Ayer 108/2017 (4): 257-282
Sección: Estudios
Marcial Pons Ediciones de Historia
Asociación de Historia Contemporánea
Madrid, 2017
ISSN: 1134-2277
DOI: 10.55509/ayer/108-2017-11
© Aurelio Martí Bataller
Recibido: 7-3-2015 | Aceptado: 8-1-2016
Editado bajo licencia CC Attribution-NoDerivatives 4.0 License

Un internacionalismo patriota. El discurso nacional del PSOE (1931-1936)*

Aurelio Martí Bataller

Universidad de Valencia
aurelio.marti@uv.es

«Si hay aquí un partido profundamente nacional, no en contradicción con nuestro internacionalismo, sino en concordancia con nuestro internacionalismo y como base suya, históricamente ineludible, es el Socialista» 1.

«In being internationalist, and in rejoicing in the title, socialist don’t cease to be French» 2.

Resumen: El presente artículo estudia la articulación del binomio internacionalismo obrero/patriotismo español por parte del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) durante la Segunda República. Mediante un análisis del discurso se pretende poner de manifiesto cómo el internacionalismo no disminuyó la devoción patriótica del socialismo español. En completa sintonía con los marcos interpretativos de sus homólogos europeos, el internacionalismo de los socialistas españoles no negaba la existencia de las naciones, sino que implicaba una relación de solidaridad y fraternidad entre ellas. En consecuencia, no existió contradicción alguna entre la fidelidad a la propia patria y el objetivo internacionalista del movimiento obrero.

Palabras clave: internacionalismo, socialismo, nacionalismo, Segunda República, España.

Abstract: The Spanish Socialist Party (PSOE) of the Second Republic articulated a binomial discourse that embraced both workers internationalism and Spanish patriotism. By analysing this discourse, this article demonstrates how internationalism did not diminish the patriotic devotion of Spanish socialists. In coherence with the interpretative frameworks of their European counterparts, Spanish socialist internationalism did not deny the existence of nations but embraced a fraternal relationship between them. Consequently, the concepts of national loyalty and internationalist solidarity did not enter into contradiction within the working-class movement.

Keywords: Internationalism, Socialism, Nationalism, Second Republic, Spain.

La primera de las citas que encabeza el presente artículo pertenece a Luis Araquistáin y fue pronunciada a pocos días de las elecciones generales de noviembre de 1933. La segunda data del año 1900 y se debe a la pluma de Jules Guesde, quien escribió esas palabras en el prólogo de un libro de Jacques Vingtras (pseudónimo de Jean-Baptiste Lebas) titulado Socialisme et patriotisme. Separadas por más de tres décadas, estas afirmaciones reivindican la condición nacional de los socialismos francés y español, sin negar el internacionalismo que presidiría su doctrina.

Esta línea argumental, compartida por el conjunto de partidos socialistas europeos, fue una constante en el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) a lo largo de la Segunda República española. Así pues, a continuación se pretende poner de relieve que el socialismo español conjugó, durante la cronología mencionada, el internacionalismo obrero y la defensa de una idea de nación española sin ninguna dificultad especial. Además, el artículo recurre puntualmente a la comparación con el socialismo francés con el objetivo de manifestar la normalidad, aunque con particularidades propias, del caso español.

Mediante un examen centrado principalmente en el estudio de los discursos esgrimidos desde las filas socialistas, seguidamente se atiende a la interacción del binomio internacionalismo/discurso de nación y al uso que se dio al referente internacionalista por parte del socialismo español en los tiempos del régimen republicano. De esta manera se intentará probar que el internacionalismo no restó un ápice a la devoción nacional del PSOE, y viceversa, que no tuvo problemas en difundir un discurso de nación esencialista y cultural 3.

Para todo ello la fuente básica utilizada la constituye El Socialista, portavoz oficial del socialismo español, complementada con otras publicaciones del periodo como Claridad, publicación caballerista que inició su andadura en el año 1935, y Renovación, órgano de las Juventudes Socialistas (JJSS).

En este sentido, de entrada, es necesario aclarar qué se entiende en el texto por internacionalismo. Según han establecido distintos investigadores, el acercamiento instrumental de Karl Marx y Friedrich Engels al fenómeno nacional dio lugar a una relación compleja entre la variable nacional y la clasista en el seno del movimiento socialista 4. Pero la subordinación teórica de la nación a la clase o la persistencia de un internacionalismo intransigente que denunciaba la falsedad de las divisiones nacionales no impidieron la existencia de corrientes patrióticas en el seno del socialismo con anterioridad a la Primera Guerra Mundial 5, así como tampoco que muchos dirigentes socialistas se identificaran con los estados-nación existentes y que, por tanto, se proyectara un «nacionalismo de las naciones dominantes» 6. Es más, de acuerdo con Eric Hobsbawm, la identidad de clase y la nacional no habrían de exigir necesariamente lealtades excluyentes y el internacionalismo obrero no comportaría una ausencia de conciencia nacional ni un cosmopolitismo que negara las naciones 7.

De este modo, especialmente a partir de la formación de la Segunda Internacional, los socialistas tendieron a entender que el internacionalismo obrero se arraigaba en la realidad nacional, en la voluntad de hacer de la clase obrera la salvaguarda de los intereses nacionales. Como escribió el socialista rumano Mihail G. Bujor en 1912:

«Los socialistas piensan, y con todo derecho, que la existencia de patrias autónomas es necesaria para la humanidad (...) Deseamos salvaguardar la independencia de todas y cada una de las naciones, ya que, de otro modo, no será posible establecer verdaderos vínculos duraderos entre los pueblos, vínculos en los que cada nación aportará el tributo de su propia cultura en el concierto de la civilización humana» 8.

Así pues, el internacionalismo socialista no habría de confrontarse a la defensa de la nación, sino que el socialismo pudo compartir la visión de las naciones como un objeto histórico y/o natural digno de estima y necesario en la evolución humana, y apostó por convertir la nación en la patria de los proletarios 9. En estos planteamientos el nacionalismo liberal progresista del siglo xix serviría de puente para la asunción de un discurso nacional populista 10.

En consecuencia, de acuerdo con la lectura realizada por la mayoría del socialismo, el internacionalismo se entiende en estas páginas como la idea de relaciones entre entes nacionales bajo los principios de fraternidad y solidaridad.

En defensa del interés general español

En el caso español, como es bien sabido, la recepción de los debates generados sobre el fenómeno nacional fue casi nula 11. A pesar de ello, la evolución del socialismo al respecto no fue muy diferente de la de sus correligionarios europeos. Así, en el marco de la primera conjunción con los republicanos, el lenguaje socialista experimentó importantes modificaciones que se tradujeron en una relativa sustitución de la defensa de los intereses de clase por los nacionales —aunque el elemento clasista nunca desapareció—. La dualidad excluyente entre la burguesía y el proletariado perdió fuerza a favor de la oposición entre las fuerzas progresivas y las conservadoras, asociadas estas últimas al inmovilismo monárquico 12.

