AAVV: La historia más bella del amor, Barcelona, Anagrama, 2004, p. 97; Francisco Javier Navarro Navarro: El paraíso de la razón, Valencia, Alfons el Magnánim-Institució Valenciana d’Estudis i Investigació, 1997; íd.: «Sexualidad, reproducción y cultura obrera revolucionaria en España: la revista Orto (1932-1934)», Arbor: Ciencia, pensamiento y cultura, 190, 769 (2014), p. 8, y María Ángeles García Maroto: La mujer en la prensa anarquista, Madrid, Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo, 1996, p. 159.

19 Juan José: «Florecillas», Solidaridad Obrera, La Coruña, 6, 17 de enero de 193, p. 1.

20 Entre los trabajos publicados caben destacar María Dolores Samaniego: «El problema del analfabetismo en España (1900-1930)», Hispania, 124 (1973), pp. 375-400; Mercedes Vilanova Rivas y Xavier Moreno Julià: Atlas de la evolución del analfabetismo en España de 1887 a 1981, Madrid, Ministerio de Educación, Cultura y Deporte-Centro de Investigación y Documentación Educativa, 1992; Clara Eugenia Núñez: La fuente de la riqueza. Educación y desarrollo económico en la España contemporánea, Madrid, Alianza Editorial, 1992; Agustín Escolano Benito: Leer y escribir en España...; J. R. M.: «Prostitución», El Sembrador, 110, 15 de diciembre de 1933, p. 3, y J. Blanco: «Nuestra moral sexual con relación a la mujer», Vía Libre, 66, 22 de marzo de 1938, p. 2. Pedro Vallina cuenta que tuvo que atender a una joven muchacha, de no más de quince años, aquejada de fuertes dolores intestinales. Una vez en la casa se enteró de que los padres eran los proxenetas de la joven y que, además, se quedaban con el dinero de los clientes de su hija. Justo antes de irse, el médico anarquista, indignado, agarró y zarandeó al padre de la muchacha y le gritó: «Te creía un policía, pero eres algo peor». Véase Pedro Vallina: Mis memorias, Sevilla, Centro Andaluz del Libro, 2000, p. 170.

21 J. R. M.: «Prostitución», p. 3.

22 Petronio: «Hermana prostituta», Brazo y Cerebro, La Coruña, 10, 1 de octubre de 1935, p. 1; E. Villacampa: «El peligro de los prostíbulos», La Revista Blanca, 322, 22 de marzo de 1935, p. 280; íd.: «Hay que acabar con la corrupción de la juventud», Solidaridad Obrera, La Coruña, 9, 7 de febrero de 1931, p. 4; Guillermina: «Reflexiones», Trabajo, 2, 26 de mayo de 1931, p. 1; Félix Martí Ibáñez: «La abolición del amor mercenario», Estudios, 92 (1937), p. 5; Camilo Berneri: «La iglesia y la prostitución», Estudios, 110 (1932), pp. 15-17; 112 (1932), pp. 22-24, y 114 (1933), pp. 16-19.

23 Jacinto Toryho: Cómo viven y cómo mueren las prostitutas, Barcelona, La Revista Blanca, 1936, pp. 8, 30-34 y 44-46.

24 José Villaverde Velo: «Anarquismo libertario», Solidaridad Obrera, La Coruña, 84, 6 de agosto de 1932, p. 4.

25 Dr. Klug: «Consultorio general», La Revista Blanca, 353, 25 de octubre de 1935, p. 1030; 281, 8 de junio de 1934, p. 479; 334, 14 de junio de 1935, p. 575, y 271, 30 de marzo de 1934, p. 317.

26 Dr. Klug: «Consultorio general», La Revista Blanca, 336, 28 de junio de 1935, p. 624.

27 Grupo Los Conscientes: «A las mujeres», Vía Libre, 16, 16 de enero de 1937, p. 5, y Roberto Remartínez: «Preguntas y respuestas», Estudios, 103 (1932), p. 35.

28 Amapola: «¡¡¡Prostituta!!!», Cultura y Porvenir, 13, 28 de marzo de 1937; M. Vila: «Abajo la prostitución», Vía Libre, 21, 20 de febrero de 1937, p. 5; J. Nieto: «La valoración del acto sexual», Vía Libre, 25, 20 de marzo de 1937, p. 4, e íd.: «Contra la prostitución clandestina», Vida Nueva, 174, 12 de mayo de 1937, p. 3.