Lo que estos trabajos no apuntaron fue que, con ese giro discursivo, el socialismo español daba muestras de una plena asunción del marco político nacional como el espacio donde llevar a cabo sus propuestas y que, además, estas iban cargadas con una idea de nación. Tal y como ha señalado Ferran Archilés, el socialismo español, desde finales del siglo xix, mostró una notable aceptación del marco nacional y enraizó sus propuestas políticas en los proyectos de regeneración nacional española, en los cuales latía una determinada idea de España 13. Además, en el posicionamiento adoptado por el PSOE a lo largo de los conflictos coloniales de Cuba y Marruecos, Archilés ha destacado cómo el movimiento socialista activó un discurso conscientemente patriótico que le permitió, por ejemplo, rechazar las incursiones militares españolas en el Rif no solo por tratarse de un conflicto imperialista, sino porque allí no se estaría defendiendo ofensa alguna al pabellón español.

De forma similar, Carlos Forcadell ha apuntado que al abrigo de la movilización contra las guerras coloniales se desencadenó la formulación de un patriotismo socialista español, alternativo al oficial, que se reafirmó con el avance del siglo xx 14. Como sucedería en el caso de los partidos adheridos a la Segunda Internacional, el PSOE fue marginando el internacionalismo, sin abandonarlo completamente, para profundizar en la nacionalización de su lenguaje y práctica política. Frente a las acusaciones de falta de españolidad y de patriotismo, el Partido Socialista denunciaría la instrumentalización capitalista y agresiva de la patria, pero no renegaría de ella, sino que ofrecería una visión alternativa asociada a la defensa de los auténticos intereses nacionales de un pueblo que ya despuntaba como principal componente de la nación y núcleo del discurso socialista 15.

Efectivamente, a lo largo de los conflictos cubano y marroquí, el PSOE combatió la guerra desde la óptica de la defensa de los intereses españoles, por lo que desplegó una retórica patriótica que lo convertía en auténtico representante de estos 16. Así, el socialismo, por una parte, articuló una cierta sensibilidad nacionalista, expresada en la solidaridad hacia los intereses burgueses y económicos españoles y en la hostilidad hacia el capitalismo extranjero, y, por otra, llegó a una completa identificación con la política nacional a causa de su defensa de los intereses nacionales, no atendidos por el Estado y su cúpula dirigente 17.

La utilización del internacionalismo en estos conflictos fue más bien marginal y, además, pudo ser invocado de la siguiente manera:

«Socialistas convencidos, ardientes partidarios de la emancipación y la armonía humanas, que excluyen los odios nacionales y de raza, no admitimos la mezquina idea de la patria que hasta aquí ha prevalecido.

Sin negar que se siente más afecto hacia el suelo que se nace y hacia el idioma que se habla toda la vida, para nosotros la patria es el mundo y cuantos pertenecen á la clase trabajadora nuestros hermanos. Consideramos, pues, fratricida toda lucha de nación á nación y de raza á raza (sic 18.

Mediante estas palabras el Partido Socialista manifestaba su repulsa a los combates que el ejército libraba a finales del 1893 contra las tribus bereberes en Melilla. El internacionalismo servía de argumento para repudiar la agresión entre pueblos, proclamar la hermandad de la clase obrera y confraternizar con el otro. Sin embargo, lo que explícitamente se rehusaba era una idea de patria que pudiese implicar el odio entre naciones y razas, pero no la patria como tal, la existencia de la cual se daba por supuesta. Por el contrario, según se afirmaba, era lícito sentir mayor estima por el lugar de nacimiento y por la lengua propia. Por tanto, ya a principios de la década de 1890, el internacionalismo se presentaba junto al reconocimiento, tanto de la legítima estima de la patria como de marcadores étnicos de la identidad nacional.

En este sentido, la Primera Guerra Mundial representó el gran desafío al internacionalismo obrero 19. En España, los tiempos bélicos estuvieron marcados por un enfrentamiento cultural y político entre aliadófilos y germanófilos, abanderados de diferentes y opuestas versiones de la identidad nacional española 20. Las tensiones entre unos y otros se dieron en un ambiente fuertemente impregnado por la idea de regeneración nacional con la que se connotaba la contienda. En efecto, aquella agitación continuaba las inquietudes del 98 por dar solución al problema español. Intelectuales y políticos, especialmente aquellos ligados a círculos progresistas, entendieron que la neutralidad era una muestra de la debilidad y anquilosamiento español, por lo que reclamaron una mayor implicación nacional en el conflicto.

¿Cuál fue la actitud del PSOE y cómo se manejó el internacionalismo en aquel contexto? El Partido Socialista se integró plenamente en el sector aliadófilo que pretendía colaborar en el esfuerzo bélico para unir los destinos de España a las tendencias democráticas europeas y forjar el resurgimiento social y político de la nación. De hecho, el socialismo se tornó en uno de los más activos promotores de la implicación española en la guerra y la oposición a Alemania y los germanófilos. Araquistáin 21, por ejemplo, en septiembre de 1916 apostó por la configuración de un gobierno de concentración nacional con la participación socialista y republicana —al estilo de la Union Sacrée francesa—, y reclamó un decidido combate de las izquierdas, ya que «por liberalismo, por verdadero patriotismo están, pues, obligadas a organizarse contra la germanofilia» 22.

Además, ello coincidía con el recrudecimiento de la oposición del PSOE, junto a las fuerzas republicanas y regionalistas, a las instituciones de la Restauración para conseguir una mayor democratización del sistema, mientras empleaba una retórica que situaba en el centro del debate el interés nacional. De esta manera, los socialistas desplegaron durante el conflicto un lenguaje que apeló al patriotismo y al honor nacional, que consideraban indefensos por las instituciones, para intentar evitar el predominio de las tendencias conservadoras y abrir una vía de evolución política en la cual el socialismo, como representante de los intereses populares y nacionales, tuviera posibilidades de desarrollarse 23.

¿En qué lugar quedaba, pues, el internacionalismo? Ciertamente, al empezar la guerra, los socialistas españoles permanecieron fieles a los preceptos que habían sido dictados desde la Segunda Internacional. El Comité Nacional del partido reclamó a los obreros la condena de la guerra y les conminó a presionar al gobierno para mantener la neutralidad y, también, poner fin al conflicto en Marruecos 24.

No obstante, la postura socialista cambió a partir de la invasión alemana de Bélgica 25. Pablo Iglesias no dudó en justificar la lucha contra Alemania sobre la base de la defensa de la independencia nacional. El líder socialista, frente a quienes les acusaban de malos patriotas por propugnar la fraternidad universal, ponía el ejemplo de Lieja y su resistencia al imperialismo germánico: «¿Cabe mayor heroísmo en la defensa de la integridad y la independencia de la patria?». Según explicaba Iglesias, el triunfo socialista requería instrucción para la clase obrera, mejoras en las condiciones de trabajo, ejercicio de derechos de ciudadanía y abandonar los vicios para adquirir un temperamento «viril y digno». Todas estas mejoras habrían de repercutir positivamente en la nación. Por consiguiente, la lucha socialista «mira por el bien del país, trabaja por el progreso de la Patria».

Además, el antimilitarismo socialista no se traduciría en una dejación de la legítima defensa de la independencia nacional. Mientras se esperaba la llegada del régimen de paz socialista, los ejércitos deberían reducir su papel a «lo que exija la defensa de la Nación y el mantenimiento de su independencia». La alternativa antimilitarista del PSOE era el armamento general del pueblo, «procedimiento el más seguro para defender la independencia de una nación». En consecuencia, concluía Iglesias, «sí, los socialistas aman á su Patria, la han amado siempre y harán por ella tanto como el que más; que este cariño no excluye ni atenúa el que por la Humanidad sienten (sic 26.

Estos planteamientos resultan equiparables, por ejemplo, a los del socialismo francés. En este sentido, Michel Winock señaló cómo las diferentes corrientes del socialismo francés propugnaban la disolución de los ejércitos, especialmente desde la represión del Primero de Mayo de 1891 en Fourmies 27. Sin embargo, esa oposición se basó, entre otras cosas, en el supuesto perjuicio económico, demográfico y social que implicaría el mantenimiento del ejército permanente para la nación. Por el contrario, la nación armada, idea heredada del patriotismo jacobino, era la vía más efectiva para la defensa de la independencia nacional. Por tanto, este planteamiento permitió al socialismo francés proclamar que el deber socialista pasaba por defender patrióticamente la independencia de Francia y entrar en el gobierno de la Union Sacrée 28.

Asimismo, conviene subrayar que dicha fórmula no implicó ninguna renuncia ideológica, sino que la voluntad compartida de defensa nacional permitió la cohabitación de las distintas fuerzas políticas francesas sin compartir otros presupuestos. La pluralidad ideológica no fue borrada por la Union Sacrée, a la cual los socialistas se unieron con su propia visión de lucha por Francia, por la fraternidad universal y por la Internacional 29. El consentimiento patriótico, así pues, debe entenderse como un fenómeno vivido desde la variedad de las experiencias e identidades individuales y colectivas 30.

Así, el PSOE calcó la línea del socialismo europeo y justificó la causa aliada y la lucha por la independencia nacional. No en vano, según el dictamen sobre la guerra del X Congreso del Partido:

«Los españoles podemos dar lecciones del patriotismo más elevado coexistente con el odio al absolutismo nacional. Nuestros abuelos, con las mismas armas, rechazaron la invasión napoleónica y derrocaron las instituciones que abrieron la patria al extranjero y la mantenían en servidumbre. A su sacrificio debemos los derechos políticos de que disfrutamos, y de ellos somos la continuación histórica» 31.

Por tanto, a través de la referencia al mito nacional español de la guerra napoleónica y la identificación con los combatientes por la independencia española y contra el absolutismo, el socialismo validaba la lucha aliada. Dicha opción no representaría una traición al internacionalismo, ya que, como afirmó Araquistáin:

«Ya se ha visto y se está viendo la conducta de los internacionalistas belgas, franceses e ingleses. No es que hayan sido traidores á su internacionalismo, sino que su conducta se lo ha iluminado á los que lo concebían de un modo erróneo. El internacionalismo es el nacionalismo sin agresión; pero si otra nación ataca, el internacionalista defiende su hogar, sus costumbres, sus libertades, toda su vida nacional con un vigor y un sentimiento de la justicia que acaso no comprenda el simple nacionalista (sic 32.

De hecho, el periodista cántabro entendía que la relación entre internacionalismo obrero y nacionalismo no era de oposición, sino de continuidad o superposición. Según dejó escrito en la revista España, «no hay entre ellos oposición ni, claro es, identidad, sino continuidad. El internacionalismo no tiene sentido sino considerándolo una prolongación o, si se quiere, superposición del nacionalismo» 33.

En resumen, en las décadas precedentes al establecimiento del régimen republicano, el Partido Socialista recurrió a un discurso nacional español que situaba al pueblo, en general, y a las clases trabajadoras, en particular, en el núcleo de la nación. El bienestar e interés de los trabajadores se equiparaba al del conjunto nacional 34. De esta manera, con el socialismo implicado en la defensa de los intereses del pueblo, el PSOE podía atribuirse la representación de los auténticos intereses nacionales contra las estructuras del Estado. Nada excepcional habría en dicho planteamiento, ya que, como aclaraba August Bebel, «what we fight is not the fatherland in itself, which belongs to the proletariat much more than the ruling classes, but the conditions present in the fatherland which serve the interests of the ruling classes» 35.

El internacionalismo, por su parte, no limitaba la adhesión a la patria, que, según se ha visto, podría ser incluso defendida con las armas, como habrían hecho ya los antepasados de los socialistas contra Napoleón. Al contrario, la idea de patria asociada al natural afecto por la lengua y el suelo nacional, así como a la lucha por la libertad, se podía aceptar sin contradecir el internacionalismo, que colaboraba en el dibujo de un patriotismo no agresivo a partir del cual construir la esfera internacional.

Patriotismo e internacionalismo en la Segunda República

Con los antecedentes señalados, el Partido Socialista afrontaba la llegada del régimen republicano. Este habría de suponer una transformación significativa en la adhesión patriótica del PSOE. Anteriormente, el discurso patriótico socialista se dirigía, fundamentalmente, a la transformación de las estructuras estatales, pues difícilmente podían los socialistas apelar a la fidelidad hacia el Estado de la Restauración, aunque ello no impedía la identificación con la nación española.

El socialismo colaboró en el derrocamiento de la monarquía y contribuyó también a la mitificación del cambio de régimen como un acto revolucionario popular, único y digno de la envidia internacional, a través del cual se recuperaba la soberanía de la nación 36. El pueblo, referente de legitimidad del nuevo régimen, habría sido el motor de la «revolución más humana que conoce la historia» 37, «una revolución modelo de revoluciones» 38 que permitía afirmar que se había alcanzado «el máximo nivel entre los pueblos cultos» 39. En ese proceso, los socialistas habían logrado las máximas cuotas de representación política de su historia y se preparaban para aceptar la participación en el poder estatal, de manera que era necesario redefinir su papel en el escenario político y resituar su relación con el Estado.

De este modo, a pesar de advertir rápidamente que la república no era el destino final del proyecto político socialista 40, desde las filas del PSOE se insistió que había llegado el momento de trabajar en beneficio de la patria, de ser fieles a esta. Ya antes del congreso extraordinario de julio, y también durante este, se oyeron voces que proclamaban que los socialistas habían ganado el derecho al patriotismo y que con la expulsión del monarca y su camarilla se había reconquistado la patria para la causa de la libertad, la civilización y la democracia 41. Así pues, los españoles, y con ellos los socialistas, ya podían exclamar tener una patria. Si antes del 14 de abril «daba vergüenza el decir —aunque parece deshonroso decirlo— que uno era español» 42, «¡ahora sí que da gusto ser español!» 43.

En este sentido, Manuel Cordero recordaba en el aniversario de la muerte de Pablo Iglesias que este habría trabajado, sin olvidar nunca el ideario socialista, por la liberación de la patria:

«¡La patria! ¿El obrero tiene o no tiene patria? No la tuvo, pero debe tenerla y comienza a tenerla (...) El obrero no tuvo patria mientras las naciones fueron un feudo de los privilegiados; pero comienza a tenerla cuando, merced al esfuerzo colectivo, las clases feudales desaparecen y el hombre goza plenamente de sus derechos políticos y sociales. Derechos que son a la vez deberes. España era un feudo de la monarquía borbónica, clerical, aristocrática y militarista, y contra esto luchó briosamente Pablo Iglesias» 44.

La fidelidad a la república en construcción era un deber patriótico que los socialistas no podían rehuir. De esta manera, el PSOE pasó a identificarse plenamente tanto con la nación como con el Estado español. En esta dirección, sin duda, Indalecio Prieto fue uno de los dirigentes socialistas que más insistió en la necesaria adhesión patriótica socialista, sin menoscabo para el internacionalismo obrero.