29 Hans E. Kaminski: Los de Barcelona, Barcelona, Ediciones del Cotal, 1976, p. 67.

30 «Marte y Venus», Acracia, 127, 21 de diciembre de 1936, p. 1.

31 V. del Olmo: «Hablando con el director general de Sanidad y Asistencia Social», Nuevo Aragón, 65, 4 de abril de 1937, p. 6.

32 J. Panicello: «La prostitución en Barcelona», Cultura y Acción, 107, 7 de agosto de 1937, p. 4.

33 I. Zuloaga: «¿Actualmente, puede abolirse la prostitución?», Amanecer, 5, marzo de 1937, pp. 15 y 16.

34 Mariano Gallardo: El sexo, la prostitución, el amor, Toulouse, Ediciones Universo, 1948, pp. 11 y 12. Gallardo afirmaba sus tesis desde la experiencia personal. El propio autor llegaría a admitir que solamente una vez, con dieciocho años, había tenido relaciones sexuales con una prostituta y había sido precisamente consecuencia de esa necesidad sexual no saciada. Desilusionado por la experiencia, supo que el único digno para canalizar el instinto sexual era el amor libre (p. 33).

35 Esta propuesta, cercana a los postulados de la camaradería amorosa de Émile Armand, cumpliría la función de ser la parte práctica de la educación sexual teórica. Véase Mariano Gallardo: «Una utopía sexual», pp. 51 y 52.

36 Antonio Rallo, encargado de las necesidades técnicas de los servicios sanitarios, sería sustituido en el cargo en abril de 1937 por el cenetista Marcos Alcón hasta la pérdida definitiva de la consejería por parte de la CNT-FAI en junio de ese año. Véase Diari Oficial de la Generalitat de Catalunya, núm. 277, 3 de octubre de 1936, p. 37; núm. 291, 17 de octubre de 1936, p. 232, y núm. 120, 30 de abril de 1937.

37 Félix Martí Ibáñez: «La abolición del amor...», pp. 5 y 6, e íd.: «El problema sexual y la juventud revolucionaria», Acracia, 307, 19 de julio de 1937, p. 12.

38 Mary Nash: Mujer y movimiento obrero en España..., pp. 41, 42, 111 y 112; Martha Ackelsberg: Mujeres libres. El anarquismo y la lucha por la emancipación de las mujeres, Madrid, Virus, 1999, esp. pp. 59-64 y 204-206; I. Zuloaga: «¿Actualmente, puede abolirse...», pp. 15 y 16; íd.: «Liberatorios de prostitución», Mujeres Libres, 14 (1938), e íd.: «Acciones eficaces contra la prostitución», Mujeres Libres, 11 (1937).

39 Ilýa G. Ehrenburg: Corresponsal de la Guerra Civil Española, Madrid, Júcar, 1979, p. 37.

40 Ibid., p. 37.

41 Mujeres Libres: «Prostitución», Letra Confederal, 90, 7 de marzo de 1937, p. 1.

42 Jesús Arnal: Por qué fui secretario de Durruti, Andorra, Edicions Mirador del Pirineu, 1972, pp. 144-146; José Sampériz Janín: «Ineducación», El Libertario, 47, 15 de diciembre de 1932, y E. Villacampa: «El peligro...», p. 280. García Oliver cuenta en sus memorias que en 1919 al salir del trabajo solía dar una vuelta por el Paralelo, lugar de ocio y de espectáculos, o frecuentar los prostíbulos del Distrito V de Barcelona. Véase Juan García Oliver: El eco de los pasos. El anarcosindicalismo en la calle, en el comité de milicias, en el gobierno, en el exilio, Barcelona, Ruedo Ibérico, 1978, p. 26.

43 José Roig: «El monstruo de los ojos verdes», Butlletí CNT-FAI, 3, 16 de enero de 1937, pp. 3 y 4.

44 J. Nieto: «La valoración del acto...», p. 5, e Isaac Puente: «A modo de programa», Estudios, 94 (1931), p. 2.