El ministro socialista, tanto en 1931 como en 1933 y 1936, repitió delante de la militancia socialista la idea de no dejarse llevar por aventurismos revolucionarios ni imitaciones soviéticas, pues los españoles eran

«hombres de otra raza distinta, y cualquier ensayo de esa clase podría dar lugar a una intervención de las naciones capitalistas que contornean nuestra vida, y aunque yo soy hombre de ideales internacionales, como español, ni yo ni nadie toleraría que pudiera implantarse una invasión internacional sobre el suelo que me vió nacer (sic 45.

Prieto constantemente acompañó la amenaza de una intrusión extranjera con proclamas internacionalistas y, al mismo tiempo, con un encendido españolismo que nunca permitiría aquella sobre la España que sentía «hasta en el tuétano mismo de [sus] huesos» 46. En consecuencia, según el líder socialista, el socialismo político y sindical debía ser el pilar «no solo [de] la República, sino [de] la independencia de España y la civilización española» 47.

Ahora bien, esta adhesión patriótica al Estado y la nación no estuvo exenta de altibajos en función de la estrategia política del Partido Socialista. De hecho, en febrero de 1934, cuando se explicitó en las Cortes la ruptura del PSOE con el régimen si este continuaba su tendencia conservadora, Prieto explicó a los diputados que, «aunque internacionalistas, aunque aspiramos a que los lazos de fraternidad unan a todos los hombres, no es egoísmo execrable el amor preferente a la tierra donde se ha nacido, y entre la cual se pulverizarán nuestros huesos como los vuestros» 48. De este modo, la quiebra de la fidelidad hacia el Estado existente no implicaba apartarse de la estima hacia la nación, por encima de la doctrina internacionalista.

Por otra parte, con el socialismo ya claramente dividido, la apuesta caballerista por enfrentarse al régimen burgués republicano tampoco excluyó la legitimación nacional. En este sentido, después de haber centrado en buena medida la campaña electoral de 1936 en la disputa por la nación, el caballerismo dio cumplida respuesta al conocido discurso de Cuenca de Prieto 49. Claridad denunció el nacionalismo dominante en el parlamento de Prieto como un elemento que tendía al fascismo y era impropio de un socialista 50. El auténtico socialismo, al contrario, debía preconizar la lucha de clases anticapitalista. Así pues, frente a la adhesión patriótica incondicional de Prieto se proclamaba:

«La España que quiere el proletariado es precisamente la única que puede dar solución a sus problemas nacionales, la única que puede salvarse como unidad económica y cultural. Todas las otras Españas son antinacionales, porque aunque pretendan defender el “interés nacional”, solo quieren perpetuar los privilegios de unas minorías a costa del resto de la nación. La España que anhela la clase trabajadora es la única verdaderamente nacional y la única también que puede salvarse y engrandecerse» 51.

Por consiguiente, la propuesta de la izquierda del PSOE se formulaba también en términos de afirmación nacional, ya que la lucha anticapitalista socialista supondría la realización de la «verdadera» España, la representada por la clase obrera. El resto eran visiones de España «antinacionales». En consecuencia, hasta los más revolucionarios dentro del socialismo pudieron conducir sus propuestas por el camino de la nación 52. Para el caballerismo, la revolución proletaria se imponía como un deber patriótico, y, a diferencia de Prieto, no se trataba de unir el proletariado a la nación, sino que este era la clase nacional española, la personificación de la nación. Esta operación, lejos de representar una novedad en el movimiento socialista europeo, venía siendo practicada, entre otros, desde el guesdismo más de tres décadas antes 53.

Por tanto, la plena adhesión nacional española formó parte del conjunto del socialismo español, cuanto menos, hasta mediados del régimen republicano, momento a partir del cual fue enarbolada especialmente por la facción reformista. Sin embargo, el socialismo más radical no dejó de recurrir al referente nacional para legitimar su propuesta política revolucionaria, que hacía coincidir nación y proletariado.

Internacionalismo en acción

Sin embargo, según se desprende ya de algunas citas, nada de esto comportó el abandono del internacionalismo. Los socialistas no dejaron en ningún momento de reivindicar su condición internacionalista, a la cual añadieron constantemente la de españoles. Así pues, ¿cuál fue la función del internacionalismo dentro del discurso socialista? El análisis de la utilización del referente internacionalista en la prensa permite apuntar que, igual que en el caso de otros socialismos europeos 54, este sirvió tanto para la construcción de un patriotismo alternativo al oficial como para señalar el internacionalismo antinacional de otras opciones políticas y dar apoyo a un internacionalismo respetuoso con las diferencias nacionales 55.

De esta manera, en primer lugar, desde las filas del PSOE el internacionalismo fue utilizado para esgrimir un patriotismo que no pusiera en peligro la convivencia con el resto de naciones. Con esa intención se recurrió a la fórmula de «el hombre es para la familia; la familia, para la comunidad nacional; la nación, para la colectividad internacional» 56. Dicha visión fue invocada especialmente por Fernando de los Ríos, que explicaba:

«La patria es para el mundo, y la insertamos en él y queremos llevar al mundo los valores hispánicos y que se tiña la Historia del color ideal de la sangre espiritual de los valores engendrados por la conciencia española. No decimos el mundo para España (...) lo que nosotros decimos es “España para el mundo”. Y este es el sentido universalista orgánico de nuestro concepto de patria» 57.

Por ello, la nación habría de ser entregada a la comunidad internacional, pero, conviene subrayar, en ello no se daba una renuncia a las características españolas. La españolidad, plasmada en los «valores» y la «sangre espiritual», no desaparecía, sino que era un producto que España aportaba a la humanidad. En este sentido, De los Ríos advertía que los socialistas «sabemos que ni en la humanidad desembocamos sino como españoles en cuanto a individuos, y como elementos colectivos en cuanto formamos parte de una nación» 58, por lo que «la España de hoy tiene que ser una España españolista (...) Cada hombre debe cultivar su personalidad y cada pueblo su individualidad, para llegar así a la cumbre de la universalidad» 59.

Así, la nación, como estableció Kevin Callahan en el caso francés y alemán de principios del siglo xx, funcionaba como «the constitutive building block of any internationalism», ya que se debía partir de esta —y, significativamente, de sus supuestas características— para acceder a la comunidad internacional 60. En efecto, según El Socialista, el «internacionalismo no es un páramo, sino un jugoso paisaje en que concurren los genios de todas las patrias, cada uno con su literatura, su música, sus visiones étnicas» 61. Por tanto, la formulación de este internacionalismo patriota ayudaría a establecer un matiz de fraternidad entre naciones, pero no dejaría de ser un discurso de nación que reconocía las diferencias nacionales y que, asimismo, las definía en términos étnicos y esencialistas (literatura, valores, personalidad...).

En segundo lugar, a partir de esta concepción, el socialismo trató de deslegitimar las posiciones políticas de prácticamente todos sus rivales. Entre las víctimas predilectas se encontró la burguesía capitalista y la derecha católica reconocidamente nacionalista. Así, no se trataba tanto de denunciar el nacionalismo como ideología, sino de subrayar el españolismo del PSOE frente al falso, interesado y agresivo patrioterismo. Si Guesde a finales del siglo xix denunció que para los capitalistas «la seule patrie, la seule, c’est le profit» 62, los socialistas españoles no iban a aceptar lecciones de patriotismo de unos

«hombres de negocios, [que] se inteligencian internacionalmente para la formación de empresas industriales o bancarias, prescindiendo de toda conveniencia colectiva de carácter personal (...) que engendran las luchas fratricidas que tanto han horrorizado a la humanidad (...) Ellos ponen la patria, que a veces más que la patria son sus negocios particulares, por encima del interés de la humanidad, y nosotros no (sic 63.

Una de las primeras acciones contra el interés de la nación que habrían cometido los capitalistas y antiguos gobernantes con la llegada republicana sería la huida de capitales. Sobre esos «malos españoles» 64 que colocaban el capital de las industrias españolas en el extranjero se decía:

«El cielo bajo cuyo límpido azul nos cobijamos; la variedad del suelo y de la vegetación, lecho sagrado de milenarias epopeyas; el espíritu étnico diluido en rico y multiforme folklore, en lenguas viriles y cadenciosas, en leyendas y tradiciones de semidioses, en restos que a su paso nos dejaron tantos pueblos invasores, en el carácter forjado por gentes que concurrieron a este rincón del mundo atraídas por sus encantos, en nuestras costumbres, virtudes, vicios y pasiones..., todo esto nada supone para los patriotas al uso. Su capital, su dinero» 65.

De esta forma, los capitalistas y servidores del rey, por su falta de afecto hacia las tradiciones, el territorio, la historia y el carácter patrio —de nuevo marcadores étnicos y culturales de la nación—, se convertían en «los únicos antipatriotas» 66.

Este fue uno de los argumentos empleados por Francisco Largo Caballero en la campaña electoral de noviembre de 1933. En diferentes actos, el líder socialista indicó que aquellos que presumían de patriotismo preparaban la entrega de las tierras afectadas por la reforma agraria al capitalismo extranjero, mientras que desde el gobierno anterior se habría rechazado toda propuesta en ese sentido. A los socialistas, que dejaban el fruto de su trabajo en y para España, «por ser internacionalistas se quiere presentársenos como enemigos del país (...) Y lo dicen los que (...) no miran que los obreros españoles se mueren de hambre y traen a trabajar en sus tierras a obreros extranjeros que cobran salarios menores» 67.

Por tanto, los socialistas internacionalistas eran leales a la patria, mientras que los capitalistas y la burguesía cometían infidelidades nacionales cuando dejaban entrar el capitalismo extranjero —como si la explotación del nacional fuera menos lesiva a la clase trabajadora— y daban trabajo a obreros foráneos 68. Poco tenían que envidiar estas palabras a las del marxismo francés que, al abrigo de los violentos hechos de Aigues-Mortes de 1893, denunciaron que «le patriotisme des employeurs, en pratique, se traduit de cette manière: ils occupent de préférence des ouvriers étrangers aux ouvriers français, parce qu’ils les paient moins cher» 69.

Estos planteamientos solían derivar en la exhibición de un nacionalismo económico centrado en la reivindicación de una economía española que superara su condición de «colonia del capitalismo extranjero». Desde la óptica socialista, España veía limitada su soberanía porque en su economía, «todo, menos el trabajo agotador y los salarios del hombre, son extranjeros». En consecuencia, la España republicana no debía tolerar aquella situación o, al menos, no lo pensaba hacer la socialista. Con todo, lo más significativo del razonamiento socialista fue la justificación utilizada porque, según los socialistas,

«todo esto que decimos podrá parecer más nacional que socialista; pero no lo es y, desde luego, ambos conceptos son para nosotros idénticos. ¿Pues dónde vamos a levantar nuestro socialismo sino sobre nuestra nación? Somos socialistas ahora y aquí en España, no en la Luna (...).

Somos, sí, un partido de clase; pero de una clase que personifica como ninguna otra el interés colectivo, el interés de la nación. Somos, pues, un partido de clase; pero al mismo tiempo el partido más nacional. Y como tal partido estamos más obligados que nadie a conocer y resolver estos problemas con un criterio armónico de clase, de nación y de humanidad» 70.

Por consiguiente, desde el internacionalismo era totalmente lícito subrayar un falso patriotismo de la burguesía capitalista y, a partir de este, defender los derechos de los trabajadores españoles, incluso por encima de los extranjeros. El argumento desembocaba en un nacionalismo económico legitimado sobre la base de la plena identificación de la clase obrera y el socialismo con la nación.

Por lo que se refiere específicamente al catolicismo político, el socialismo no dudó en poner de relieve su filiación respecto a la Iglesia de Roma. Como ya habría indicado en el año 1930 Pedro Díez Pérez, los socialistas eran internacionalistas, pero, por ello, tenían un «verdadero patriotismo» y no traicionaban a la nación, como lo haría «el otro internacionalismo, el de Roma» 71.

En la misma línea, en 1933, un editorial socialista atacaba a Acción Católica por ser una «organización que recibe inspiraciones y direcciones extrañas para operar en España y sobre voluntades españolas» 72. La españolidad o no, por tanto, de los proyectos políticos parecía ser un elemento importante para el socialismo que, además, se encargó de remarcarlo en las elecciones de aquel año. De acuerdo con Araquistáin, los católicos intentaban hacer aparecer a los socialistas como extranjeros y antiespañoles para defender los intereses de Roma:

«El antimarxismo nos combate no porque los socialistas españoles obremos al dictado de ningún poder extraño, que no existe sobre nosotros, pues en nuestra Internacional la autonomía de las Secciones nacionales es absoluta, sino porque no queremos que España, como Estado, sea tributaria y espiritualmente vasalla de un Estado extranjero, que es la Iglesia» 73.

Días después, el intelectual socialista señalaba que la Compañía de Jesús y la Iglesia de Roma eran las únicas «siniestras organizaciones internacionales» que traicionaban los intereses patrios. Al contrario de lo que se decía sobre el internacionalismo socialista:

«No quiere suprimir las naciones en tanto son resultado de la Naturaleza (...) Al contrario. Nosotros somos quizá más españoles que los demás españoles, porque por nuestra sensibilidad y nuestro destino, vinculado a la clase trabajadora, sentimos como nadie sus miserias (...) Queremos crear una nación y acabar con las clases. Y que fuera de la nación, la cooperación internacional acabe con la división entre naciones burguesas y proletarias» 74.

De este modo, Araquistáin explicitaba la mayor españolidad de los socialistas por vincularse a las clases trabajadoras y manifestaba su compromiso de pugnar por hacer una nación auténtica, sin clases, cosa que se debía extender al resto del mundo mediante la cooperación internacional, clave real del internacionalismo socialista. Esta misma formulación internacionalista esgrimió, a pesar de su mayor reformismo, Jean Jaurès cuando declaró que «only socialism (...) will resolve the antagonism of classes and make of each nation, finally at peace internally, a particle of humanity» 75. ¿Cómo iba el socialismo a acabar con las naciones si eran elementos naturales?

En conjunto, pues, las agrupaciones políticas de la derecha católica se tornaban en portavoces de instituciones internacionales contrarias a la nación española. El catolicismo político era extranjero y arrastraba a España a la sumisión hacia el poder de Roma. En cambio, el internacionalismo obrero respetaría la autonomía total de las naciones y de los socialismos nacionales.

Los orígenes extranjeros del fascismo, por su parte, también fueron públicamente señalados por el socialismo español. Desde la prensa socialista se intentó explotar la contradicción que supondría, según su punto de vista, la defensa de un acendrado nacionalismo y la utilización de himnos, simbología y vestimenta de un movimiento político foráneo 76. De hecho, Araquistáin lo consideró incompatible con la «psicología española» 77. Los fascistas españoles eran así, simples imitadores de Mussolini y Hitler. Las connivencias y condición extranjera de los fascistas fue uno de los elementos que tomó vuelo con la Guerra Civil, aunque durante la Segunda República apenas se le opuso explícitamente el internacionalismo socialista 78.

Finalmente, si el PSOE pudo esgrimir su internacionalismo patriótico contra todos los movimientos de derechas para negarles la españolidad o considerarlos insuficientemente españoles, también aquella estrategia se usó contra el comunismo. Ciertamente, aquella no era una táctica nueva en el movimiento socialista, ya que los comunistas tuvieron que soportar acusaciones de dependencia hacia Rusia en toda Europa y, frecuentemente, por parte de sus antiguos compañeros socialistas 79.

En el caso español, lo hicieron las JJSS antes de ser el motor del acercamiento socialista al comunismo. El portavoz de dicha organización, después de dar cabida a diferentes artículos en los que se acusaba a los comunistas de divisores de la clase obrera bajo los dictados de Moscú, recalcó que el comunismo no tenía nada que hacer en Europa, y menos en España, a causa de su nula atención a las circunstancias de cada país. Por su fidelidad a las directrices rusas, los comunistas españoles se verían reducidos a

«manifestaciones exteriores del nacionalismo ruso. Sí, del nacionalismo ruso. Porque en Rusia, junto a la edificación socialista, va surgiendo un nacionalismo, derivado quizá del orgullo legítimo de ser el primer país donde el proletariado ha ocupado el poder (...) Buena prueba de que los llamados comunistas son nacionalistas rusos es que viven de Rusia, obedeciendo las consignas que esta da (...) posponiendo, en fin, los intereses del proletariado a los de Rusia (...) Lo que se precisa es (...) llevar a los jóvenes obreros una conciencia netamente clasista, sin injerencias de fórmulas extrañas a las condiciones históricas de España» 80.

Reducir a los comunistas a una simple manifestación del nacionalismo ruso perseguía la invalidación de la postura comunista por desatender las particularidades nacionales y alinearse con una potencia no española. El socialismo abogaba, pues, por una conciencia clasista, pero atenta a la particularidad española, sin lo que se consideraban injerencias extrañas, es decir, extranjeras. Los comunistas, por tanto, eran abanderados de un internacionalismo erróneo por no atender a la variable nacional.

Conclusión

El precedente análisis permite concluir que el internacionalismo del PSOE no se construyó contra la nación como ente político y cultural, sino que alimentaba la idea de patria, en general, y de España, en particular. La referencia internacionalista no impidió la adhesión patriótica socialista a España, ni antes ni después de la proclamación de la Segunda República.

Ahora bien, la llegada del régimen republicano facilitó el contexto adecuado para una afirmación todavía más abierta de su devoción nacional. Al abrigo de esa posibilidad, el socialismo español pudo establecer lazos de fidelidad tanto hacia la nación, como venía haciendo desde tiempo atrás, como hacia el Estado. El PSOE tuvo que esperar hasta 1931 para equiparar su adhesión patriótica, por ejemplo, a la del socialismo francés. La España republicana puede que no fuera la plena realización de la nación imaginada por los socialistas, pero ello no impidió que el socialismo pudiera identificarse, especialmente mientras estuvo en las instituciones de poder nacional y desde el sector más reformista, con aquel régimen establecido por el pueblo. Incluso cuando esto no fue así, la nación también fue una idea potente para legitimar la propia opción política y criticar la del adversario.

En este sentido, la defensa de la patria fue un recurso común entre las filas del socialismo español y esta mayoritariamente se combinó con los principios internacionalistas. Como sostuvo Robert Stuart, el socialismo marxista no escaparía a la utilización del discurso de la nación para disputar la hegemonía social y tendería a apropiarse los intereses nacionales y equipararse al carácter nacional 81. Mediante el internacionalismo el PSOE pretendió la forja de un patriotismo español alejado del chovinismo, de las visiones interesadas burguesas y fiel a la nación española, sin sumisiones respecto a poderes extranjeros, pero, a la vez, conservador de las esencias patrias. De hecho, la lengua, la historia y el carácter aparecían como elementos definidores de la patria, por lo que no se puede afirmar que la adhesión patriótica española de los socialistas fue aséptica, sino que tuvo componentes de identidad, con un peso cultural notable 82.

Así pues, la afirmación de Angel Smith y Stefan Berger para el conjunto del socialismo europeo, según la cual «a certain “great state” nationalism lurked behind the internationalist rhetoric» 83, puede ser aplicada perfectamente al caso español, por lo que el PSOE no se apartaba, a la altura de la década de 1930, de la misma concepción internacionalista que sus homólogos europeos venían demostrando desde hacía décadas.


* El autor es miembro del Proyecto de Investigación HAR2014-57392-P, financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad y a través de los fondos FEDER.

1 Luis Araquistáin: «El frente único del capitalismo», El Socialista, 9 de noviembre de 1933.

2 Citado en Robert Stuart: Marxism and National Identity. Socialism, Nationalism, and National Socialism during the French Fin de Siècle, Albany, State University of New York Press, 2006, p. 103.

3 Tampoco el internacionalismo se convertiría en un obstáculo insalvable para la asunción de una determinada idea de España por parte del anarquismo. Véase Pilar Salomón: «Internacionalismo y nación en el anarquismo español anterior a 1914», en Ferran Archilés e Ismael Saz (eds.): Estudios sobre nacionalismo y nación en la España contemporánea, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2011, pp. 137-168.

4 Hèléne Carrère: «Communisme et nationalisme», Revue Français de Science Politique, 3 (1965), pp. 466-498.

5 Horace B. Davis: Nacionalismo y socialismo, Barcelona, Península, 1972.

6 Georges Haupt, Michael Löwy y Claudie Weill: Los marxistas y la cuestión nacional: la historia del problema y el problema de la historia, Barcelona, Fontamara, 1982, p. 36.

7 Eric Hobsbawm: «Working-Class Internationalism», en Frits van Holthoon y Marcel van der Linden (eds.): Internationalism in the Labour Movement, 1830-1940, Leiden, Bill Archive, 1988, pp. 3-16.

8 Mihail G. Bujor: Antimilitarismul, Bucarest, 1912, citado en Georges Haupt, Michael Löwy y Claudie Weill: Los marxistas y la cuestión nacional: la historia del problema y el problema de la historia, Barcelona, Fontamara, 1982, p. 40.

9 Patrick Pasture y Johan Verberckmoes: «Working-Class Internationalism and the Appeal of National Identity: Historical Dilemmas and Current Debates in Western Europe», en Patrick Pasture y Johan Verberckmoes (eds.): Working-Class Internationalism and the Appeal of National Identity: Historical Debates and Current Perspectives, Oxford, Berg, 1998, pp. 1-41.

10 Stefan Berger y Angel Smith: «Between Scylla and Charybdis: Nationalism, Labour and Ethnicity across Five Continents, 1870-1939», en Stefan Berger y Angel Smith (eds.): Nationalism, Labour and ethnicity, 1870-1939, Manchester, Manchester University Press, 1999, pp. 1-30.

11 José Luis Martín: «Marxisme i qüestió nacional a Catalunya, de les formulacions doctrinals fins a la Guerra Civil», en Joaquim Albareda et al.: Catalunya en la configuración política d’Espanya, Reus, Centre de Lectura de Reus, 2005, pp. 189-202, y Daniel Guerra: Socialismo español y federalismo (1873-1976), Oviedo, KRK, 2013.

12 Santos Juliá: «Un dualismo problemático. La herencia de Pablo Iglesias», Anthropos. Boletín de información y documentación, 45-46-47, extraordinario 6 (1985), pp. 176-180. También véanse Antonio Robles: «La conjunción republicano-socialista», en Santos Juliá (coord.): El socialismo en España. Desde la fundación del PSOE hasta 1975, Madrid, Pablo Iglesias, 1986, pp. 109-130, y Antonio Elorza y Michel Ralle: La formación del PSOE, Barcelona, Crítica, 1989, pp. 332-338.

13 Ferran Archilés: «¿Experiencias de nación? Nacionalización e identidades en la España restauracionista (1898-c. 1920)», en Javier Moreno (ed.): Construir España. Nacionalismo español y procesos de nacionalización, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2007, pp. 127-152, e íd.: «Vivir la comunidad imaginada. Nacionalismo español e identidades en la España de la Restauración», Historia de la Educación, 27 (2008), pp. 57-85. Esta conclusión ha sido destacada también por Marta García Carrión: «Cultura nacional y nacionalismo español», en Carlos Forcadell y Manuel Suárez Cortina (coords.): La Restauración y la República, 1874-1936, Zaragoza, Marcial Pons-Prensas Universitarias de Zaragoza, 2015, pp. 169-198.

14 Carlos Forcadell: «Los socialistas y la nación», en Ismael Saz, Carlos Forcadell y Pilar Salomón (eds.): Discursos de España en el siglo xx, Valencia, Publicacions de la Universitat de València, 2009, pp. 15-34. Más recientemente véase íd.: «Constitución y práctica de una cultura política socialista: entre las dos Españas republicanas», en Carlos Forcadell y Manuel Suárez Cortina (coords.): La Restauración y la República, 1874-1936, Zaragoza, Marcial Pons-Prensas Universitarias de Zaragoza, 2015, pp. 285-313.

15 El aumento del peso del vocablo «pueblo» en El Socialista fue puesto de manifiesto con anterioridad por María Antonia Fernández y Juan Francisco Fuentes: «Análisis lexicométrico de El Socialista (1886-1912): un vocabulario de clase», Historia Contemporánea, 20 (2000), pp. 225-243.

16 Para el caso cubano resultan fundamentales Carlos Serrano: Final del Imperio. España, 1895-1898, Madrid, Siglo XXI, 1984, e íd.: El turno del pueblo. Crisis nacional, movimientos populares y populismo en España (1890-1910), Barcelona, Península, 2000.

17 Estas conclusiones fueron apuntadas, respectivamente, por Andrée Bachoud: Los españoles ante las campañas de Marruecos, Madrid, Espasa-Calpe, 1988, y Antonio Moreno: «El Socialista y el desastre de Annual: opinión y actitud socialista ante la derrota», Cuadernos de Historia Contemporánea, 12 (1990), pp. 103-132.

18 «Los traficantes en patriotismo», El Socialista, 15 de diciembre de 1893.

19 Una perspectiva general sobre el comportamiento del socialismo europeo durante la contienda en Geoff Eley: Un mundo que ganar, Barcelona, Crítica, 2002, y también Donald Sassoon: Cien años de socialismo, Barcelona, Edhasa, 2001.

20 Maximiliano Fuentes: España en la Primera Guerra Mundial, Madrid, Akal, 2014.

21 Sobre Luis Araquistáin y su trayectoria política e intelectual hasta la Guerra Civil véanse Ángeles Barrio: «Estudio preliminar», en Luis Araquistáin: La revista España y la crisis del Estado liberal, Santander, Universidad de Cantabria, 2001, pp. 13-62, y Marta Bizcarrondo: Araquistáin y la crisis socialista en la Segunda República: Leviatán (1934-1936), México, Siglo XXI, 1975.

22 Luis Araquistáin: «El mito intervencionista. Los germanófilos contra Alemania y España», España, 7 de septiembre de 1916, citado en Maximiliano Fuentes: España en la Primera..., p. 140.

23 Maximiliano Fuentes: España en la Primera..., pp. 116-117.

24 «Partido Socialista Obrero», El Socialista, 2 de agosto de 1914.

25 Maximiliano Fuentes: España en la Primera..., p. 42.

26 Todas las citas en Pablo Iglesias: «Los socialistas y la Patria», El Socialista, 9 de agosto de 1914.

27 Michel Winock: «Socialisme et patriotisme en France (1891-1894)», Reveu d’Histoire Moderne et Contemporaine, 20 (1973), pp. 376-423. La represión de Fourmies en Maurice Dommanget: Historia del primero de mayo, Barcelona, Laia, 1976.

28 Jean-Jacques Becker: «La gauche et la Grande Guerre», en Jean-Jacques Becker y Gilles Candar (dirs.): Histoire des gauches en France, vol. II, xxe siècle: a l’épreuve de l’histoire, París, La Découverte, 2004-2005, pp. 313-329.

29 Jean-Jacques Becker: «Unions sacrées et sentiment des responsabilités», en Stéphane Audoin-Rouzeau y Jean-Jacques Becker (dirs.): Encyclopédie de la Grande Guerre, 1914-1918: histoire et culture, Montrouge, Bayard, 2014, pp. 195-206. Ya pusieron de manifiesto la particular visión del movimiento obrero en la Union Sacrée Annie Kriegel y Jean-Jacques Becker: 1914. La guerre et le mouvement ouvrier français, París, Armand Colin, 1964.

30 Cristophe Prochasson: 1914-1918: Retours d’experiénces, París, Tallandier, 2008.

31 «X Congreso del Partido Socialista Español», El Socialista, 31 de octubre de 1915.

32 Luis Araquistáin: Polémica de la guerra, Madrid, Fundación Francisco Largo Caballero, 2008, pp. 296-297.

33 Citado en Luis Araquistáin: La revista España..., pp. 36-37.

34 Aunque no se ha entrado en este aspecto cabe señalar que a lo largo de esta cronología la vocación de implantar una legislación que aumentara la cohesión social no estuvo exenta de implicaciones nacionalistas y en ella el PSOE acabó por desempeñar un importante papel. Además, no había en aquellas políticas sombras amenazantes para el internacionalismo obrero, pues a través de los pactos y la acción internacional, como explicaba Albert Thomas a principios de la década de 1920, se podían impulsar medidas de protección para el conjunto de la clase obrera. En este sentido véase Pedro Ruiz: «Política social y nacionalización a finales del siglo xix y en las primeras décadas del xx», en Ferran Archilés e Ismael Saz (eds.): La nación de los españoles. Discursos y prácticas del nacionalismo español en época contemporánea, Valencia, Publicacions de la Universitat de València, 2012, pp. 15-38.

35 Citado en Kevin Callahan: «Performing Inter-Nationalism in Stuttgart in 1907: French and German Socialist Nationalism and the Political Culture of an International Socialist Congress», International Review of Social History, 45 (2000), pp. 51-87, esp. p. 73.

36 Rafael Cruz: Una revolución elegante. España, 1931, Madrid, Alianza Editorial, 2014, e íd.: «Pueblo, Parapueblo y Contrapueblo en 1931», en Javier Moreno y Fernando del Rey (eds.): Pueblo y nación. Homenaje a José Álvarez Junco, Madrid, Taurus, 2013, pp. 109-125.

37 «El pueblo debe estar alerta», El Socialista, 17 de septiembre de 1931.

38 Amós Ruiz Lecina: «Renovación», Renovación. Órgano de la Federación de Juventudes Socialistas de España, 20 de noviembre de 1931.

39 Regina: «Non plus ultra», El Socialista, 5 mayo de 1931. La articulista bien podría ser la dirigente socialista Regina García García.

40 Santos Juliá: Los socialistas en la política española, 1879-1982, Madrid, Taurus, 1997, p. 160.

41 Edmundo Lorenzo: «Antiguos amigos», El Socialista, 25 de julio de 1931, y «El sentido del momento a través del congreso», El Socialista, 11 de julio de 1931.

42 M. Mínguez: «¿Acción popular o reacción impopular?», ¡Adelante! (Teruel), 16 de julio de 1932.

43 «Cómo piensan los empleados y obreros que prestan sus servicios en la compañía de coches cama», El Socialista, 19 de abril de 1931.

44 Manuel Cordero: «Evoquemos la figura del maestro», El Socialista, 9 de diciembre de 1931.

45 «Grandiosos discursos de los camaradas Indalecio Prieto y Fernando de los Ríos», El Socialista, 1 de diciembre de 1931.

46 Indalecio Prieto: Siento a España, Madrid, La Motorizada, 1938, pp. 4-5.

47 «Examen y justificación de una política. Conferencia de Indalecio Prieto en el cine de la Prensa», El Socialista, 7 de marzo de 1933.

48 «Nuestro deber es ir a la revolución con todos los sacrificios», El Socialista, 8 de febrero de 1934.

49 Sobre la campaña electoral véase Aurelio Martí: «España somos nosotros. Socialismo y democracia republicana: las elecciones de 1936», en Ana Aguado y Luz Sanfeliu (eds.): Caminos de democracia. Ciudadanías y culturas democráticas en el siglo xx, Granada, Comares, 2014, pp. 45-61.

50 «Consejos equivocados y peligrosos», Claridad. Diario de la noche, 4 de mayo de 1936.

51 Ibid. (comillas en el original).

52 Así lo apuntaron para el conjunto europeo Brian Jenkins y Spyros A. Sofos: «Nations and Nationalism in Contemporary Europe. A Theoretical Perspective», en Brian Jenkins y Spyros A. Sofos (eds.): National and Identity in Contemporary Europe, Londres, Routledge, 1996, pp. 7-32.

53 Véase Robert Stuart: Marxism and National Identity..., pp. 82 y ss.

54 Stefan Berger: «British and German Socialists between Class and National Solidarity», en Stefan Berger y Angel Smith (eds.): Nationalism, Labour and ethnicity, 1870-1939, Manchester, Manchester University Press, 1999, pp. 31-63.

55 Restará fuera del análisis el uso del internacionalismo como forma de oposición a las demandas políticas y culturales de los nacionalismos alternativos al español, pues la entidad de este campo sobrepasa las dimensiones del presente artículo.

56 «Socialismo y patriotismo», El Socialista, 6 de septiembre de 1931.

57 «El camarada Fernando de los Ríos, en un maravilloso discurso, explica la actitud de la minoría socialista», El Socialista, 4 de septiembre de 1931 (énfasis en el original).

58 «Tres grandes discursos y un entusiasmo indescriptible», El Socialista, 21 de octubre de 1933.

59 «Nuestro compañero Fernando de los Ríos inaugura un grupo escolar y pronuncia un interesante discurso», El Socialista, 23 de mayo de 1933 (cursiva mía).

60 Kevin Callahan: «Performing Inter-Nationalism...», p. 54. En consecuencia, el autor apostó por el concepto de internacionalismo.

61 «La vuelta a nuestros clásicos», El Socialista, 24 de abril de 1936.

62 Citado en Michel Winock: «Socialisme et patriotisme...», p. 412.

63 «Socialismo y patriotismo», El Socialista, 6 de septiembre de 1931.

64 «Los que huyen», El Socialista, 18 de abril de 1931.

65 «Los grandes patriotas», El Socialista, 21 de abril de 1931.

66 Ibid.

67 «Largo Caballero habla en Murcia», El Socialista, 15 de noviembre de 1933. Véase también «El importante acto socialista de Jaén», El Socialista, 7 de noviembre de 1933.

68 Aunque no muy frecuentes, existieron en la prensa socialista denuncias sobre el empleo de extranjeros a lo largo del periodo republicano. Véase «Un importante mitin de propaganda sindical», El Socialista, 21 de junio de 1932; «El trabajo de los extranjeros en España», El Socialista, 31 de agosto de 1932; E.: «El paro y los extranjeros en España», El Socialista, 29 de julio de 1934, y Francisco Bonilla: «Patriotismo capitalista. Los moros son más baratos», El Obrero de la Tierra (Madrid), 23 de mayo de 1936.

69 «Patriotisme capitaliste», Le Prolétaire, 17 de septiembre de 1893, citado en Michel Winock: «Socialisme et patriotisme...», pp. 411-412.

70 Todas las citas en «España no quiere ser colonia», El Socialista, 26 de febrero de 1933.

71 Pedro Díez: «Laborismo merengue», ¡Adelante! (Teruel), 19 de julio de 1930.

72 «La Acción Católica», El Socialista, 15 de febrero de 1933.

73 Luis Araquistáin: «El frente único del capitalismo», El Socialista, 9 de noviembre de 1933.

74 «Nuestra victoria de mañana», El Socialista, 18 de noviembre de 1933.

75 Citado en Carsten Holdbraad: Internationalism and Nationalism in European Political Thought, Nueva York, Palgrave Macmillan, 2003, p. 155.

76 Entre otros, «Lo que no podemos ver con indiferencia», El Socialista, 11 de marzo de 1933, y «Amenazados, no amenazadores», El Socialista, 3 de mayo de 1933.

77 Luis Araquistáin: «Condotieros y fascistas», Leviatán. Revista de hechos e ideas, 2 (1934), pp. 42-48.

78 Sobre la Guerra Civil véanse Xosé Manoel Núñez Seixas: ¡Fuera el invasor! Nacionalismos y movilización bélica durante la Guerra Civil española (1936-1939), Madrid, Marcial Pons, 2006, y José Álvarez Junco: «Mitos de la nación en guerra», en Santos Juliá (coord.): República y Guerra Civil, vol. XL de la Historia de España de Menéndez Pidal, Madrid, Espasa-Calpe, 2004, pp. 637-682.

79 En el caso británico véase Paul Ward: Britishness since 1870, Londres, Routledge, 2004, pp. 101-105.

80 «Nosotros y los comunistas», Renovación. Órgano de la Federación de Juventudes Socialistas de España, 2 de julio de 1932.

81 Robert Stuart: Marxism and National Identity..., p. 84.

82 Aunque no se ha podido insistir en esta cuestión véase Aurelio Martí: «Nacionalismo e internacionalismo, ¿referentes “conflictivos” de la cultura política socialista?», en Ismael Saz y Aurora Bosch (eds.): Izquierdas y derechas ante el espejo. Culturas políticas en conflicto, Valencia, Tirant lo Blanch, 2016 (en prensa).

83 Stefan Berger y Angel Smith: « Between Scylla and Charybdis...», p. 13.